Gárgolas insomnes

Febrero 28 de 2010

El otoño del cacique

(Epílogo final)

Luego de echar a Norma Reyes Terán de su oficina en Oaxaca, Héctor Sánchez López coincidió con ella más de una vez: Irma Piñeyro Arias, actual esquirol de la alianza "opositora" como candidata del Panal a gobernar el estado, lo acusó en 1998 de ser financiado por Diódoro Carrasco Altamirano; la entonces priista no tenía pruebas, sino hipótesis tan simplistas como las que Miguel Ángel Granados Chapa hace pasar por sesudas explicaciones de conspiraciones maquiavélicas: el PRI había optado por José Murat Casab como candidato a gobernador, en vez de José Antonio Estefan Garfias (Pepe Toño), "delfín" del gobernador saliente, quien financiaba con dinero público, pero por debajo del agua, la campaña de Héctor, nomás por contrariar a Murat, según esta versión entre delirante y dolosa. Héctor demandó a Piñeyro por difamación y solicitó que la Procuraduría local citara a Rosy Ramales, reportera del diario local Noticias de Oaxaca y corresponsal de Associated Press, por haber entrevistado a Piñeyro y transcribir textualmente sus palabras. Al día siguiente de que la periodista se presentara en la PGJE a declarar, Norma demandó a María de los Ángeles Tivón, del diario local El Extra, por publicar que su campaña como candidata a diputada local del PRD había tenido financiamiento de la Sedesol.

Granados Chapa y otros analistas "razonaron" que el número de votos obtenidos por Héctor en las elecciones de 2004 -menor al cinco por ciento del total, creo- es el que le faltó a Gabino Cué Monteagudo para derrotar a Ulises Ruiz Ortiz; luego entonces, financiado por Murat, Héctor era esquirol de la alianza "opositora". ¡Qué inteligencia! Si ese "razonamiento" fuera válido, también lo sería su reverso: el número de votos obtenidos por Gabino es el que le faltó a Héctor para derrotar al chacal, con la diferencia de que el candidato de la alianza "opositora" fue secretario técnico de Diódoro en el gobierno del estado, trabajó en la Secretaría de Gobernación durante los últimos días del genocida Ernesto Zedillo como presidente de México, recibió dinero de Carlos Ahumada Kurtz, quizá para su campaña, y detrás de su candidatura estaba y está el Grupo Monterrey de Alfredo Harp Helú y el desgobierno federal panista, que apoyó con la PFP al PRI en Oaxaca durante la crisis de 2006 a cambio de su voto en el Congreso de la Unión a favor del paquete de reformas económicas, mientras que al presidente del PRD en Oaxaca lo traicionó dos veces consecutivas "el PRD nacional" y de ahí que fuera candidato de Unidad Popular, un partido local de última hora. Después de su derrota en las elecciones de 1998, al verlo en televisión, tratando de convencer al público de que lo apoyaba "el PRD nacional", me pregunté para qué salía con eso y no tuve más respuesta que la hueva; lo único cierto es que no resultaba convincente para nada y parecía contener las ganas de llorar.

En 1999, aún coordinador de la fracción perredista en el Senado, Héctor formó parte, junto a personajes como René Bejarano Martínez, de la planilla encabezada por Félix Salgado Macedonio, en la contienda por la dirección nacional del PRD.

Al año siguiente, Héctor y Norma coincidieron de nuevo, ahora en la lista plurinominal de candidatos a diputados federales del PRD por la tercera circunscripción. Y si ella trabajaba en secreto para Diódoro y Pepe Toño antes de terminar al servicio público de Murat y Ruiz Ortiz, Héctor sigue siendo coordinador de la Comisión Especial para la Reforma del Estado de Oaxaca (CEREO) creada por el chacal y por decreto, lo que hace demasiado iluso considerarla como una instancia ciudadana, por más que la extensión de su dirección en la red sea "org" en vez de "gob". Sin renunciar a ella, fue candidato a diputado federal del Partido Socialdemócrata (PSD) por el distrito de Juchitán el año pasado [1] y su fracaso no obsta para que ahora pretenda ser candidato de la alianza "Unidos por la Paz y el Progreso de Oaxaca" (PAN, PRD, PT y Convergencia) a la presidencia municipal de Juchitán, candidatura que también pretende Lenin López Nelio López, secretario general con licencia del PRD en Oaxaca, hijo del difunto Daniel López Nelio Santiago y sobrino del actual alcalde Mariano Santana López Santiago, quizás el engendro más nefasto de la COCEI.

Mariano era policía del concejo municipal anterior al primer ayuntamiento de la COCEI y el PRD. En 2004, su afiliación al PT junto con la Unión Campesina Oaxaqueña (UCO) involucró a la "corriente" coceísta fundada por Daniel López Nelio en la coalición del PRI y el PVEM con ese partido salinista y con Ulises Ruiz como candidato a la gubernatura del estado, alianza que lo hizo diputado local. Bajo el violento mandato del chacal, fue electo presidente municipal de Juchitán en 2007 y, sin justificar el gasto de 170 millones de pesos en 2008 [2], luego de "gobernar" de espaldas al pueblo y hasta de los regidores, busca la candidatura de la alianza "opositora", con el registro del PT, al gobierno del estado, aspiración sin correspondencia con la realidad, como suele ocurrir cuando se trata de seres infinitamente inferiores al poder que detentan, seres de tamaño inversamente proporcional al de sus ambiciones, aunque tampoco se descarta que pretenda comprar la candidatura... y el gobierno del estado.

Es de esperar que Gabino Cué, pupilo del panista ex priista Diódoro Carrasco, iniciador a su vez de una cacería de indígenas pobres como principal golpista en la región Loxicha, sea el próximo gobernador de Oaxaca. Y así, las creaturas de la era PRI-histórica se suceden por las siglas de las siglas de otros partidos, cuya complicidad hace posibles las tiranías por el estilo del chacal Ulises Ruiz, que sería el último tiranosaurio rex en el poder si no fuera por el cambio de piel y esta interminable rotación de aberraciones monstruosas, deshumanizada especie que llama "relación institucional" a la prostitución política, su escala de precios a cambio de valores, sus inconfesables fines a falta de principios éticos y morales, su pragmatismo inescrupuloso, inmediatista, su táctica de alianzas vergonzantes, complicidad abyecta que hace también a los mexicanos asumir la actitud más reaccionaria de todas, que es el repudio a la política.

Veinte años después...

Hace veinte años, la visita de Carlos Salinas de Gortari a Juchitán de Zaragoza inauguró una "relación institucional" de complicidad entre los gobiernos locales conquistados por el pueblo y el gobierno federal usurpado por el PRI; esa relación es un pacto de inversión económica en obra social por la federación que legitima su poder político y corrompe a las autoridades locales democráticamente electas y potencialmente opuestas a la compra de México por una mafia trasnacional; su cuantiosa inyección de recursos públicos en municipios autónomos con gobiernos de izquierda, por conceder a cambio de ceder, prostituye la política.

Juchitán era un símbolo porque, a principios de los ochenta, el PRI fue derrotado allí en una contienda electoral y el pueblo se gobernó con la organización de la COCEI y el registro del PSUM, episodio sin precedentes en México, salvo por el municipio de Alcozauca, Guerrero, en la "Montaña Roja", donde el PCM derrotó al PRI en 1979. Leopoldo de Gyves de la Cruz (Polín) encarnó a los 27 años de edad el liderazgo de la rebeldía, primero contra el fraude electoral en 1980 y después a la cabeza del histórico y legendario Ayuntamiento popular que, desde 1981, haría honor a su nombre más allá de la elección popular, al potenciar la vocación comunitaria del pueblo zapoteca en la realización conjunta de obra social como respuesta unánime al estrangulamiento económico de recortes y retrasos de las partidas presupuestales obligatorias por la federación y el gobierno del estado hasta la negación. En solo dos años, el tequio lograría más que varios de los ayuntamientos priistas juntos, a pesar inclusive de la campaña de terror desatada principalmente por el PRI local, cuya culminación fue la "desaparición de poderes" decretada por el Congreso del estado, pero decidida por el gobierno federal, así como el desalojo violento del palacio municipal en 1983, después de un intento fallido. En el desalojo participaron todas las fuerzas armadas, empezando por el ejército federal, que sitió Juchitán, y el supremo gobierno impuso el estado de excepción que puso fin a una de las experiencias más liberadoras del país. El Ayuntamiento popular hizo época y Polín pasó a la historia como líder audaz con un carisma arrollador y una gran vitalidad, aun para su edad; pero cuando la COCEI recuperó la presidencia municipal un sexenio después, al parecer había aprendido la lección y pasó al extremo opuesto en cuanto a "relación institucional" con la federación y el gobierno del estado, poder supremo que ha tolerado su permanencia y sucesión en el gobierno de Juchitán, cuyo camino al progreso está pavimentado con recursos públicos otorgados para que no sea necesario el ejercicio del poder popular y para beneficio particular de los gobernantes locales a discreción. Héctor Sánchez inició la nueva era de ayuntamientos coceístas más impopulares que populares, pero menos que el PRI...

Veinte años después de ser electo alcalde por primera vez, en su regreso formal a una silla que ocupaba en los hechos desde la presidencia de Óscar Cruz, Polín destruyó su propia leyenda por completo; ya se comportaba como si fuera literalmente dueño del palacio municipal o lo creyera, cuando hizo del cinismo su nuevo estilo de gobernar, a diferencia de la época anterior, con suficiente dinero para darse lujo de despilfarrar una parte en festines mujeriegos, y con alarde, ostentación descarada y ofensiva que el pueblo de Juchitán castigó con masoquismo, permitiendo el regreso del PRI, luego del cual volvió la COCEI por sus fueros y rebasó la descomposición priista en menos tiempo hasta ocurrir la aberración actual de un vil dictador que se apellida Santana, para colmo de amoles, un personaje mediocre y gris, cuya "corriente" al interior de la COCEI es una especie de PRI agazapado, suerte de mimetismo corrosivo, forma de infiltración...

La escisión de la COCEI tuvo su momento climático en 2004, cuando una parte optó por Gabino Cué como candidato a gobernador, otra parte optó por Héctor, y la tercera por el chacal; quizás hubo una cuarta parte significativa que optó por la abstención, aunque en Juchitán el pueblo es tradicionalmente electorero.

Solo dos personajes han sido presidentes municipales de Juchitán más de una vez: Heliodoro Charis Castro, más conocido como el general Charis, y Leopoldo de Gyves, más conocido como Polín; ahora Héctor Sánchez, iniciador del enquistamiento de la COCEI en el poder, pretende ser el tercero, veinte años después de su primera elección, igual que Polín, y con un gobierno federal espurio (vaya coincidencia), pero no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después... La COCEI dejó de ser el pueblo, que la mira desde lejos con desconfianza y rencor de quien recurre por desgracia y por error muy recurrente a quien lo traiciona, porque no tiene a quién más recurrir en su imposible soledad que, si fuera posible, sería preferible a cualquiera de las "corrientes" coceístas y, desde luego, al PRI.

La gran paradoja de Juchitán es que la COCEI, a pesar su acumulación de vicios y descrédito, se sucede a sí misma cada trienio, como su propia alternativa, no porque sea buena (cuando no es mala, es pésima), sino porque no puede haber nada peor que el PRI, salvo acaso el PAN, que afortunadamente no existe aquí; así ha sido al menos hasta hoy, que Mariano y la UCO volvieron a tranzar con el PRI, esta vez "la entrega de Juchitán", según la denuncia de nueve regidores. Ahora, por lo menos cinco grupos se disputan el nombre de la COCEI, compiten por las candidaturas de los partidos, pelean entre ellos y pelean sucio, como émulos del viejo priismo caciquil, incluso por el hecho y hasta por el chisme de que uno de un grupo saludó a otro de otro grupo. ¡Qué pena! De lo malo, por lo visto, sobrevive lo peor y, en términos de cultura política, es el síndrome y el sino de este país de nadie y en ninguna parte, un tiempo sin patria, o la herencia maldita del PRI. Lo triste no es decirlo, sino que sea verdad. El poder desgasta... aprender cuesta y crecer duele; no hay nada más cómodo que la indolencia de quien involuciona y empequeñece a diario sin darse cuenta.

1. A reserva de confirmar esta versión, pues proviene de La Jornada, el medio menos confiable al respecto, Héctor fue expulsado en 2006 del PSD o su Consejo Político Nacional, "acusado de malversación de fondos y de haber intentado sustituir la candidatura de Patricia Mercado a la Presidencia por la de Víctor González Torres, Doctor Simi, por intereses económicos". Disculpen la redacción, pero así escriben en La Jornada. Según Wikipedia, que tampoco es confiable por imprecisa y reduccionista o parcial, Héctor fue miembro del Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, de su comité ejecutivo federado y del sector campesino "que pretendió sustituir la candidatura de Patricia Mercado por la de Víctor González Torres, lo que le causó alejarse del grupo que finalmente logró el control del partido". Perdón por la redacción. Ricardo Rocha comentó en Radio Educación que Héctor "se vendió al Doctor Simi", y Granados Chapa hizo una precisión. "Es lo mismo -dijo Rocha-, pero más barato".

2. Algo que ya es costumbre y tradición de los ayuntamientos coceístas, pero con montos ascendentes, como si compitieran por la mayor corrupción impune. Durante la administración anterior de Alberto Reyna Figueroa, por ejemplo, se malversaron tres millones 519.1 mil pesos; un millón 151 mil se aplicaron a rubros y programas no contemplados en la Ley de Coordinación Fiscal, y más de 220 mil se destinaron a pagos improcedentes o en exceso, entre otras anomalías detectadas por la Auditoría Superior de la Federación y documentadas en su Informe del Resultado de la Revisión y Fiscalización Superior de la Cuenta Pública 2007 (sic).

[] Iván Rincón 6:55 PM

Febrero 24 de 2010

El otoño del cacique

(Epílogo principal)

A principios de los ochenta, Carlos Monsiváis escribió que la COCEI era Juchitán o que Juchitán era la COCEI o algo así, en su crónica idealización, reproducida en libros y revistas hasta ser un lugar común, cuya lectura hoy sirve para poner de mal humor o, de plano, deprimir a cualquiera medianamente informad@. Cuando conocí Juchitán a finales de aquella década, la COCEI todavía parecía ser el pueblo en la capital cultural de los zapotecas y, por extensión, en la mayoría del Istmo oaxaqueño. Aunque los resultados oficiales de los comicios que ganó la COCEI en alianza con el entonces naciente PRD mostraban al electorado local reducido y dividido, el pueblo revindicaba su filiación, más que su preferencia, sin lugar a dudas: "¡Somos la COCEI!" Y la pasión política tenía inclusive algo de fanatismo comparable con el de la pasión futbolera; la palabra "politizado" era la más recurrente y sigue siéndolo para los repetidores de lugares comunes, como Elena Poniatowska o Monsiváis mismo, para quienes pasaron prácticamente desapercibidas las tres décadas siguientes a la crónica idealización.

En el fenómeno político, social y cultural de la COCEI concurrieron, por lo menos, quince años de lucha desde la fundación de la organización popular en 1974, y décadas enteras de insoportable descomposición priista, incluido el sexenio siguiente a la desaparición de poderes en 1983, así como el factor Cárdenas a nivel nacional, cuya influencia era evidente en 1989, cuando Héctor Sánchez fue electo presidente municipal. Pero, en cuanto asumió el poder, la COCEI invirtió los papeles con el PRI; cambió un cacicazgo decrépito por uno joven, y lo que hasta entonces había sido expresión organizativa del pueblo se redujo a la élite burocrática gobernante y uno que otro dirigente como Carlos Sánchez; quienes antes decían ser la COCEI, empezaron a referirse despectivamente al ayuntamiento como "los de la COCEI" (en otras palabras, pintaron su raya). Si el poder en México es una enfermedad, entre los otrora luchadores sociales de Juchitán hubo epidemia; a unos los emborrachó, a otros los enloqueció, y los borrachos se mantuvieron ebrios para evitar la resaca.

En el primer año de gobierno municipal, el ayuntamiento recibió a Carlos Salinas con un acto oficial que lo reconoció como "presidente de todos los mexicanos", o sea, legitimándolo; Héctor Sánchez llamó "relación institucional" a su complicidad con la usurpación del poder por el PRI a nivel federal, en aras de la inclusión presupuestal del municipio por la federación; en términos financieros, la táctica tuvo éxito, pero el acto de traición oficial a Cárdenas, además de ser mal visto en todo el país, despertó antipatías perdurables hacia la COCEI al interior del PRD y avergonzó a incontables juchitecos identificados con y como la COCEI, entre ellos a los estudiantes de Juchitán en la Ciudad de México.

El primer informe de gobierno municipal, más que rendir cuentas al pueblo, parecía entregarlas al "señor gobernador" del estado Heladio Ramírez, quien se apersonó en el acto. Daniel López Nelio, entonces diputado federal, no pudo esperar a que terminaran los protocolos para emborracharse y entró repartiendo patadas a una reunión del ayuntamiento con el "señor gobernador". Luego de la reunión, remedó a Héctor Sánchez, haciendo como si ofreciera las nalgas cada vez que decía "señor gobernador".

Mientras el ciudadano presidente municipal daba su informe al "señor gobernador" del estado, subí a la planta alta del palacio de gobierno y salí a uno de los balcones, en donde estaba Óscar Cruz con otro personaje. Héctor habló en ese instante de los avances del alumbrado público y Óscar comentó: "Pero si volteas para allá, ves todas las calles oscuras, y si volteas para el otro lado, también; lo bueno es que solo desde aquí se puede ver el paisaje; desde abajo, no". Con todo, si algo retumbó en mis oídos fue que, por las obras de pavimentación, había sido necesario tirar "algunos árboles", pero que serían restituidos. ¡Válgame Dios! Martha Toledo, quien había fundado el Foro Ecológico junto con su marido Julio Bustillos, además del Rincón Brujo, comentó conmigo ese despropósito, sumamente indignada. Antes y después del informe, además del distanciamiento entre las cúpulas y las bases de la COCEI, presencié cómo los juchitecos bromeaban que Héctor había enloquecido y no podía ver ni un metro cuadrado sin pavimentar o encementar; era muy característico del sentido del humor teco, bilingüe por consideración a los monolingües en español, que ríe a carcajadas con las bromas y los chistes en diidxazá; lo trágico era que no se trataba de un chiste: Héctor en verdad padecía de una compulsión frenética por pavimentar y encementar cuanto fuera posible, arrasando con todos los árboles que se atravesaran a su paso; el nombre clínico de la enfermedad mental es trastorno obsesivo compulsivo; lo sé por experiencia.

El Foro Ecológico logró detener la tala irracional de árboles con periodicazos cada vez más duros; luego la Casa de la Cultura, que dirigía Vicente Marcial, asumió una función conciliadora y constructiva; finalmente, los tres: el ayuntamiento, a través de sus regidurías de medio ambiente y de cultura y recreación, entre otras, la Casa de la Cultura y el Foro Ecológico, acordaron realizar cada año (en mayo, el mes con más velas) un festival del Río de los Perros para su limpieza y la promoción de una cultura ecológica en Juchitán; ese río era prácticamente un chiquero, basurero y canal de desagüe, así como el principal foco de insalubridad y contaminación en la ciudad. Por su parte, a pesar de la devastación y destrucción ambiental, la pavimentación compulsiva y frenética de aquel trienio dejó como estaban las zonas marginales: a oscuras de noche y con calles de terracería.

Al día siguiente del primer informe, fui con Feliciano Marín, entonces tesorero municipal, a casa de Héctor a celebrar; curiosamente, lo más comentado y motivo de burlas y carcajadas era que las hojas estaban en desorden y eso había causado un humorismo involuntario que puso en ridículo el hilarante anuncio de una denuncia política; Héctor optó por reír de su propio traspié y las risas daban por hecho que nadie más lo percibió; lo que habría pasado significativamente desapercibido para mí era ese desprecio a la inteligencia y sensibilidad o capacidad de percepción a su vez en los demás, si no fuera porque Óscar Cruz, quien llegó muy sobrio cuando todos estábamos medio borrachos ya (perceptivo acaso de que la broma no me causaba tanta risa como a Héctor), preguntó si yo había captado los saltos del discurso.

-¿Tú qué crees? -respondí.

-Bueno, que tú los captaras es lógico, pero los paisanos...

Sin comentarios.

En 1993, iniciado el ayuntamiento siguiente, Héctor fue "electo" presidente del Comité Ejecutivo Estatal del PRD en Oaxaca por un simulacro de "congreso" realizado por la COCEI y sus "amigos", principalmente un tal Rufino Perdomo, dirigente con fama de "mujeriego" y cuyo estilo se caracterizaba por una gran frivolidad; esa "elección" contó con cientos de firmas apócrifas que los coceístas plasmaron discretamente, no fuera yo a verlos. En la clausura, se presentó Saúl Vicente, una vez cumplida su misión de negociar con la dirigencia nacional en la Ciudad de México, fracaso luego del cual propuso que la participación de Oaxaca (léase COCEI y su corriente) en el Segundo Congreso Nacional del PRD fuera "masiva" -¡aplausos!- para imponer los "resolutivos" de la reunión entre "amigos". Con un despliegue inexplicable de recursos, la COCEI viajó en varios camiones rentados a la Ciudad de México, pero el Congreso Nacional desconoció su farsa de "congreso" estatal, sus chantajes y montoneras formas de presión. Antes o después, Rufino fue "electo" como Héctor y nadie lo reconoció. Los medios locales hacían un olímpico pitorreo de sus intentonas y creo que ellos ni siquiera se enteraban. No fue sino hasta 1997 cuando las primitivas tribus del PRD oaxaqueño -que, por lo menos, una vez terminaron a sillazos y botellazos- lograron una legítima y civilizada elección de su comité directivo con Saúl como presidente.

A mi paso fugaz por la oficina de gestoría en Oaxaca, me cayó gordo que Héctor hiciera una huelga de hambre para protestar por el encarcelamiento de Alfredo López Ramos, un cacique local que -según la indignada voz que llegó a mis oídos- había reprimido a la COCEI como presidente municipal de Salina Cruz y quizás había cometido peculado como director de zona en Pemex, aunque la acusación viniera del PRI, que sabía bastante de su calaña, pues el personaje había sido alcalde un par de veces, la primera desde 1981, y regidor, ¿por qué partido creen ustedes? Cuando edité su conversación con José Antonio Estefan Garfias, también llamado Pepe Toño, el otro yo me preguntó: ¿Qué le debes a esta gente? ¿Qué tienes en común? ¿Qué haces aquí? Y sobrevino un conflicto moral interno. Mientras estuve allí, también la presencia de los dos agentes de la policía judicial que acompañaban a Héctor era casi imposible de tolerar, al menos para mí, tanto que nunca subí al mismo coche que ellos; preferí el transporte público siempre, o caminar. Un atentado le daría razón a la escolta en 1999, pero yo estaba muy lejos ya, física y mentalmente, de ese mundo.

Hasta donde presencié, Héctor dejaba que Norma y Rufino sabotearan el proyecto de cambiar al PRI por el PRD en el gobierno del estado -aunque fuera solo un cambio formal para luego decepcionar a todos rotundamente- porque no tenía la inteligencia, la sensibilidad o capacidad de percepción para reconocer esa misma cualidad en sus paisanos; tampoco el instinto político, a falta de preparación intelectual... en suma, no estaba a la altura de su propio proyecto, y el PRD, mucho menos; este partido sirve para encumbrar engendros del PRI, como Gabino Cué,
y nada más.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 3:54 AM

Febrero 18 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Octava parte)

Cuando mi papá cumplió 60 años en abril de 1998, Gustavo Reyes Terán se apersonó en la fiesta; me informó que Héctor Sánchez había corrido a Norma y compañía de su oficina en Oaxaca. "¿Y quiénes crees que están allí ahora? Tus amigos, Óscar Cruz y Feliciano", lamentó. "¡Qué bueno! -exclamé- Cualquiera es mejor que tu hermana y su gente; hasta ellos, vaya". No le dije que Feliciano había vuelto a ser quien era cuando nos conocimos en Juchitán más de ocho años atrás y, efectivamente, llegamos a ser amigos. "Ya está calmado", comentó Saúl Vicente, por su parte, cuando coincidimos en Oaxaca y la COCEI hizo un plantón frente al palacio de gobierno, donde coincidí también con Feliciano, cuyo trato era bastante afable, pero yo todavía no daba crédito; en vez de calmado, me parecía cansado y, más que afable, diplomático. Ya platiqué en la serie anterior cómo logró sacarme de la empecinada incredulidad cuando la caravana zapatista pasó por Juchitán. En esa ocasión, por cierto, entré al espacio designado a los periodistas durante la recepción pública y escuché a más de un@ abominar de la contestación: "Ahora no tengo tiempo de hacer declaraciones", o "ahora no estoy para declaraciones". Luego del plantón en Oaxaca, Feliciano regresó a Juchitán o adelantó su migración a Cuba, no así Óscar Cruz, quien dirigía una oficina, en alguna medida paralela a la de gestoría senatorial, a donde iba de vez en cuando y de entrada por salida, y saludaba con ostentoso elitismo, administraba sus saludos con una selectividad exquisita y excepcional, reducida generalmente al destinatario de su excelsa visita. Si alguien le preguntaba algo (la hora, por ejemplo), contestaba: "Ahora no tengo tiempo para declaraciones"; de ese tamaño, así de grotesca era su personalidad, quizá porque no tenía ningún poder qué detentar o ejercer, pero más grotesco aún era que otros dirigentes de la COCEI imitaran su estilo, su manera de cotizarse, pretendiéndose inaccesible. La primera vez que me salió con eso, le expliqué mi pregunta, sorprendido y asombrado por sus ínfulas o más bien su inflamación; la segunda vez, le dije: "Qué bueno que no tengas tiempo de hacer declaraciones, porque si lo tuvieras, harías declaraciones. Ahora responde lo que pregunté". En otras palabras: No pinches mames con tus pinches mamadas, pinche mamón. Todos en la oficina de gestoría, sin excepción, deploraban su prepotencia y altanería, sus desplantes despóticos y estúpidos, en otras palabras, mamones y pendejos, valga la redundancia, porque solo alguien muy pendejo puede ser tan mamón. Y aun así, la dupla o mancuerna política / burocrática de Óscar y Feliciano era preferible (al cabo yo estaba libre ya de padecerla) al clan Reyes Terán y compañía o la pareja Norma / Rufino y su red mafiosa, como quedaría demostrado con su traición; de hecho, era elegir entre Héctor y Murat o Ulises Ruiz, y tolerar mamones a cambio de traidores, pendejos en lugar de hijos de la chingada no menos pendejos. Pero Gustavo quizá no lo sabía y tampoco supo qué responder a mi comentario; estuvo una hora más o más bien de más en la fiesta de mi papá y se fue con cara de pocos amigos. ¿Tendrían amigos los hermanos Reyes Terán, además de cómplices que, para ellos, es lo mismo?

Ya dije también que todos perdimos con la traición de Norma y su gente, salvo Norma y su gente, obviamente, y mi papá no fue la excepción, pues perdió un "amigo" por el que estaba dispuesto a perder un hijo; después de la fiesta, lo buscó para que fueran a comer, platicar y difamarme a toda madre, para hacerle alguna consulta médica, para invitarlo a alguna de sus funciones, y Gustavo siempre inventó algún pretexto para no volver a tratar con él.

Desde que mi papá salió con el diminutivo reduccionista de las "cervecitas", pasaron seis años durante los cuales aproveché cada oportunidad para explicarle, con ejemplos didácticos y todo, lo que sucedió en Oaxaca, lo que habíamos apostado, lo que estuvo y seguía en juego, y el tamaño de la diferencia entre esa realidad y unas "cervecitas", entre lo macro real y lo micro imaginario, pero el viejo, en vez de entender algo y sentir un ápice de vergüenza, llevó el reduccionismo oligofrénico hasta sus últimas consecuencias; cuando reproché la cobardía y complicidad al amparo de la demencia y la falta de carácter y dignidad, contestó: "Discúlpame, pero, por deformación profesional, sé que meter alcohol a un lugar de trabajo es motivo de despido". ¡No te disculpo, microcéfalo! Afortunadamente, la "deformación profesional" no es hereditaria. ¿Así llama la deshonestidad a la locura, o al revés? ¿De qué magnitud ha de ser la capacidad de autoengaño y autocomplacencia o la vocación de irrealidad para llamar así a la muerte mental? Esa reivindicación ocurrió cuando Trova para los Niños ya no existía y, mientras existió, mi papá y otros metieron alcohol nada más las veces necesarias para que siempre hubiera, aunque no fuera necesario, pues el viejo verde con excentricidades de nuevo rico, diletante, hiperactivo, disperso, desquiciado y, en consecuencia, decrépito, además de ser alcohólico, estaba ebrio de poder económico. Si alguna de sus aturdidas neuronas captó que Héctor había echado a Norma de su oficina, quizás atribuyó el hecho a que ella metió unas "cervecitas" (reduccionismo que mira la paja en el ojo ajeno a través de la ceguera demencial y deshonesta). ¿Se habrá enterado el deforme "profesional" de que Héctor perdió las elecciones y, además del clan Reyes Terán, lo traicionó "el PRD nacional" y, al año siguiente, intentaron matarlo a balazos los sicarios del sátrapa en turno, comandados por un defensor "legal" de narcotraficantes? ¿Se habrá enterado acaso de que "el PRD nacional" premió la traición de Norma y Rufino con una diputación federal y después la traidora number one se incorporó al gabinete de Murat y la suplió su marido en el Honorable Congreso de la Unión? De hecho, "el PRD nacional" optó por Murat y sus pistoleros. ¿Habrá permitido el acúfeno y la dispersión mental escuchar algo de eso, antes de reducirlo a unas "cervecitas", al cabo La Jornada, el principal medio de desinformación y difamación al respecto, entrevista de vez en cuando al señor de la "deformación profesional" y él cree que es la neta del planeta? Mientras La Jornada y Radio Educación (otro síndrome de muerte en vida, otro símbolo de indignidad) sepan que un niñito chiquitín tiene una vaquita pintita, lo demás importa una chingada...

La usurpación del gobierno del estado por Ulises Ruiz y su banda, y la guerra criminal contra el pueblo de Oaxaca desatada con apoyo militar y paramilitar bajo el mando federal espurio, no obstaron para que Norma y Rufino mantuvieran sus buenas relaciones con el poder; ahí sigue ella, tan campante y feliz como inamovible, asimilada sin conflicto interno de ninguna índole a la descomposición del régimen, a la deshumanización bestial de una tiranía totalitaria que ha sido laboratorio local para hacer del estado de excepción la regla general en el país; ahí sigue la tirana en ciernes, bajo las órdenes de un asesino serial que la ratificó en el cargo porque se ha portado bien, lo cual extiende su traición tanto en el tiempo como en el ámbito de las relaciones personales: mientras Aline Castellanos, por ejemplo, después de ser la favorita de los hermanos Reyes Terán para sustituirme, tuvo que vivir desterrada y casi escondida en la Ciudad de México, antes de exiliarse durante un año en Venezuela, por tres órdenes de aprehensión consecutivas y un cateo a su domicilio particular, como parte del hostigamiento y la persecución del poder usurpado y ramificado, la tiranita siguió los pasos del tiranosaurio rex en jefe: con la cobardía que me evadió casi una década antes, ahora desde la dirección del Instituto de la Mujer Oaxaqueña, mandó amenazar y vigilar a Graciela Atencio, una periodista argentina que había renunciado como protesta por el arribo de la PFP y la suspensión de las garantías individuales, que señalaría después el oscuro manejo del dinero público por Norma (o sea, lo normal) en esa patraña que, si acaso ha hecho algo en relación con la marea de secuestros, violaciones, torturas y asesinatos de mujeres, ha sido sacar provecho material, pues no hay mejor negocio que la tragedia humana; la suripanta prohibió además al personal del IMO tener contacto con la periodista, incomunicándola y aislándola para gestionar su deportación: no fuera contagioso el ánimo de protestar por el terrorismo de estado, la violencia y barbarie de la tiranía más brutal, irracional y destructiva que ha padecido Oaxaca en toda su historia, pues la defensora de mujeres podría quedar desempleada.

Cuando Saúl Vicente asumió la presidencia del Comité Ejecutivo Estatal del PRD, Norma tomó la palabra en la pasarela que siguió a la toma de posesión y se autopropuso para dirigir el IMO, justificando su ambición con pura demagogia seudofeminista, que ni siquiera leyó bien, pues obviamente no la escribió ella; cinco años después, llegó a donde quería por la vía de la traición, en primer lugar al pueblo de Oaxaca, en segundo lugar al partido que decía representar como diputada local y luego federal, partido político secuestrado por una especie mutante de salinismo, y en tercer lugar al partido social de la mujeres; el arribo de Reyes Terán a la dirección del IMO, pago del gobierno y el PRI por su traición, coincide con la consolidación de Oaxaca de Juárez como la entidad local con más femicidios en el país, después de Ciudad Juárez, Chihuahua: 351 niñas y mujeres fueron asesinadas en tierras oaxaqueñas entre 1999 y 2003. ¿Qué hizo el IMO al respecto, además de simulacros, farsas y montajes, para allegarse recursos en cantidades montañosas, financiamiento federal y local de magnitudes inversamente proporcionales a los resultados reales en la atención a la llamada violencia de género, su prevención, la protección y defensa de las mujeres, la reparación de los daños a las víctimas, la persecución y el castigo a los victimarios, la impartición de justicia y educación, la promoción de una cultura contraria al sistema patriarcal? La respuesta está en el cinismo con que la directora enquistada "informa" al Congreso local sobre su desempeño, mareándolo con palabrería y omisiones, y remitiéndolo al sitio web del Instituto: exhibir la naturaleza de gente como ella, que hace de la política un negocio y de la tragedia, otro; eso es lo que ha hecho, y acumular agravios, desprestigio, falta de credibilidad. Su complicidad fáctica con el poder criminal que destruye mujeres y niñ@s impunemente, que reprime la protesta social y toda expresión del descontento popular en vez de atender sus causas, equipara a Norma Reyes con All Capone, cuyos principales y mayores crímenes quedaron impunes, pero acabó en la cárcel por evasión fiscal. Si el Congreso local auditara el paso de la cacique o dictadora en miniatura por el IMO desde el principio hasta el final, ella terminaría en la cárcel por peculado y, al salir bajo fianza, reconocería tácitamente su culpablidad, aunque lo mejor sería que no tuviera derecho a fianza.

Ahí le dejo esa tarea, bola parasitaria de inútiles; pónganse a trabajar y sirvan para lo que deberían, pinches títeres.

Mientras la dictadura del PRI en Oaxaca tenga continuidad y adeptos, habrá huesos para los perros dóciles, domesticados, amaestrados, fieles... "Contigo hasta la ignominia", parece ser la consigna. Si ladra la perra que parece brava, pero es más bien ladrona, el gran capo truena los dedos y ella mueve la colita y saca la lengua; si él ordena que se ponga, ella obedece.

Para desgracia de México, tiene razón Francisco Toledo: lo que debe hacer toda la "clase política" para que Oaxaca empiece a cambiar es desaparecer.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 9:04 AM

Febrero 12 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Séptima parte)

Mi error no fue publicar la crónica de nuestra visita a una comunidad en conflicto, sino asumir culpa masoquista y apriorística por una marejada represiva como posible consecuencia, aunque no existiera ese peligro y fuera más bien preocupación histérica, desproporcionada y falsa de Reyes Terán, paranoia utilitaria, deshonesta, oportunista y sádica, obviamente asesorada con el mismo dolo que había puesto en ridículo a Héctor Sánchez y había sacrificado al candidato a diputado federal más preocupante para el PRI en Oaxaca. La posibilidad de una cacería como la que tenía lugar en Loxicha, pero a menor escala, me hizo sentir tan culpable como si ya hubiera ocurrido o fuera inminente, a pesar de la consideración contraria de Pedro Matías; a pesar de que la publicación pasó primero por el visto bueno de Rosy Ramales, reportera estrella del diario Noticias y corresponsal de Associated Press, la periodista más prestigiada y respetada en Oaxaca [1]; a pesar de que Santos, defensor legal de la comunidad, no había expresado ninguna objeción a la crónica, ni antes ni después de publicada, y su actitud era de solidaridad sin reservas conmigo; a pesar de todo, mi remordimiento llegó a ser tanto que intenté ahogarlo en alcohol y, antes de quedarme sin un peso (para acabarla de chingar), fui a la Casa del Mezcal, cantina con fama de "tradicional", pero deprimente y hostil para alguien en crisis moral; de por sí, ese pestilente lupanar es una porquería y no se lo recomiendo a nadie, independientemente de su estado de ánimo, ni siquiera para terminar de caer o decaer. Al tugurio bajo la tiranía enana de quienes ejercen su desbordante poder desde atrás de la barra, llegó también un conocido.

-¡No mames, Iván! -espetó después de escucharme- Si el gobierno tuviera algún interés en esa comunidad ya habría barrido con ella sin necesidad de pretextos y, si necesitara pretextos, ya los habría inventado. ¿No has visto qué clase de gente es y cómo se las gasta? ¡No has hecho nada malo, no mames! ¡Ya deja de torturarte! Lo que deberías hacer es denunciar a esa hija de la chingada con todo el material que tienes; las de ella sí que son chingaderas y harías mal si las callaras. Te dejo, porque no quiero verte así.

Ese conocido pasó una temporada en la cárcel nueve años después, al desatarse en Oaxaca la rabia criminal del chacal Ulises Ruiz y de Felipe el espurio (chacal no menos espurio y espurio no menos chacal), a quienes obedece hoy Norma Reyes y no me cuesta nada imaginarla en el protocolario acto de lamer los huevos del primero, si acaso tiene, como también lamería los del segundo si pudiera...

Pero yo me había tragado el veneno de la víbora y seguía bajo su efecto autodestructivo, creyendo que mi error era realmente grave, lo cual inhibía el propósito que tuve al principio, cuando ella colgó el teléfono: encararla, no permitir que me evadiera. Antes de entrar en crisis, me apersoné en la conferencia de prensa que Norma y compañía dieron en un restaurante, donde su evasión no pudo ser más evidente ni más cobarde y Rashy fingió vergüenza conmigo, como siempre hacía, quién sabe para qué; su hipocresía no obstaba, en cambio, para recibir el dinero que le envié con Aleida.

Seguí yendo a la oficina porque allí estaba todavía mi aparatoso equipo de cómputo y, en un cajón con llave, guardaba más cosas, hasta que Santos y yo hicimos una doble mudanza en su coche con apoyo del asistente mayor: dejamos el equipo de cómputo en la oficina de la Limeddh y sacamos del departamento una parte de mis pertenencias para llevarlas a casa de Santos, donde conocí la sorprendente modestia con que vivía, en una vecindad, así como el revólver que portaba, también discretamente, cuando lo puso en mis manos lleno de balas, hecho a su vez lleno de símbolos.

Supongo que había desistido de hablar con Norma un día que Héctor, ella y yo, entre otros, coincidimos en la oficina; ignoro si él había regresado muy pronto o aún no se iba; lo seguro es que la tirana en ciernes estaba muy tensa por mi presencia y entonces ocurrieron otros dos hechos simbólicos; la tensión de Norma distorsionaba su rostro hasta un punto que me hizo reír, burlándome sin lugar a dudas, pero la pobre pendeja creyó que yo sonreía con ella y, en respuesta, hizo un gesto diametralmente opuesto, que terminó de afear su cara y hacer de la fealdad una descarada expresión de maldad, como si de pronto se le cayera la máscara (palabra de origen árabe que significa rostro; una máscara es una cara más, por lo que, si alguien se la quita, descarad@ queda, pues); en seguida, pasó Héctor a mi lado y, sonriendo, me dio una palmada en el hombro, gesto afectuoso que, en significativo contraste, dijo mucho más que yo, y ese fue quizá mi último error, al menos en Oaxaca: desaprovechar la ocasión por dejar que él siguiera de buen humor, en vez de sacarlo del engaño, aunque provocara una crisis colectiva, como en 1994 y como suelen ser las crisis: dolorosas, pero necesarias por saneadoras; quizá yo no había superado mi propia crisis que amenazaba con reproducir el ciclo anual iniciado tras mi depresivo regreso de la guerra en Chiapas, así que tampoco tenía suficiente ánimo para provocar una crisis externa, aunque fuera tan posible como necesaria. Por lo menos, podía burlarme de Norma un poco más: "¿Qué pasó? ¿Héctor no estaba encabronadísimo conmigo? ¡Qué rápido se le quitó lo encabronadísimo!" Por lo visto, él ni siquiera sabía que yo estaba de más allí o de visita... Lamento no haber tenido en ese momento el coraje para enterarlo, porque no se merecía seguir en el limbo, aunque ya no me interesara trabajar con ellos.

A la errónea culpa que asumí, siguieron las penurias económicas (por segunda vez durante mi estancia en Oaxaca y tan angustiantes que hacían crisis de suyo, por sí solas o, como quien dice, de por sí), junto con el desengaño, desengaño en conjunto, que puso totalmente al descubierto mi proyecto personal allí como lo que era en verdad: una vil mentira; más que un descaro al quedar sin máscara de pronto, como si le quitaran a un fantasma la sábana y resultara que debajo había un carajo, la desilusión daba por hecho también el rotundo fracaso del proyecto político, y sobre todo, más que nada, siguió la preocupación no menos angustiante, la tensión, el miedo a entrar de nuevo en una crisis múltiple como réplica cíclica de la que había padecido en los dos años anteriores.

Dos mujeres evitaron mi recaída, o me sacaron del hoyo si acaso había caído ya: Angélica Ayala, entonces coordinadora de la Limeddh en Oaxaca, me alojó en su casa, lo que supuso dejar de pagar con dinero prestado un hotelucho de cuarta, para empezar, además de contar con el apoyo moral que fue su amistad, y Carmen Espada, una amiga alemana que hacía milagros en México a partir de mis contactos mediante sus encantos y viceversa, llegó por esos días a Oaxaca para encontrarse conmigo. Sobre esta relación y los resultados que tuvo hasta 2001, cuando nos vimos por última vez, podría escribir un libro, seguramente mejor que una serie inspirada en el desencanto y la decepción y cuyo único aliento es la frustración, la postración y la soledad, o sea, el desaliento. Por si hace falta decirlo, el proyecto que hicimos Aleida y yo fue pura llamarada de petate, un castillo en el aire que se derrumbó al primer soplido, espejismo que se desvaneció con el sueño al despertar y pasar del espontáneo distanciamiento al olvido mutuo.

Cuando regresé a Ciudad Monstruo, me recibió mi papá en la terminal y fuimos a cenar. Durante la cena, me transmitió su versión de la versión que le dieron a Gustavo y Gustavo le transmitió: que yo había metido unas "cervecitas" a la oficina, que nomás me pagaron y me fui a emborrachar (esta parte incluyó mímica) y además no cumplía con los horarios... "No había horarios", le dije. "El caso es que no estabas cuando te necesitaban", modificó, acomodó, puso a su modo, pues. "El caso es chingar", corregí. Era obvio que se trataba de justificar una injusticia con tantas pendejadas como para ofender a cualquiera con un ápice de percepción inteligente y sensible, carácter, dignidad y esa clase de cosas absolutamente ajenas a mi papá, quien sabía del pretexto para librarse de mí porque se lo informé desde Oaxaca, pero resultó inmenso para su minúscula capacidad de asimilación y optó por las "cervecitas". La imbecilidad extrema era tal que todavía imagino a Gustavo refiriéndose (con una sarta de sandeces difamatorias) al contexto en segundo o tercer plano de lo trascendente, sin saber que hablaba con un microcéfalo que reduce todo hasta que le cabe algo en la cabeza. Otra posibilidad es que Gustavo, con el dolo característico de los hermanos Reyes Terán, aprovechara la característica disposición de mi papá a escuchar pendejadas con cara de pendejo y creerlas, para que La Familia (nombre de La Mafia, también llamada El Hampa y Cosa Nostra) justificara su injusticia, nomás por chingar, por darle continuidad a su chingadera, con sadismo y ánimo destructivo, que yo habría dejado atrás si no fuera por la prestancia abyecta y la tácita complicidad de mi papá. En mi primer intento de que sus neuronas entraran en actividad, el señor dispersión oligofrénica pasó de las "cervecitas" al tema de los toros. Camino a mi departamento, volví a intentar que reaccionara, pero... "Gustavo es a toda madre", dijo con voz de idiota y cara de idiota, como si fuera su hermano y como conclusión de todo, cuando nos despedimos.

Carmen Espada y yo caminábamos de noche por Coyoacán al encontrarnos con Gustavo, también en compañía femenina. Él deploró el "carro completo" del PRI en Oaxaca. "Esa gente no cambia, no tiene vergüenza", dijo. "El PRD tampoco", repliqué. "Lo más cómodo es culpar al PRI de que Oaxaca no cambie y evadir la crítica, en vez de someterse a una mirada autocrítica". Me preguntó si yo estaba enterado del escándalo por la publicación de una conversación entre los candidatos del PRD y el PRI en el mismo distrito. "¡Es indignante lo que puso al descubierto, lo que había debajo de la cloaca!" -exclamó, y me pareció muy raro que le hablara de "cervecitas" a mi papá y no supiera que el artífice de aquel escándalo era yo; me abstuve de informárselo por discreción ante Carmen Espada, quien había difundido en Alemania que los campamentos civiles de paz en Chiapas eran idea mía. Inflarme como sapo en la primera oportunidad, pregonando ser "el cerebro de un escándalo mediático", es lo que haría su hermano El Bicho en mi lugar; es lo que hacía una gran vedette de Radio Educación, engolando la voz para decir: "Soy la directora del proyecto" (en vez de la productora del programa), antes de irse a Gobernación. Carmen tenía conocimiento del escándalo, y yo, mejores hazañas qué presumir a mis nietos; esa era más bien vergonzante. Lo importante, pasadas las elecciones federales de 1997, que dejaron al PRD con muy pocas posibilidades en Oaxaca para las elecciones locales del año siguiente, era la extensión del ninguneo por la vía del parentesco: segurísimo que el gobierno del estado y su partido (incluso el gobierno federal) sabían perfectamente lo que Gustavo ignoraba o fingía ignorar; entonces me cayó un veinte más inteligente que instintivo, y hasta escuché una voz imaginaria, ordenando a Norma y Rufino: "¡A la chingada ese cabrón! ¡A ver cómo le hacen, pero no lo queremos allí el día de las elecciones!"

-¡A sus órdenes, jefe! -escuché que Norma y Rufino contestaban a Diódoro Carrasco, Estefan Garfias, o al villano que prefiera el respetable.

(Continuará...)

1. Eso dice cuán poca cosa es el gremio periodístico en Oaxaca. Rosy Ramales era (gloria pretérita) la periodista más respetada cuando fue citada a comparecer a petición de un tal Héctor Sánchez por lo que publicó sobre el financiamiento de su campaña electoral. En este caso, no tengo información de primera mano, pero es de suponer que el candidato a gobernador se dejó mal asesorar una vez más y cometió un error muy torpe (uno más) al permitirse un acto inhibitorio del ejercicio periodístico, intimidación propia del poder autoritario: ¿Quién quiere un mandatario que manda en vez de obedecer, como el sátrapa en turno, que manda matar a sus adversarios, como el anterior, que manda sacar de circulación diarios como Noticias de Oaxaca porque son insumisos? Rosy Ramales es tan seria y profesional que me atrevo a descartar un manejo doloso de su información, una calumnia y difamación, o desinformación de otro modo; lo supongo a riesgo de equivocarme y sin motivación alguna de solidaridad gremial (por el contrario, me cago en ese pinche gremio culero, al que padecí durante años en Chiapas, el más corrupto, después de la policía y los políticos). Le debo más agradecimiento a Héctor, que me dio primero alojamiento en su casa y después trabajo, pero... ¿a quién se le ocurre amedrentar al paradigma del buen periodismo en Oaxaca? A sus asesores infiltrados por el gobierno y el PRI en la oficina de gestoría y el PRD, seguramente. No es casual que al día siguiente de que Rosy Ramales fuera citada, Norma Reyes interpusiera una demanda en contra de otra reportera local por causas idénticas. ¿Héctor ya había roto con ella? Qué raro, porque se comportaban igual, como si fueran la misma cosa en un juego de espejos, síndrome del poder autoritario, despótico, intolerante a la crítica, la denuncia pública, el señalamiento de sus errores. Héctor sentó un precedente que habla bastante mal de su actitud hacia los comunicadores, con Rosy Ramales, y envió un mensaje amenazante a los electores, mientras medios como La Jornada no solo desinformaron al público durante años sobre su carrera política, sino que hicieron una campaña rabiosa de gran desprestigio, muy efectiva finalmente, por de más exitosa, y viven en la impunidad; nunca faltan retrasados mentales que siguen considerando a La Jornada como la neta del planeta, cuando en realidad es una mierda.

[] Iván Rincón 10:43 AM

Febrero 7 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Sexta parte)

Algo que podríamos llamar antisabiduría o contrasabiduría consiste en aprender lo malo de la gente mala para ser peor; eso hacía yo inconcientemente o lo intentaba concientemente; en vez de negarme a "hacer la campaña de Barrita" cuando Norma tuvo la desvergüenza de pedírmelo, haría su negación en los hechos, desquitándome así del ninguneo. Si trabajara horas extras, pensé, las invertiría en el periodismo, pero... ¿ya dije que Oaxaca era un mundo sorprendente de coincidencias?

Para un próximo acto de campaña electoral, Santos sería el enlace con una comunidad a la que representaba en un conflicto de linderos; su despacho jurídico atendía los asuntos legales de poblados tan vulnerables y marginales como inaccesibles y recónditos. La noche del acto, Héctor Sánchez tenía una reunión con candidatos a presidentes municipales. Matajari me pidió la grabadora reportera y se la presté sin prevenirla de que solo podría usarla unos minutos (ahora sería yo quien la dejaría sin esa herramienta a mitad de una tarea); cuando salimos, tuvo que devolvérmela, sorprendida. En el camino, revisé el material que llevaba y descubrí que ella había dejado un casete adentro; lo escuché y descubrí que había grabado la reunión del senador con los candidatos. ¿Por qué? No era una reunión pública ni abierta a los medios de comunicación. En estos casos no solo es válido especular, sino indispensable, así que pongo a consideración del respetable las siguientes hipótesis para que elija la más inteligente o haga su propia combinación: 1) Aunque no era su trabajo (reducido a la relación de Norma con los medios en el Congreso local), por iniciativa personal y buena onda, Matajari ofreció hacer una memoria o relatoría de circulación interna. 2) Aunque tampoco era su trabajo, sino mío en todo caso, Matajari ofreció redactar un resumen de la reunión como boletín de prensa (creo que no sabía escribir, pero aprendería, porque ya era hora). 3) Héctor le pidió que hiciera alguna de las dos tareas o las dos, porque sabía (a diferencia de Matajari y todo cuanto ignoraba de su propia oficina) que yo estaba por salir a cubrir un acto de campaña. 4) Héctor le pidió que hiciera alguna de las dos tareas o las dos, pues no confiaba en mí desde que alguien le dijo que yo me acostaba con una diputada priista y además había cometido fraude o robo y abuso de confianza en grado de tentativa. 5) Matajari aprovechaba esa reunión como pretexto para dejarme sin grabadora, pues ella no tenía nada mejor qué hacer y yo era simplemente imbécil. 6) Matajari hacía una farsa para devengar ante Héctor su injustificable sueldo en esa oficina. 7) Matajari era espía... Quizá por salud mental, Héctor prefería confiar en la gente que lo rodeaba, y no era motivo de suspicacia que hubiera una grabadora prendida en una reunión cerrada, cuyos temas a tratar tampoco eran secretos, aunque esa grabadora fuera manipulada por la "amante" de un diputado priista. Dar a conocer en conferencia de prensa una conversación privada entre los candidatos del PRI y el PRD al mismo cargo, había sido un golpe mediático muy fuerte y sin precedentes en Oaxaca (¿los habría en alguna otra parte del país?), por lo que, además de su habitual espionaje, 8) Matajari andaba en busca de materia prima para que el PRI devolviera el golpe. Todo indica, por cierto, que el cisma político sucedió durante mi segunda quincena en la oficina, que estaba por terminar, y había tenido como consecuencia secundaria y encubierta el repliegue táctico de Norma a la "Casa de Campaña" para evadirnos (a Héctor, a Santos, a mí), pero no la suspensión del autosabotaje y el espionaje, también encubiertos.

El acto de campaña expuso la calaña de Barrita, que parecía indiferente a su propio desprestigio, como quien suele ser el último en enterarse, quizá por una capacidad muy priista de autoengaño... Desandamos el camino de regreso en unánime silencio; ni una sola palabra salió de la boca de nadie, y especialmente Santos hacía de su mutismo una gélida piedra contagiada por el frío de la comunidad, que toleró el discurso de Barrita sin disimular el tedio y aplicó su ley del hielo más allá de los linderos en disputa. Al día siguiente, me debatía pensando qué informar sobre la campaña electoral de un candidato en cuyo discurso no había más que demagogia y otras formas de vacío, cuando entró Santos al cubículo de Norma que ya era mío y lamentó amargamente que el PRD tuviera un candidato como Barrita. "Hasta ganas me dan de que no gane las elecciones", dijo; "si por mí fuera, las perdería y aun así no se me acabaría la vergüenza con la comunidad". No cuestioné que hubiera presentado a alguien sin conocerlo, pues mi error era muy próximo al suyo; decidí que, en vez de informar sobre la campaña, escribiría una crónica de la visita como lo haría cualquier periodista independiente; reseñé que, por nuestra seguridad, un grupo de personas armadas había salido a bordo de dos camionetas a la desviación de la carretera para encontrarse con nosotros y acompañarnos del crucero a la comunidad y de regreso; era una cobertura de alto riego y eso hacía intrascendente el soporífero discurso de Barrita que no consideró ni respetó el tiempo de la gente allí reunida.

Con la única excepción del discurso inaugural de Cuauhtémoc Cárdenas en el Primer Congreso Nacional del PRD (1990), que resumí para el periódico 6 de Julio, yo jamás haría refritos de discursos y esa menos que nunca sería otra excepción. La crónica fue publicada un día después por el diario Noticias de Oaxaca y le pedí a Santos su opinión. "Interesante visión la tuya", dijo. Luego llamó Barrita para preguntarme qué había enviado a los medios sobre el acto de campaña y le respondí con franqueza que su discurso no contenía propuestas y, como tampoco podía escribir eso en un boletín de prensa, había hecho una bitácora de viaje a manera de crónica, y lo remití a su lectura en el periódico; dijo que ya la había leído y que él colaboraba con El Imparcial; le sugerí que publicara allí, cuando los tuviera, sus planteamientos programáticos, porque la demagogia, la verborrea desarticulada como discurso de tartamudo, el egocentrismo sin propuestas de alternativa al desorden imperante, no daban de qué hablar o, al menos a mí, no me servían como material de trabajo; esa era una sutileza que implicaba el intuitivo acierto de no haber convocado a los medios; él estuvo de acuerdo o fingió estarlo con una actitud bastante pusilánime que hace imposible imaginarlo, comunicándose inmediatamente a la "Casa de Campaña" para quejarse con Norma, quien llamó cinco minutos después para decirme que Héctor y Barrita estaban "encabronadísimos" conmigo y, a partir de ese momento, prescindirían de mis servicios (pinche frase que nomás a oaxacos de la más baja ralea les he oído). Unos diez minutos antes que Barrita, había llamado Héctor y, aunque no platicamos, me hizo sentir por primera vez que le daba gusto escuchar mi voz al otro lado del teléfono y que yo lo reconociera de inmediato (que no fuera la manipuladora del dinero ni algún débil mental, quizás), y me comunicó en seguida con su principal asistente para que nos enviaría un fax... En otras palabras, Norma era más cuento que la caperucita roja y se lo dije, pero ella salió con que yo había expuesto a la comunidad al riesgo de un decomiso de armas y que, si la policía y el ejército hacían una incursión represiva y una detención en masa con esa excusa, la culpa sería mía. Eso, en cambio, sí me pudo, pero no cedí; le dije que los riesgos se prestaban a discusión, y ella (muy ella) entendió pelea por discusión. "Mejor nos la ahorramos", contestó. "Estás viendo que tratan de vincular a Héctor con el EPR y todavía publicas que en esa comunidad hay un grupo armado". Le dije que había leído mal, que la suya era paranoia, y le propuse discutirlo para que no confundiera un conflicto de linderos con una guerra de guerrillas y, mucho menos, con el montaje de una guerra de guerrillas; pero ella espetó que ya no teníamos nada de qué hablar y colgó.

Entonces comenzaron a caerme los veintes, uno tras otro, como cubetazos de agua helada: a estas alturas del relato es bastante obvio y redundante que a Norma le urgía librarse de mí y solo esperaba tener un pretexto, pero hasta ese momento lo entendí; yo había cometido un error (más de uno, desde que empeñé mi tiempo libre a "la campaña de Barrita" y, mucho antes, desde que acepté incorporarme a una oficina con vicios de origen), pero su llamada era cien por ciento deshonesta y dolosa, o mil por ciento, desde la mentira de que Héctor y Barrita estaban "encabronadísimos" conmigo; además era estúpida y cobarde. Si quienes cometen errores se fueran, aquí no quedaría nadie, pensé, y ella sería la primera en largarse, pero ese razonamiento estaba equivocado, pues Norma y su gente no cometían errores, sino canalladas, traiciones y delitos.

He aquí otro ejemplo: Héctor Sánchez tenía la mayordomía de una vela en Juchitán, pero su trabajo como senador y coordinador de la fracción parlamentaria del PRD en el Senado no le permitía atender ese compromiso, así que lo encargó a su oficina en Oaxaca, y Norma, como responsable de las finanzas, encargó a su vez las compras a Matajari, quien creyó estar ante una gran oportunidad de embolsarse más dinero y entregó cuentas infladas, tanto que su matrona "se las olió" y envió al chofer a verificar los precios; una vez confirmada la tranza de Matajari, Norma la regañó, Matajari lloró y Norma la perdonó. Fin del cuento. ¿De dónde, pues, tanta prisa por echarme de allí, cuando Matajari, además de ser espía presumiblemente y suripanta de un diputado priista, no había cometido un error, sino fraude y abuso de confianza, intento de robo o robo en grado de tentativa, como diría un abogado y como ya he dicho aquí tres veces? Esta historia era conocida por todos en la oficina, salvo acaso por Héctor, el más desinformado y el menos incorporado. Aunque yo también la conocía, dejé que me la contara de nuevo uno de los asistentes de Santos para luego preguntarle: "¿Y el chofer sí es honesto?"

-¡Aquí nadie es honesto! -respondió- ¿Por qué crees que se deshicieron de ti tan rápido? ¿Por qué crees que nadie ha durado más tiempo que tú en el cargo?

Nunca sabré si el área jurídica estaba incluida en la generalización de que "nadie es honesto", pues me abstuve de seguir preguntando. Yo creiba que esa gente sí era honesta, y quería creerlo todavía; según el abogado, que siempre me transmitió la sensación de que su autoestima andaba a la baja por el ninguneo, Norma propiciaba que la gente delinquiera, pagándole una miseria; él insistía en que ella me debía la segunda quincena y que yo podía cobrarla; más que una discusión o pelea, si algo se ahorraba la honorable diputada era mi sueldo, efectivamente; su pretexto para romper la relación conmigo había sido bastante oportuno.

El día de la ruptura, ya entrada la noche, encontré cerrado por dentro el departamento en donde "vivía"; toqué a la puerta un buen rato, pero nadie me abrió y tuve que pasar la noche en un hotel. Les envié con Aleida a Rashy y El Bicho lo que me correspondía por la segunda quincena de renta, no sin comentar que me habían dejado afuera, y ella sugirió que no les pagara; al día siguiente, le dije que tenía razón, que me devolviera el dinero, pues estaba en ascuas, pero ella salió con que ya lo había entregado y además le explicaron el "accidente" de encerrarse por dentro. Al parecer, había epidemia de ingenuidad o deshonestidad con disfraz de ingenuidad, o sea, doble deshonestidad, pero alguien de una especie muy otra me hizo cambiar de parecer...

Yo tomaba café en el corredor turístico, cuando me saludó Pedro Matías Arrazola, corresponsal de Proceso en Oaxaca, y comentó que estaba por llamar a la oficina para pedirme información. "Ya no trabajo allí", le dije; "estás informado". Él reaccionó sorprendido y tomó asiento a mi lado para preguntarme por qué; le platiqué acerca de la crónica y me preguntó qué había sucedido con la acusación de peculado. "Norma pagó la fianza y, como esa es una forma de reconocer tácitamente la propia culpabilidad, inhabilitó al candidato", respondí; "por eso ahí tienes ahora a la bestia del hijo, haciendo campaña".

-¡Eso sí está grueso! -exclamó el colega.

Pedro Matías es el único periodista que me llama "compañero" y esa vez dio un ejemplo de compañerismo que debería servirle de lección al gremio en Chiapas, que es puro egoísmo, pura envidia y competencia desleal... Él consideraba que mi error no era tal, pues había un precedente importante de otro periodista que acompañó a Cárdenas en sus giras de campaña por todo el país y relató un pasaje idéntico al mío; aquella crónica fue publicada en su momento por la revista Proceso y después en un libro que reúne el recuento de la experiencia que significó acompañar a Cárdenas, y nunca tuvo desmentidos ni reclamos a manera de réplicas ni, mucho menos, provocó una incursión represiva. Lo que había hecho Norma, en cambio, era mucho más grave para Matías Arrazola. "Políticamente, fue lo peor -dijo- y, desde un punto de vista periodístico, lo que tú hiciste no fue ni siquiera un error".

-Convence de eso a la comunidad cuando la policía y el ejército hagan una detención masiva con la excusa de un decomiso de armas -le contesté.

-No creo que ocurra semejante cosa y la mejor manera de evitarla es dar a conocer públicamente, lo más que se pueda, el caso de esa comunidad.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 9:19 PM

Febrero 3 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Quinta parte)

Cuando cumplí una quincena en la oficina de gestoría, la táctica para anularme había rebasado sus tres primeras fases: posponer todo lo posible mi incorporación; simular que yo no estaba allí o no existía; sabotear cualquier intento mío de hacer algo; esas etapas habían tenido éxito, pero estaban agotadas, así que ahora seguía el plan cuatro: echarme de la oficina y hasta del departamento que rentaba en cuanto se presentara un pretexto.

La fase tres fue grotesca y sumamente frustrante para mí (a esa especie de gente, por lo visto, no le cuesta ningún trabajo impedir el de otros); consistió, más que nada, en disponer de la computadora que yo usara y de mi grabadora reportera, siempre a la mitad de una tarea o cerca de terminarla. Norma podía comprar suficientes grabadoras o equipos de sonido portátiles para no afectarme; antes de mi llegada, había regalado cosas así a quienes cubrían esa fuente, reporter@s más o menos barat@s en su mayoría, fáciles de comprar o sobornar, como uno que, gracias a las dádivas de Norma, escribía que ella era la única diputada local del PRD, a quien Polín, como coordinador de la fracción parlamentaria, no podía controlar porque era una mujer independiente, ingobernable y muy brava, entre otras lambisconerías de quien escribe para favorecer a quien responda y corresponda el favor (si eso es periodismo, en el mejor de los casos, es mercenario o está prostituido); la responsable de corromper su relación con los medios de comunicación era Matajari, cuya selectividad entre arbitraria y elitista, o sea, doblemente culera, motivaba múltiples quejas que yo recibía cuando pisaba la sala de prensa del Congreso local o dábamos conferencias. Matajari tenía una lista negra de periodistas a l@s que discriminaba y entre l@s cuales estaba Rashy (vaya paradoja), exclusión que tiene a su vez una explicación posible, al cabo este blog es mío y puedo especular cuanto se me antoje, aunque termine haciendo literatura: Matajari era amante de un diputado priista quizá vinculado con la policía, que hizo a Rashy una celebridad, secuestrándolo y sometiéndolo a interrogatorios, con los ojos vendados y las extremidades atadas, sobre los contactos del EPR, en este caso, con periodistas.

Cuando las quejas acumuladas contra Matajari fueron suficientes, me apersoné en su territorio, el Congreso local, para hablar con ella y, déspota de por sí, esa vez tuvo tal desplante que nadie, en mi lugar, habría tolerado. "Yo respeto a las putas -le dije- porque suelen ser bastante respetables, mucho más que un diputado priista, por ejemplo, a menos que finjan ser algo distinto; las putas farsantes merecen el mismo respeto que las cucarachas". En esa ocasión pegué una convocatoria en la sala de prensa y alguien hizo una excepción con respecto a Matajari, al increparme porque, entre los candidatos del PRD, había un tal Barrita: "¿Cómo es posible que tengan de candidato a un tipo tan corrupto como ese?"

En la segunda semana de la primera quincena, llegó a Oaxaca el hermano médico de la honorable diputada con mi equipo de cómputo, que instalé en un lugar de la oficina donde nadie pudiera impedir que lo usara, encerrándolo con llave... El agotamiento de la fase tres coincidió con el arribo de Héctor Sánchez por unos días, coincidencia que propició la disposición de Norma a pagarme y ceder espacio físico, pues me dio llaves de su cubículo, su archivero y su escritorio para que guardara mis cosas; mientras Héctor estuvo en Oaxaca, ella terminó yéndose a la "Casa de Campaña" (quizá para evadirlo) con todo su equipo, humano y material, y solo dejó los muebles, así que terminé ocupando todo su espacio físico, en donde instalé mi propio equipo y me sentí muy jefe.

Cuando la manipuladora del dinero y de todo cuanto podía manipular con el dinero de la oficina se dispuso a pagarme, la escena de su aparente cambio de actitud fue como de novela o más bien telenovela, pues el valor simbólico de las imágenes que concurrían en el ambiente son prácticamente imposibles de escribir, o sea, describir con palabras; ella todavía no había empezado su mudanza, por lo que ocupaba el lugar acostumbrado en la oficina; me senté de frente, al otro lado del escritorio, y observé que había dinero encima, en medio de los dos. Si ella tuviera un ápice de honestidad, yo pensaría que sentía vergüenza por haberme tenido una semana de adorno, vegetando, además de lo demás, que no era lo de menos ni está de más aquí, pero su papel durante los años siguientes ha demostrado que era y sigue siendo una cobarde; ese día parecía temerosa de algo, mi renuncia quizá, pues la exposición de motivos, estando Héctor allí, la habría dejado mal parada, o una discusión, de la habría salido raspada; quizá ya le había informado alguien que yo era tan irascible, iracundo y furibundo como Saúl o más, con la diferencia de que Saúl gritaba y amenazaba en vano, por faramalla, y yo nunca. "Oye, Iván -dijo con inusual timidez la diputada ingobernable y muy brava-, yo quería preguntarte si aceptarías hacer la campaña de Barrita". Seguramente, su miedo tampoco era vergüenza por proponerme semejante porquería.

-¿En vez de trabajar aquí? -pregunté.

-¡No! Aparte del trabajo en la oficina -contestó.

-Entonces le dedicaría nomás el tiempo libre que me dejara el trabajo aquí, al cabo ya no es posible caer más bajo -pensé en voz alta, y agregué la segunda parte porque la primera era demasiado obvia, tanto que parecía tautológica. Norma jamás conoció mi ira, mi iracundia, mi furia, y tampoco la intuyó, porque hacer algo así requiere de una sensibilidad que ella ni siquiera conocía; conocía mi franqueza desde la primera vez que hablamos y, en especial, desde que leí del ante suyo una nota de La Jornada sobre el aumento de sus propios sueldos que los diputados federales habían votado. "Por eso nadie los quiere", comenté...

Según sus palabras, por ser días electorales, todos trabajaríamos tiempo extra sin cobrarlo, y por eso ella misma estaría más tiempo en la "Casa de Campaña" que en la oficina, ya que se había comprometido con otro candidato, un patético anciano destinado a perder, como todos los del PRD, que estaban para llorar. No es por nada que al "partido del sol azteca", en vez de Perredé, lo llamen Perderé. Tampoco hacía falta mucha malicia para prever la triquiñuela que tramaba la zorra, pero pequé de ingenuo, debo confesar. Si el siguiente paso, con respecto a mí, era echarme de allí en la primera oportunidad, había que encomendarme la campaña de un candidato con fama de corrupto para que yo lo traicionara como abogado del Diablo. Lo que supuse, en cambio, es que si Norma y su gente no tenían la más remota idea ni una mínima noción de comunicación social, desde la perspectiva del inmediatismo pragmático y característico de su mediocre mentalidad, había que invertir por entero y de una vez los recursos humanos en las campañas electorales, o sea, "echar toda la carne al asador"; eso era exactamente lo que había hecho la yupiza huera, neófita y advenediza, en el fracaso del dizque Frente dizque Zapatista y el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, entre otras pesadillas infrahumanas de intravenosa obstrucción comunicacional, experiencias grotescas, estúpidas y autodenigrantes, entonces recientes, por no decir actuales, y que yo había padecido personalmente.

-Hay algo más -agregó la jefa- que no sé cómo decirte; hay una queja, porque parece como si no entendieras que aquí no hay jefes...

-¿Lo dices por tu hermanito? -pregunté, y en ese preciso instante apareció el hermanito en la entrada del cubículo, de espaldas al marco de la puerta, leyendo un periódico; la escena era entre caricatura y parodia de policía china, en la que solo faltaban dos agujeros en el periódico; inclusive dejó un pie en el piso y puso el otro en el marco de la puerta, como guarura que talonea. ¡Eso es todo! Me levanté del asiento, fui a la puerta y le dije: "Dame chance; voy a cerrar".

-¿Qué? -preguntó él.

-Que te quites; voy a cerrar la puerta.

Entonces quiso entrar y me interpuse. De haber querido, habría pasado encima de mí, por la diferencia de peso (pasaba de cien kilos, como ya dije, y quizá llegaba a los 120), pero otra diferencia de peso es que yo era un trabajador allí, y él no era más que un intruso, un invasor, cuyo "trabajo", si acaso, era estorbarme y sabotearme. "No, no, no -le dije-, no has entendido: voy a cerrar la puerta para dejarte del otro lado, es decir, afuera. ¿Me explico? Estoy hablando con tu hermana y es una plática de adultos". Ella gritó: "¡Déjanos un momento, Marcos!". Y cerré la puerta. "Deberías contratarlo como guardaespaldas; para eso sí da el ancho", le dije. "Se ve que no lo quieres", comentó ella. "Aquí nadie lo quiere", respondí; "nadie más que tú; no solo yo estoy hasta la madre; si quieres, consigo las firmas de todos, respaldando una exigencia por escrito de que saque sus narices de aquí". Al llegar, se lo pedía; a la semana, se lo imploraba, y ahora se lo exigía. "Voy a hablar con él", dijo ella y, en efecto, habló con él para instruirlo: "Sigue chingándolo, no lo dejes ni respirar... al rato cae".

Bromas aparte, la queja era que yo me refería a la responsable del área administrativa como "la secretaria"; no lo hacía por degradarla, sino porque realmente creí que era "la secretaria"; en todo caso, la discreción de esa mujer era mil veces preferible a la irrealidad prepotente y demencial en que vivía el hermanito por culpa de la hermanota y que ha de haber seguido sus pasos, cabe suponer; ha de haber hecho carrera, pasando por encima de l@s demás y aplastándol@s.

"No lo vuelvo a hacer", juré con una mano en el pecho. "Prometo no volver a comportarme como jefe", y solté una carcajada para relajarme y dar por terminada la conversación entre la jefa y yo.

Si el cisma político había ocurrido antes, otra queja en el mismo sentido la habría hecho el hijo del candidato detenido, cuando casi lo corrí de la oficina porque su trastorno impedía nuestra labor; supe que esa bestia despotricó sobre mí (¿se dice contra mí?) con Norma, lo cual no importa más que por su valor anecdótico; lo aberrante fue que, en vez de internarse en un hospital siquiátrico, sustituyó al papá en la campaña electoral. Para editar la grabación que nos dio, también fue necesario pedirle a Norma que me lo quitara de encima, y ella accedió, pero le faltaba congruencia, tratándose del hermanito, que no era menos bestia; cuando El Bicho entendió por fin que la edición sería para dar a conocer públicamente la grabación, dijo: "Yo propongo a Reforma".

-¿Para qué? -le pregunté.

-Para darle la exclusiva -contestó.

¡Pendejo! Nomás le faltaba proponer que Norma la publicara en un desplegado.

¡Por cierto! Olvidaba decir que, al término de la conversación, recibí el dinero que mediaba encima del escritorio. ¡Mil quinientos pesos! ¡Qué vergüenza! ¿Cuánto habrán recibido ellos, como adelanto, por su trabajo sucio a favor del PRI y el gobierno del estado? No perdamos de vista que, en ese momento, Diódoro Carrasco era el gobernador de Oaxaca y su nefasto sexenio de cacería y represión fue premiado por el genocida Ernesto Zedillo, nombrándolo secretario de Gobernación, así que la traición al pueblo de Oaxaca en general y particularmente al PRD local por esta mafia infiltrada y "el PRD nacional", sin dejar de ser abyecta y reptiliana, tenía muy altos vuelos.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 4:06 AM

Enero 31 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Cuarta parte)

Para las elecciones federales de 1997, el candidato del PRD a diputado por el distrito de Tehuantepec era Alfredo López Ramos, quien había sido presidente municipal de Salina Cruz dos veces; el PRI lo acusó de haber cometido peculado como director regional de Pemex, cargo que también había desempeñado, y el candidato fue detenido y encarcelado a unos días de las elecciones, luego de que el PRD, cuya corriente mayoritaria en el estado era encabezada por la COCEI, asumió primero su defensa política y después trató de impedir su detención, para lo cual Polín usó infructuosamente su fuero en un audaz intento de autosecuestro que la policía estuvo a punto de repeler a balazos; la oficina de gestoría o más bien Reyes Terán asumió por último la defensa legal del candidato, mientras Héctor Sánchez hacía una huelga de hambre en la Ciudad de México, oportunidad que la manipuladora del dinero aprovechó para: 1) quemar al PRD local como alternativa real al PRI; 2) quemar a Héctor Sánchez como aspirante a gobernar la entidad, poniéndolo en ridículo como senador; 3) quemar al candidato encarcelado, asumiendo su culpabilidad y sustituyéndolo por su hijo, que era una bestia; 4) dividir a la oficina de gestoría, excluyendo al área jurídica de la defensa legal, y 5) dividir al PRD local. Norma y compañía lograron todo eso, además del pago por su traición, cuyo éxito puede atribuirse a una habilidad oportunista muy bien asesorada o al chiripazo. Lo que resulta inexplicable es la torpeza política de Alfredo López Ramos, pues había sido objeto de vil chantaje por su contraparte priista, un tal José Antonio Estefan Garfias, que era un personaje sórdido y nefasto por donde se le viera, y lo supimos hasta que se apersonó en la oficina el hijo, cuando el papá ya estaba preso; me dijo que tenía una grabación subrepticia de conversaciones telefónicas y un intercambio verbal de sobremesa entre ambos candidatos, así que nos encerramos en un cubículo a escucharla y me pareció que salía perdiendo el acusado si dábamos a conocerla públicamente sin editar. Como ya dije, no tengo el material a la mano, pero recuerdo que López Ramos fingía reconocer su delito y aceptaba el chantaje, como si planeara una traición y no supiera que la conversación era grabada. Por todo lo que revelaba López Ramos en el intercambio con Estefan Garfias (a reserva de volver a escucharlo), no descarto que la grabación fuera iniciativa del hijo y nunca informara a su padre, y que me la llevara como un recurso tardío y desesperado. Evidentemente, no era muy brillante ese muchacho; por el protagonismo que le daba el parentesco (algo que podríamos llamar el síndrome Reyes Terán), sentía que tenía derecho a usar los teléfonos de la oficina sin pedirlos en el preciso instante que dejábamos libres las líneas para recibir llamadas en las cuales se jugaba todo por ese asunto; como no entendía que era vital mantener abierto ese canal, y además escuchaba la grabación una y otra vez en vez de permitir que yo la usara, y se comportaba como los débiles mentales cuando se drogan, saqué el casete de la grabadora y le sugerí al trastornado vástago que se fuera mejor a emborrachar. Cuando llegó Norma, le dije que ya no había tiempo de que escuchara la grabación, que debíamos editarla porque algunas partes eran tan comprometedoras que resultarían un autogol, pero El Bicho salió con que no podíamos editar nada porque eso requería de aplicar un criterio político y "nosotros" éramos "expertos" solo en asuntos técnicos; que esa decisión correspondía a la dirección del PRD. "Para empezar -le dije- tú no trabajas aquí; es segundo lugar, tampoco eres experto en nada, más que en estorbar". Para mi sorpresa, Norma estuvo de acuerdo o fingió estar de acuerdo (obviamente, mientras pensaba cómo aprovechar la situación o consultaba a Rufino o sus asesores, pues ella no pensaba por sí sola), pero no supo cómo haríamos la edición; le dije que yo sabía de alguien en la Ciudad de México que hacía edición digital de audio, que había hecho ese trabajo para Los Hermanos Rincón y después le pedí limpiar una explicación de la IV Declaración de la Selva Lacandona por el Subcomandante Marcos. Entonces Marcos, el que no era Subcomandante, sino "experto-solo-en-asuntos-técnicos", dijo tener un contacto similar al mío, pero allí mismo, en Oaxaca de Juárez; fuimos a verlo y resultó que su equipo no era digital, sino analógico, pero se comprometió a "emparejar" el sonido cuando hubiéramos hecho los cortes; yo hacía preproducción artesanalmente, así que decidí confiar en el técnico, pues su equipo era bastante sofisticado, en comparación con los que yo usaba.

A mitad del trabajo, llegó un achichincle de Norma con un mensaje escrito a mano en el que ella proponía que yo saliera volando al DF en ese preciso instante con una copia del casete; le dije al achichincle que yo no haría eso, que me dejaran trabajar y le llevara a Norma esa respuesta, pero el achichincle regresó con un segundo mensaje escrito a mano que daba la impresión de que todos en Oaxaca eran oligofrénicos o párvulos idiotas; entonces me apersoné -quizá con una evidente carga de adrenalina- en la oficina, cuyo personal se arremolinó junto con la brigada del PRD para presenciar el desencuentro; Norma ya había comprado un boleto de avión (de ida y vuelta, dijo) para que yo le llevara la grabación a Héctor y lo pusiera en contacto con mi editora digital de audio; contesté que ya estábamos editando la grabación y que, si nos dejaba trabajar, en vez de seguir distrayéndonos con sus ocurrencias neuróticas y apresuramientos histéricos, tendríamos el audio presentable cuando se lo enviáramos a Héctor (¡por correo electrónico, no por avión!). "Y para un trabajo de mensajería manda a cualquiera de tus gatos". Enviarme a mí, agregué, solo serviría para sacarme de la jugada en el momento crítico (¿no sería que de eso se trataba?). "Solo perderías seis horas", dijo ella del ante de todos. "En esas seis horas puedo hacer más que todos tus gatos juntos en una semana", respondí. Ella se levantó enfurecida y espetó: "¡Así trabajamos aquí, Iván; trata de adaptarte a nuestro estilo en vez de venir a cambiarlo por el tuyo!" Pero me quedé y envió de viaje a uno de sus gatos. "¿Quién quiere viajar en avión al DF?" -peguntó, y todos contestaron: "¡Yooooooo!" Nomás que el regreso fue en camión...

El primero en salirse con la suya fue Marquitos, pues confié, obligado por las circunstancias, en el tiempo que, según el técnico, tardaría la edición y, sin antes escucharla, cité a conferencia de prensa (el calendario electoral y la agresividad priista marcaban un ritmo por el que hacíamos todo apresurada y atropelladamente, lo cual me justifica solo a mí, no a Norma y su hermano, y tampoco al hijo del candidato, maestros del autosabotaje en grande, al amparo de la pequeñez mental); por fortuna, la cantidad de periodistas en Oaxaca era diez veces menor que en Chiapas y también su malicia; todos se quedaron como dormidos cuando puse el casete, y les dije que acercaran sus grabadoras a la bocina; si estuviéramos en Chiapas, pensé, tendrían que bañarse con agua fría para salir a trabajar o cambiar de oficio; no era nada del otro mundo, pero nunca habían estado en una conferencia de prensa como esa; cuando escuchamos el autosabotaje de Marquitos, les dije que podían pasar después a la oficina por una copia, si preferían, y sí prefirieron. Alguien me dijo: "Se oye cuando voltean el casete". Y entonces agradecí estar en el tercer mundo...

Como Oaxaca era de tercer mundo, Norma despreció al área jurídica -lo único rescatable- de su propia oficina, y contrató a dos "especialistas" para que defendieran al candidato detenido: uno de ellos era su asesor en el Congreso local, un "licenciado" (sí: ¡en economía!), y el otro un "experto en derecho" (sí: ¡constitucional!), a quien mandó traer desde el mesmísimo DF. ¿Cuánto le costaron sus "especialistas" a Norma en términos económicos? Nada. El dinero lo puso Héctor Sánchez. ¿Cuánto le costaron en términos políticos? Nada. El ridículo (que puso en evidencia su ignorancia) lo hizo Héctor Sánchez. Ella no perdió nada; ganó...

Por su parte, ofendido por el ninguneo, Santos me dijo: "El delito de peculado no es del fuero común, sino federal, y tampoco es del orden civil, sino penal; eso lo sabe cualquier estudiante de leyes, no digamos alguno de mis asistentes; están asesorando con dolo y mala leche a Héctor Sánchez para que haga un ridículo nacional y lo están logrando con creces". Héctor se había puesto en huelga de hambre junto con otro legislador y, en efecto, hacía declaraciones públicas basadas en cuanto le decían desde su oficina en Oaxaca, evidenciando una ignorancia supina que era la comidilla de los medios locales, que hasta en cartones reproducían su analfabetismo jurídico, así como su descuidada expresividad verbal (léxico en bruto, no muy pulido que digamos), y supongo que nunca se enteró. Además, Norma dispuso de su dinero (el de Héctor) para pagar la fianza del candidato, y Santos me dijo de nuevo, entre indignado y exasperado: "Si Norma paga la fianza, el candidato es automáticamente defenestrado, porque la fianza implica un tácito reconocimiento de culpabilidad y el peculado se castiga con la inhabilitación para ejercer cualquier cargo público; nadie tiene derecho a ocupar un puesto de elección popular si está bajo proceso ni puede ser candidato; eso debería saberlo su experto en derecho constitucional". Se remitió a los artículos respectivos de la Constitución y el Código Penal, y envié dos mensajes urgentes al localizador de Norma, diciéndole exactamente cuanto me decía Santos. Cuando ella regresó a la oficina, le pregunté si había recibido mis mensajes y contestó que sí, pero que lo importante era sacar de inmediato al candidato de la cárcel, porque ya no aguantaba ni una hora más allí. Me abstuve de hablar ni una palabra más con esa cabrona, que traía ganas de pelear y discutió después con Santos, a quien le gritó para que todos escucháramos: "¡No seas necio!". Según ella, el candidato demostraría su inocencia y entonces sería recuperado el dinero de la fianza... Lo demás no importaba.

Con esa decisión, que tomó al margen de la dirección del PRD, antes de sostener un airado intercambio de gritos con Saúl, Norma coronó su autosabotaje, tan exitoso que el PRI ganó las elecciones federales de 1997 en los once distritos de Oaxaca. ¿Ella lo hizo por imbecilidad soberbia, o perfectamente conciente de sus actos, asesorada con un gélido cálculo de que el PRD, no solo perdería un candidato por no comprobar su inocencia, sino toda credibilidad ante la opinión pública? Aunque Héctor echó a Norma y su gente de la oficina, el PRD perdió también las elecciones para gobernador al año siguiente, pues el daño ya estaba hecho.

Lo más aberrante es que "el PRD nacional" premió la traición de Norma / Rufino con una diputación federal en la LVIII Legislatura (2000-2003) para ella como titular y el marido como suplente; posicionada la pareja en el Congreso de la Unión, el gobierno del estado y el PRI local pagaron su imprescindible servicio con el regalo de José Murat refrendado por Ulises Ruiz, un hueso que Norma lame todavía; el gobernador del PRI desde 1998, que intentó asesinar a su contrincante del PRD en 1999, la incorporó en su gabinete como directora del Instituto de la Mujer Oaxaqueña, y entonces Rufino ocupó la curul. ¿Eh? ¿Qué tal? ¡Bien listos que son esos dos: pinche mafia bicéfala! Por lo visto, en México, la deshonestidad sí reditúa.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 4:17 AM

Enero 29 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Tercera parte)

Es probable que el cisma político sucediera durante mi visita exploratoria, es decir, antes de mi incorporación a la oficina de gestoría; en tal caso, a reserva de confirmarlo, espero que los incontables lectores de esta serie disculpen el lapsus (al cabo, ningún relato debe ser lineal y mejor que no lo sea, vaya, ni siquiera una crónica debe seguir un orden cronológico, a menos que sea una enfermedad); me baso por completo y por el momento en la memoria para darle celeridad, pues las referencias que podrían servir como fuentes o, viceversa, las fuentes que podrían servir de referencias, no están prácticamente a la mano, y recurrir a ellas haría tan lenta, difícil y cara esta revisión como lo fue mi experiencia de pérdida en términos económicos y de tiempo, salud física y mental; finalmente, la pérdida más importante, la más grande, fue política y lo fue, más que nadie, para Héctor Sánchez (inclusive si consideramos como principal perdedor al pueblo de Oaxaca), aunque también lo fue para quienes acompañamos su travesía en algún tramo y para quienes abandonaron el barco antes del naufragio; en mi caso, más que saltar por la borda, me arrojaron y quizá me hicieron un favor, gracias a la casualidad, por lo menos a la coincidencia de mi estancia allí con el inicio de la cacería en Loxicha. El ganador invicto de contiendas en las que siempre pelea sucio es el PRI y, entre sus aliados y cómplices más ganones, encabezan las listas el PAN, Norma Reyes y compañía.

El plan 1, como ya vimos, era posponer todo lo posible mi incorporación a la oficina de gestoría; el plan 2 era simular que yo, una vez allí, todavía no me incorporaba; el plan 3 era impedir que hiciera algo, ni lo más mínimo, y el plan 4 era librarse de mí cuanto antes, con cualquier pretexto, en caso de que lograra trabajar, así fuera en las condiciones más inconcebibles, que hacían veinte veces más difícil de lo normal cualquier tarea, veinte veces más tardada y, en suma, veinte veces más cara en todos los sentidos.

Es probable, decía, que el cisma ocurriera durante mi visita exploratoria porque, de ser así, le sirvió a Norma para enterarse de que mi estilo de trabajo era contrario al suyo, y de ahí que me anulara con su plan cuátruple. Además de conocer dicho estilo en los hechos, conoció por escrito una estrategia de comunicación que presenté como propuesta y podría resumirse aquí en la intencionalidad de aprovechar al máximo los recursos técnicos de la modernidad, como el correo electrónico, y un cambio ético radical en la relación con los medios, que eliminaba los desplegados y demás inserciones pagadas, además de los regalos a los periodistas, algo que Norma también acostumbraba. Con esos dos antecedentes, la tirana me pidió que hablara con su hermanito. "Él te va explicar cómo está la cosa", dijo. Y hablé con El Bicho sin saber cuál era su función en la oficina; hasta donde creía saber yo, él no tenía vela en el entierro, pero lo escuché y resultó un demente vomitivo, ebrio del poder que le daba ser hermano de Norma, quien lo reconocía como "experto", poder infinitesimal que lo desbordaba, pues El Bicho era microscópico (pesaba más de cien kilos, pero el tamaño del cuerpo suele ser inversamente proporcional al del cerebro). "Vas a estar a prueba", me dijo, como si fuera mi jefe. ¡Cámara! ¿Qué pedo? "Vas a ganar..." Y, en vez de decir verbalmente la cantidad, la anotó en un papel, sintiéndose quizá muy didáctico. ¡Órale con este güey! "Seguramente, haz de tener más experiencia que nosotros -¿nosotros, Kimosabi?- y sabes de recursos como los boletines y las conferencias de prensa, pero tienes qué entender que los desplegados son una forma de protagonismo, que Norma no va a dejar por sugerencia tuya; ella no quiere que le quites ese recurso, porque es una ventana para hacerse notar, aunque cueste dinero; tampoco está de acuerdo con tu propuesta de eliminar los regalos a los periodistas"...

-¡Ya entendí! Que siga entonces despilfarrando el dinero que no es suyo y corrompiendo la relación de la oficina con los medios, pero esta es la última vez que hablo contigo sobre mi trabajo; si Norma quiere que yo entienda algo, que haga un esfuerzo por explicármelo; de ahora en adelante voy a tratar con ella o directamente con Héctor, contigo no...

De ese modo, evité preguntarle, por ejemplo: ¿Más experiencia que quién? ¿Él tenía experiencia? ¡Já! Ahora resulta... Y me abstuve de explicarle que las conferencias de prensa podían darle a Norma una mayor notoriedad que los desplegados, aunque tuviera que compartir reflectores con la competencia (Polín en el Congreso local y El Chango en una oficina paralela), y que ella podía mantener su estilo de relaciones públicas en el Congreso local y permitir el mío en la oficina de gestoría, donde no era la cabeza pensante y, si ella no lo era, mucho menos su hermanito; quizá planeaba alternar las dos formas de protagonismo, lo cual era válido; lo que me resultaba intolerable por denigrante, degradante y ofensivo era que, en vez de Héctor, pretendiera ser mi jefe un principiante medio loquito que ni siquiera tenía relación laboral alguna con la oficina; su relación familiar me importaba un carajo. Como era de esperar, cuando ese bicho transmitió mi respuesta, Norma le contestó. "Entonces que no pueda hacer nada y, en la primera oportunidad, nos deshacemos de él". O sea: planes 3 y 4. Era tan premeditada la zancadilla, que Norma ya tenía inclusive a mi sustituta: Aline Castellanos, entonces "jefa de redacción" de Contrapunto y amiga suya, tanto como Rashy, pero ahora hostigada y perseguida por la mafia del chacal Ulises Ruiz, tirano mayor al que obedece la tiranita.

En principio, Norma no tenía necesidad alguna de arruinar mi existencia ni la de nadie, pero tampoco tenía inconveniente, ni el más mínimo. ¿Por qué y para qué? Tampoco es fácil responder a eso. Por ser gente de naturaleza muy otra, que antepone los fines a los principios y, en vez de valores, tiene precios, es imposible hacerlo sin especular. Quizá no podía incorporar nominalmente al hermanito porque era demasiado inexperto como para que Héctor lo aceptara y entonces lo hacía por la vía de los hechos; quizás Héctor sabía del intento de fraude, abuso de confianza y robo por parte de Matajari, o de su amasiato con un diputado priista, y por eso ella tampoco podía hacerse cargo de esa área en la oficina, a menos que fuera también por la vía de los hechos. Es posible que, además, Nadie se asimilara al estilo inescrupuloso, deshonesto y corrupto de Norma en cuanto a la relación de la oficina con los medios de comunicación, salvo Matajari y El Bicho, que eran gente de su especie, y quizá Norma creía resolver "esa problema" con la simulación de incorporar a alguien que fuera bien visto por Héctor, aunque no pudiera hacer nada, como era mi caso, al cabo Héctor era el último en enterarse de cuanto sucedía en su propia oficina, pues trabajaba en la Ciudad de México. Si Aline también era de su especie, ¿por qué no la puso en mi lugar desde un principio? Quizás esa posibilidad se presentó después de comprometerse con Héctor a que fuera yo el elegido. Quizá Norma y Rufino, como toda la gente de su tipo, no conciben otra forma de hacer nada; todo tiene que ser chueco, torcido, avieso, empezando por el pensamiento. Para servir a sus patrones del gobierno panista a nivel federal y priista a nivel estatal, no era necesario incorporarme, insisto, pero una vez incorporado, en cuanto hubiera quién me sustituyera con el estilo de Norma y su banda, sería necesario sacrificarme.

El área jurídica de la oficina era encabezada por un abogado joven de apellido Santos con el que tuve una identificación inmediata y llegamos a ser amigos; un día que no había nadie más, al menos del clan Reyes Terán, aprovechó para decirme en corto y sin rodeos que él trataría conmigo siempre y con El Bicho jamás, porque no toleraba su prepotencia ni sus ínfulas ni su intromisión en la oficina, donde no era nadie y más bien la invadía; alrededor de Santos y sus asistentes, con quienes también me amigué, había un amplio círculo que tampoco tenía relación laboral con la oficina, pero la cercanía era muy distinta y distante a la de Aline, Rashy y El Bicho, trío al que Santos llamaba irónica y sarcásticamente «los profesionales»; el círculo amplio que rodeaba al área jurídica lo integraban estudiantes de derecho, entre quienes había uno, cuyo nombre no recuerdo, pero debería, porque también fue mi amigo y supe que intentó vivir con nosotros, pero Rashy lo discriminó porque apestaba el departamento cuando se quitaba los zapatos; Rashy decía saberlo porque, antes de que los tres rentáramos el nicho en donde quiso vivir con nosotros ese chavo, había pasado la noche con el tumulto hacinado en el departamento contiguo, que era idéntico, salvo por tener un balcón hacia la calle; la mayoría del tumulto era la brigada del PRD, que se fue de allí a la "Casa de Militantes", regenteada por la pareja Norma / Rufino, y me platicó la discriminación de Rashy al chavo como un tufo elitista que no disculpaban. "Si el problema fuera que le apestan las patas, la solución sería ponerse talco", dijeron, y supongo que tenían razón; el chavo discriminado me platicaba, por su parte, de los reclamos que le hacía Santos a Norma por la intromisión del hermanito. "Mira nomás al nuevo; no puede trabajar porque Marquitos no lo deja, todo el tiempo está encima de él; parece que de eso se tratara, que hubiera consigna", le dijo Santos a Norma. "Eso de que Marquitos pretenda ser su jefe es como si yo le diera órdenes a un ministro o un magistrado; es evidente que el nuevo podría darle clases a Marquitos, pero tal parece que solo ustedes dos no lo vieran o se hicieran de la vista gorda". La percepción de Santos en particular y toda el área jurídica en general, incluyendo al amplio círculo de gente cercana, era tan sorprendente y asombrosa que por momentos parecía más bien telepatía, pues yo nunca les decía nada; siempre eran ell@s quienes me informaban...

Tanto la brigada del PRD como el área jurídica de la oficina me hablaban -con insistencia, pues algunos de los aspectos que escribo y describo ahora como nimiedades intrascendentes, eran en realidad profundamente significativos, y yo, al menos en mi visita exploratoria, no sabía- de las relaciones opresivas que tenían lugar allí, donde Norma ganaba el sueldo de una diputada local (con el financiamiento adicional que, en estos casos, es superior al sueldo) y manejaba, además, el dinero de Héctor Sánchez como senador y el que aportaba la fracción parlamentaria local, mientras que a los responsables de cada área nos pagaban de tres mil a cinco mil pesos mensuales (sin prestaciones), y todos los demás recibían una miserable "ayuda" que nunca pasaba de mil 200 pesos. Con el control financiero en la oficina, Reyes y Perdomo fomentaban dependencia también en la militancia de base del PRD y la aprovechaban, por ejemplo, para imponer en la "Casa de Militantes" a un sobrino de ella, oligofrénico y parasitario, que la brigada toleraba como a un lastre inútil, peor que a un mal necesario (digamos, como yo al hermanito). Además de la explotación económica / laboral, y el más vil autoritarismo, había expresiones de un racismo lacerante: la antesala de la oficina se llenaba de pueblo cuyos asuntos legales atendía el despacho jurídico de Santos y, cuando Norma salía de su cubículo (que no solo era el más grande, sino además el único alfombrado), echaba pestes por el olor, hasta que un día le dijo a Santos del ante de todos: "Saca de aquí a esta gentuza, que te espere afuera; esto ya parece un mercado sobre ruedas". Norma se quejaba de que Santos permitía usar el baño a la "gentuza", pero ella permitía que, no obstante mis reiteradas quejas, el sobrino oligofrénico usara las computadoras para jugar, y un día lo sorprendí orinando en el lavabo...

-¡Así trabajamos aquí, Iván! ¡Trata de adaptarte a nuestro estilo, en vez de venir a cambiarlo por el tuyo! -espetó Norma en medio del cisma político y en presencia del personal de la oficina y la brigada del PRD, quienes estaban a la expectativa de la discusión porque hasta entonces nunca había sucedido que alguien le hablara como yo a la tirana.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 2:02 AM

Enero 27 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Segunda parte)

La guerra en Chiapas transitaba gradualmente a una fase crítica: la proliferación y consolidación de las bandas paramilitares y su ofensiva en la llamada Zona Norte, donde no había testigos de la barbarie, causaba el desplazamiento de cientos de familias, que buscaban refugio en comunidades lejanas y dejaban todo para sobrevivir con nada; la guerra "civil" extendió su red a los Altos de Chiapas, donde sí había testigos, pero eso no impedía que, por primera vez, reprodujera su más violento esquema de contrainsurgencia y lo llevara, en el invierno de 1997, hasta sus últimas consecuencias: allí, donde los priistas de Chamula siguen expulsando a las familias no priistas ni católicas ni alcohólicas, luego de vejar, ultrajar, violar a sus mujeres y robar sus escasas pertenencias, una vez tras otra, con la impunidad garantizada por el anonimato del tumulto, hasta hacer de ese conflicto algo normal, tanto que a nadie le interesa ya, pues no es noticia, como tampoco lo es el síndrome de la carnicería en Ciudad Juárez, indiferencia que bien podríamos llamar el síndrome de México (la problema es el costumbre).

A la internacionalización del zapatismo en 1996 siguió la guerra "civil" en 1997, mientras las comunidades indígenas, zapatistas o no, simplemente resistían los embates, y el EZLN preparaba una de sus más audaces iniciativas: la caravana de mil 111 delegados que representaban al mismo número de comunidades y serían acompañados a la Ciudad de México por cientos de personas, entre quienes me encontré de pronto, viajando en un microbús lleno de extranjeros, escribiendo la crónica del día durante la noche para enviarla a las seis o siete de la mañana a "la redacción" de Radio Educación. En vez de regresar a Chiapas con la caravana zapatista, me quedé a editar los testimonios de los desplazados en Jolnishtié, comunidad al sur de Tila, principal bastión paramilitar en la Zona Norte, a donde llegué caminando, igual que en mi comparación con la "corresponsal" de Radio Educación, un año antes que el "corresponsal" de La Jornada, "periodistas" que anunciaron sus hazañas tardías con grotescos aspavientos, y sus respectivos medios los publicaron sin el más mínimo criterio ni pudor alguno. Durante un zafarrancho en la Escuela de Derecho, por cierto, a la "corresponsal" de Radio Educación en Oaxaca se le cayó una charola de policía, por si alguien tenía dudas aún. "A esa mujer nomás le faltan las esposas", comentó Rashy. El tolete, agrego hoy.

Si hubiera sabido lo que me esperaba en Chiapas, me habría preparado físicamente, en vez de involucrarme de lleno en la infructuosa grilla de Oaxaca, o quizás habría ido, pero de vacaciones; de cualquier modo, mi pérdida no lo fue del todo, pues conocí Loxicha, el golpe de estado a escala regional, la resistencia de su gente, la de sus mujeres y niños desterrad@s, la de sus hombres encarcelados, su defensa legal por el despacho jurídico de Israel Ochoa, la denuncia por parte de la Limeddh y la cobertura periodística exhaustiva hecha por el semanario Contrapunto (más bien por mí). Esa fue la ganancia profesional en Oaxaca, luego de tanta pérdida: política, económica, de tiempo, de salud... Después de Radio Educación y Contrapunto, vendría una serie de colaboraciones con el diario Noticias y otra vez Radio Educación, al conseguir la primicia del traslado de los presos loxichas a cárceles de alta seguridad, y por último Voz Pública, mezquino medio que elegí para dar a conocer un reportaje sonoro del que sigo satisfecho y hasta orgulloso, aunque Paco Huerta haya tardado quince días en publicarlo y me ofreciera 300 pesos como pago y yo le contestara sutilmente que se metiera por el culo sus 300 pesos; falta decir que Paco Huerta me negó apoyo para tener acceso al penal de Santa María Ixcotel y después Israel Ochoa me informó que había una lista negra en la entrada con los nombres de quienes tenían prohibido el paso y, entre esas siete "personas de derechos humanos", estaba yo, lo cual me dio importancia y algo qué platicar a mis nietos; eso era lo bueno (lo malo sería que no me dejaran salir, pensé), al cabo había entrado ya, no recuerdo cuántas veces, y tenía suficiente material de entrevistas y hasta una primicia más: el encarcelamiento de un menor de edad.

Mientras la guerra en Chiapas se "civilizaba", yo pensaba en mí, en la necesidad personal de evadir ese tema inmenso, al menos por un tiempo, ya que había fracasado el proyecto del FZLN y sus saboteadores echaron al caño mis cuatro meses de trabajo, la hemeroteca de La Jornada que doné y el compromiso que obtuve del Sitrajor de comprarnos cien boletos para el baile en el Salón Los Ángeles y publicar gratis dos cintillos; los susodichos prefirieron tratar con la dirección de La Jornada y aceptar sus limosnas y migajas a la solidaridad del sindicato, y mi desgaste nunca redituaba.

Antes había ocurrido en el Foro Nacional Indígena un memorable por afortunado reencuentro con Gabriela Bermúdez, joven directora del semanario La Hora de Oaxaca, cuyo director general era su padre Rafael Bermúdez, pero ella estaba muy lejos de ser hija de papá (como Natalia Toledo); era un caso especial: físicamente bella, su trato confirmaba que si algo hace atractiva y seductora una personalidad es la inteligencia; a primera vista, su principal característica era la seriedad, pero al hondar en ella sucedía un entrañable hallazgo de honestidad; yo me había echado unos tragos con su papá en casa de Héctor Sánchez a finales de los ochenta, cuando nos conocimos ella y yo en la Convención Nacional Democrática de Tuxtla Gutiérrez y el reencuentro en San Cristóbal de Las Casas fue bastante halagador; al verla tan asediada en la inauguración por tantas celebridades masculinas como Hermann Bellinghausen y Carlos Beaz, sentí que yo perdía tiempo esperándola y me fui a comer; a los cinco minutos llegó ella con la ubicación del restaurante sin conocerlo; el dueño, que fue mi amigo y anfitrión hasta que la cocaína destruyó esa relación, comentó después: "Me cayó muy bien tu amiga; es la más seria que te he conocido". Gabriela y yo no éramos amigos, pero en San Cristóbal dimos el primer paso; cuando regresamos al Centro de Convenciones, otro amigo percibió tanta reciprocidad que me aconsejó: "Invítala al Cerrito; ustedes dos deberían subir juntos para estar solos y ver toda San Cristóbal desde allí". La sugerencia tenía algo de asombrosa y la atribuyo a eso que llaman química y es visible para todos. En cualquier caso distinto, me habría desanimado competir con Bellinghausen, pero esta vez sentí que teníamos las mismas posibilidades o que la diferencia me favorecía. Gabriela hizo un comentario mordaz acerca de Beaz, "otro paranoico", luego de hablar con él; también hizo un comentario irónico demoledor sobre el desprestigio de Polín como coordinador de la fracción parlamentaria del PRD en Oaxaca, y después escuché, a nivel de chisme, que ella tenía relaciones "íntimas" con un diputado local. No importa, pensé, mientras el diputado no sea priista... Percibida nuestra afinidad y quizás atracción mutua, me propuse buscar el mayor acercamiento posible, a ver hasta dónde llegábamos, si decidía mudarme a Oaxaca, y lo primero que hice al llegar fue preguntar por ella y enterarme de que había muerto en un accidente. Hasta hoy prefiero pensar que no se trata de ninguna señal ominosa, como augurio de lo que me deparaba Oaxaca, sino de un hecho trágico, pero aislado (en el contexto personal y momentáneo), porque no obstó para que mi visita exploratoria fuera idílica; el idilio terminó cuando quise hacerlo estable. Al revisar la memoria para escribirla, creí recordar que la noticia de la muerte me había recibido cuando regresé, pero no fue así; me encontré en la terminal con un conocido que llegó en el mismo camión que yo y, casualmente -"¡qué pequeño es el mundo!"-, nos había presentado en Tuxtla Gutiérrez; le pregunté por Gabriela y me dijo que había muerto; así de fulminante fue. Quizás ella era la mujer de mi vida y por eso está muerta, pienso ahora en la soledad fatalista que alienta este desordenado aglutinamiento de palabras; qué fácil es idealizar a una mujer muerta, sobre todo tan joven y con tantas virtudes...

Oaxaca era mi nuevo mundo con dos proyectos; uno me comprometía con Héctor Sánchez a través de Norma Reyes y suponía vivir con Rashy y El Bicho, como llamaban al hermano menor de la tirana; otro me comprometía con Aleida y suponía unir nuestras vidas más allá del terreno profesional; ella compartía un departamento con Aline Castellanos (amiga de Gabriela, por cierto) y después me preguntó si yo aceptaría que viviera con nosotros; le contesté que sí...

De regreso en la Ciudad de México, preparé la mudanza lo más rápido posible, durmiendo unas cuatro horas diarias, pues era prácticamente una revolución. Cuando estuve por fin en condiciones de volver a Oaxaca, esta vez para quedarme, llamé a la oficina de gestoría para hablar con Norma, pero no la hallé; dejé varios mensaje con la gente que me contestaba; envié mensajes también a su localizador; llamé al PRD y al Congreso locales, y nada, nunca estaba ni dejaba respuesta con nadie a mis mensajes. Esa sí era una señal ominosa de que algo andaba mal allí, pues pasó un mes sin que yo pudiera comunicarme con ella; guardé los recibos de teléfono como prueba. En vez de trasladarme para saltar el bache, me detuve, porque si Norma era inaccesible, mejor debía yo tratar directamente con Héctor, pues faltaba acordar mi sueldo, entre otras cosas, que ella debía acordar primero con él, según su mentira (la de ella). Algo me decía que ser inaccesible la hacía sentir importancia, en vez de vergüenza; quizás alguien cercano me salió con que estaba "muy ocupada" y su localizador lo traía el chofer... puras pendejadas que servían acaso para justificar al país en donde todo es posible y permisible, mientras en Chiapas la violencia se recrudecía y me llenaba de angustia; yo necesitaba descansar de esa violencia, pero no podía porque ya era adicto a ella.

Mi papá y yo fuimos a cenar con Gustavo, a quien le platiqué las fallas en la comunicación con su hermana, y él usó la palabra "desesperanzado" para definir mi estado de ánimo; no había término más atinado, pero su ingenuidad era tanta como para creer que la comunicación se arreglaría con mi arribo. Norma no pudo posponerlo más porque Héctor comenzó a preguntar diario: "¿Ya está trabajando con nosotros Iván?" Luego: "¿Ya se incorporó el cabrón de Iván?" Un día me llamó Norma y le contesté que yo no estaba seguro de me interesara trabajar con ella. "No te hagas del rogar", dijo; "no tengo a quién más recurrir y ya me comprometí con Héctor". Ofreció doblar o triplicar la "ayuda" que pretendía darme y yo había rechazado. Su táctica era simplemente contradictoria y paradójicamente simple: primero pospuso mi llegada todo lo posible; una vez allí, resulté invisible; ella siguió tratando con Matajari y El Bicho, como si yo no existiera o estuviera; inclusive dijo en presencia mía que ellos eran "los encargados" de atender a la prensa. Olímpicamente ignorado, le pedí que habláramos para definir mi situación y ella me hizo esperar hasta un día entero para salir de la oficina en la noche, evadiéndome. Cuando logré hablar con ella, de hecho, obligándola, me dijo: "No hay dinero", igualito que Deyo, pero sin descartar la idea de comprar una estación de radio. "Voy a comentar con Rufino tu propuesta", agregó en alusión a su compromiso con Héctor y conmigo, que ahora era "mi propuesta".

Además del denigrante ninguneo en la oficina, El Bicho y Rashy no respetaron lo acordado en cuanto al espacio para cada uno en el departamento; cuando fuimos los tres a verlo, El Bicho cedió en la asignación, como si fuera "muy noble", pero cuando llegué se habían agandallado los dos cuartos y tuve qué dormir en un sillón de la sala, si el ajetreo de la planta baja en todo el edificio (que era horizontal, como una vecindad, por desgracia) disminuía y me lo permitía, lo cual toleré, más que aceptar, con la esperanza de que fuera temporal y durara lo menos posible, hasta que Aleida y yo rentáramos una casa. Para colmo, con ganar de chingar, un alacrán se confabuló con los otros dos bichos y me picó en la planta del pié; anduve una semana cojeando y eso les importó a todos ni más ni menos que un carajo.

A la semana de que mi presencia allí fuera inútil, volví a sentirme "desesperanzado" y, más aún, empecé a entrar en una crisis moral. ¿Para esto dejé Chiapas? -me pregunté, y dediqué una noche entera a evaluar la situación, considerando, entre otras cosas, que en las próximas horas llegaría Gustavo con mi aparatoso equipo de cómputo a Oaxaca y yo estaba a tiempo de llamarlo para que mejor lo dejara.

Una vez más, las coincidencias irrumpieron en escena y un cisma político me hizo entrar en acción...

(Continuará...)

[] Iván Rincón 8:36 AM

Enero 25 de 2010

Oaxaca y la doble agente

(Primera parte)

Esta grilla empieza como historia de familia y, por desgracia, termina también como tal; es uno de esos casos en que las coincidencias hacen parecer pequeño al mundo: Gustavo Reyes Terán, nutriólogo especializado en el tratamiento del sida, tenía una pequeña hija que era fan de Los Hermanos Rincón, y de ahí que mi papá y él se hicieran amigos, tanto como para llamar uno al otro su "mejor amigo", al menos durante un tiempo. Además de atender a mi papá, que es cardíaco y tiene cáncer en la piel, entre otros males, Gustavo era el médico de cabecera o tratante de Héctor Sánchez, que es diabético. Al saber de esa relación y que él también era istmeño, aunque no zapoteca, mi papá le regaló un ejemplar de la revista Estrategia con el artículo monográfico sobre Juchitán y una pintura de Francisco Toledo como portada; en ese artículo, yo vaticinaba que Juchitán y la región del Istmo oaxaqueño serían la plataforma geográfica para que la alianza PRD-COCEI llegara a la gubernatura del estado.

Héctor Sánchez era senador por Oaxaca y tenía una oficina de gestoría en la capital del estado; esa oficina se dividía en cuatro áreas; jurídica, administrativa, de comunicación social y finanzas; a cargo de esta última estaba Norma Reyes Terán, entonces diputada local del PRD, hermana de Gustavo y esposa de Rufino Perdomo, dirigente estatal del mismo partido y amigo de la COCEI en apariencia. A finales de 1996, Gustavo les mostró la monografía publicada en Estrategia para compartir su asombro por la coincidencia entre mi vaticinio y el proyecto de que Héctor Sánchez fuera gobernador del estado en el sexenio próximo. Habría elecciones locales en 1998 y aquel proyecto era todavía factible y viable, aunque al PRD lo esperaban algunas pruebas de fuego anteriores, como las elecciones federales de 1997; por lo pronto y por primera vez en su "historia" -vergüenza de conflictos extremos entre las cavernarias tribus concurrentes- ese partido tenía en Oaxaca un Comité Ejecutivo Estatal reconocido por todos y presidido por Saúl Vicente, amigo mío de incontables borracheras, primero en Juchitán y ahora en la capital del estado. Aunque nuestras diferencias ideológicas y políticas eran inmensas, tanto como nuestros estilos de trabajo, la asunción de Saúl propiciaba una momentánea dosis de optimismo que resultó más bien ingenuidad...

"Iván Rincón", dijo Rufino con mi ensayo sobre Juchitán en la mano; "después escribió un artículo contra la COCEI". Gustavo me transmitió ese comentario, pero nunca supe quién propuso mi incorporación al equipo de Héctor Sánchez para hacer posible, desde el área de comunicación social, que encabezara el primer gobierno del estado no priista, como había vaticinado yo siete años antes. A estas alturas de la vida, es obvio que mi vaticinio fue un error de cálculo, y aceptar ese cargo fue otro error, en lo personal, mucho más grande, pues la oficina de gestoría estaba secuestrada, para decirlo de una vez, por Norma Reyes y su gente, que trabajaban, junto con Rufino, para el gobierno y el PRI, infiltrados en el PRD; este hecho sería confirmado por muchos otros durante los años siguientes desde entonces hasta hoy, y yo tardaría demasiado en enterarme de todo y tener elementos suficientes, así como el ánimo necesario, para escribir este relato.

La vacante en la jefatura o dirección de comunicación social se debía a que Norma Reyes estaba nominalmente a cargo del área de finanzas, pero en los hechos era la jefa máxima y, junto con su marido, ejercían una tiranía denigrante para la militancia de base del PRD; además del control financiero en la oficina de gestoría, Norma Reyes tenía una subordinada en el Congreso local que se ocupaba de la relación con los medios de comunicación, mientras ella, por su parte, se encargaba de que nadie durara más de una semana en comunicación social de la oficina. Como no quiero recordar el nombre de la subordinada, para efectos prácticos, la llamaré de aquí en adelante Matajari (sic, para no ofender la memoria legendaria de la bailarina acusada, sin pruebas, de ser espía y condenada a muerte por alta traición; se trata en este caso de una parodia); ella cobraba en la oficina de gestoría y el Congreso local, nunca supe cuánto, aunque mi contraparte en la fracción parlamentaria del PRD local coordinada por Polín me decía: "Investígala", para que descubriera un tercer sueldo secreto, así como el hecho de que era amante de un diputado local priista, lo cual me parecía inconcebible, pero mi reacción se encontraba con dos actitudes: una simulaba que esa relación era estrictamente personal y, en consecuencia, no debía ser ni siquiera mencionada, que merecía respeto y todo eso; la otra simulaba que Norma Reyes estaba también a cargo de esa relación, pues le servía para obtener información del bando contrario. La verdad era todo lo contrario...

La jefa tenía también un hermano menor que estudiaba comunicación, lo que equivalía, nomás para ellos dos, a ser "experto" en la materia -un "experto" incapaz de escribir una simple nota informativa con toda la materia prima, pelada y servida, pero no incapaz de firmar la nota que no podía escribir-, y cuando ella tomaba la palabra en tribuna con su intervención previamente escrita (por supuesto, por otro), yo me preguntaba en serio si esa mujer habría terminado la primaria.

Había una simbiosis entre la oficina de gestoría y el PRD local que hacía demasiado turbia la propuesta de mi incorporación, así que hablé con Saúl por teléfono y, luego de preguntar qué decían Los Hermanos Rincón, me sugirió esperar a que pasaran las fiestas de navidad y año nuevo para que nos viéramos en la Ciudad de México, donde sus respuestas enturbiarían un poco más la proposición, además de poner en evidencia que seguía habiendo resistencia por las otras partes a reconocerlo como presidente del PRD en el estado. Si algo estaba claro era que Chiapas entraba en una fase bastante crítica para que yo la desatendiera por un trabajo burocrático en el PRD local, que ni siquiera existía realmente, pues seguía siendo proyecto y tenía pésimos precedentes. Me apersoné en la toma de posesión de Saúl, que fue toda una concurrencia de personalidades y señales simbólicas, y aproveché para hablar con Norma, quien me aclaró por fin que la vacante en comunicación social era de la oficina de gestoría y no del PRD, que apenas empezaría una vida formal, y planteó, entre otras posibilidades, las de fundar un periódico y comprar una estación de radio; dejó mañosamente para después la definición de mi sueldo que, según ella, sería una "ayuda", a lo cual respondí que, tratándose de "ayudar", lo haría en mi tiempo libre y sin cobrar, si acaso me quedaban fuerzas para eso en Chiapas. Advertí que ella, ni por asomo, era una mujer inteligente y, mucho menos, preparada, pero creí que al menos era honesta y nunca me perdonaré...

Las coincidencias fueron tantas y tan grandes que parecerán increíbles: Desde la aparición del EPR, la policía secuestraba gente a la que interrogaba por sus presuntos vínculos con esa guerrilla; en cuanto llegué, un estudiante fue secuestrado y Norma pensó automáticamente (si acaso eso es pensar) en publicar un desplegado, como acostumbraba, oportunidad que me propuso, entusiasmada; le contesté que, para denunciar un secuestro, existían los boletines y las conferencias de prensa, que el gasto en inserciones pagadas era absurdo por innecesario y oneroso; entrevisté al estudiante secuestrado y luego liberado, un chavo inteligente y sencillo que vivía en la Casa de Estudiantes, creo que de Juchitán, en Oaxaca de Juárez; para el caso, resulta lo mismo si era de la COCEI o del PRD o de ambas organizaciones, entre las que también existía una simbiosis; las preguntas que le hicieron trataban de vincular a Héctor Sánchez con el EPR. Por esos días, se apersonó en Oaxaca Nuria Fernández, que presidía la Comisión de Derechos Humanos del "PRD nacional" (o sea, el CEN) para hacer una visita de observación a Loxicha, en la que participé como periodista; la "corresponsal" de Radio Educación en Oaxaca había hecho una huelga de hambre a las afueras del Congreso local porque la discriminaron en la repartición de chayotes y su actividad diaria comenzaba en la Procuraduría local, desde donde enviaba como nota informativa, sin cambiar ni una coma, el boletín de prensa "correspondiente"; esa "corresponsal" tardó un año en visitar Loxicha después de que yo aprovechara la oportunidad y enviara el primer reporte periodístico -no boletín policíaco- al respecto publicado por los noticieros de Radio Educación.

Además de mi colaboración con Radio Educación (que fue la primera desde Oaxaca, pues antes había hecho una desde Chiapas, anunciando los diálogos de San Andrés), le propuse al semanario Contrapunto, cuyo formato era el de un dossier, dedicar el próximo número a Loxicha; llamé al director, que además era corresponsal de Reuters en Oaxaca, Rashy González, y le dije: "Habla Iván Rincón; espero que ya tengas referencias mías, porque vamos a vivir juntos". Contestó que planeaba dedicar el siguiente número del periódico al tema del agua, pero tomó nota de cómo pensaba yo dividir el tema de Loxicha, qué espacio dedicar a cada subtema, etcétera, y cambió de idea; sugirió que yo coordinara ese trabajo con la jefa de información, Aleida Gaspar, que era su novia, y escribiera la mayoría del texto. No obstante ser egresada de la Escuela Carlos Septién, la mujer se dejó impresionar y seducir por un estilo de periodismo que rompía todas las reglas y se limpiaba el culo con ellas, así como por una personalidad impetuosa que entregaba la vida en unas horas, aunque después requiriera de años para recuperarla; terminé escribiendo más de lo acordado en tres días y dos noches sin dormir, esfuerzo concentrado que nos acercó y unió, tanto en el ámbito profesional como en la identificación de nuestros valores. Con vertiginosa proyección, Aleida y yo acordamos trabajar juntos a partir de allí: nos agenciaríamos algunas corresponsalías, rentaríamos una casa, en donde viviríamos los dos, instalaríamos una oficina de prensa y la convertiríamos en agencia de información alternativa o periodismo de investigación. Mi relación con ella, que aparentaba una gran fragilidad y era sumamente sensible, aunque tenía un carácter más fuerte que el de Rashy, causaba fascinación, admiración y asombro entre quienes la conocían, presenciaban, atestiguaban... Si Rashy sintió celos en algún momento, los disimuló bastante bien; antes compartiríamos un departamento él y yo con Marcos, el hermano menor de Norma.

Así comenzó un efímero idilio con Oaxaca: la oficina de gestoría, el PRD local y en particular su brigada, la gente de Loxicha, el semanario Contrapunto, la Limeddh, el despacho jurídico de Israel Ochoa, uno que otro reencuentro... ese idilio terminó cuando volví para quedarme y Norma, que había frustrado mi trabajo inclusive desde antes, se libró de mí en la primera oportunidad; Héctor Sánchez la echó de su oficina después y se acabó la historia. ¿Qué? ¡Ni madres! Ahora sigue lo grueso y peludo.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 9:58 PM

Enero 21 de 2010

Juchitán y el agente interno

(Décima parte)

Dejé las cosas que no eran mías dentro de un baúl para protegerlas del lluvioso abandono y, a mi regreso de Juchitán, no traje más que desgaste físico y frustración profesional (luego de la censura en Tobi ne Tobi, había fracasado en el primer intento de que Proceso publicara algún texto mío, además de la "carta resumida" que respondió, junto con muchas otras, al "reportaje" mercenario de un tal Elías Chávez, golpe bajo a la COCEI con el que la revista más importante del país en términos periodísticos y políticos perdió credibilidad y tardó años en recuperarla). Personalmente, me seguía y perseguía la sensación de que había salido huyendo, no solo por la pérdida exasperante de tiempo, sino también por el peligro que, según las señales captadas por el instinto, amenazaba mi vida. La amenaza del jefe Deyo era solo una enésima repetición de lo que, significativamente, escuché por primera vez cuando fui huésped de Mao, un día que llegué al amanecer y me preguntó en dónde había pasado la noche; le dije que salí a mitad de una vela para dormir en el asiento trasero de un coche. "Pinche Iván, en una de esas te van a matar", auguró. ¡Cálmate! ¿Quiénes me van a matar y por qué? Esa primera amenaza con disfraz de advertencia buena onda me pareció paranoica, desproporcionada y fuera de lugar, sobre todo viniendo de alguien a quien había visto desenvolver un revólver y ponerlo bajo el asiento de Héctor Sánchez en el plantón de la COCEI frente al palacio municipal un año antes; conociendo su estilo, supongo que Mao lo hizo con el contradictorio cálculo de que no pasara desapercibida su "discreción", al menos por mí. Después vendrían muchas otras, incontables advertencias histéricas: la de una empleada inmensa y mensa de Ra Bacheeza cuando bajé de un taxi a plena luz del día en la Séptima Sección; la de nuestro mecánico de cabecera: "Si Deyo no te protegiera, ya estarías muerto". ¡Cálmense! Pinches exabruptos sin más estímulo que el miedo, sin otra motivación. ¿Existe algo superior al miedo en irracionalidad? Inclusive la ira es menos irracional, cuando no esconde un miedo mayor detrás. Personajes como Ricardo Dorantes son tan cobardes que solo salen a la calle armados hasta los dientes y andan siempre escoltados. Héctor Sánchez no es muy diferente; cuando fue senador y trabajé para él (más bien para quitar al PRI del gobierno), andaba escoltado siempre por dos agentes de la policía judicial, a quienes teníamos que tolerar cuando el jefe tomaba posesión de su oficina de gestoría en Oaxaca y los guaruras sacaban la pistola hasta para destapar un refresco; yo no podría vivir así ni un día; en Juchitán andaba solo, aunque después me enteré de que la esposa en turno del jefe Deyo le había pedido a Nacho cuidarme sin que nadie lo viera; en el Distrito Federal recorrí, con atajos y desviaciones, la ruta de la muerte, solo, porque si me dejaba acompañar por alguien que no sabía cuidarse y defenderse, mi única seguridad era que nos romperían la madre... El miedo no plantea más que incertidumbre, y lo cierto es que las agresiones cotidianas durante mi última semana en Juchitán me transmitieron un mensaje como consenso de que no era querido allí, de que era más bien un visitante non grato, detestado, aborrecido, repudiado, y tal vez, aunque inconcientes, las amenazas tuvieron un efecto acumulativo, por su parte, no menos inconciente. Volví a la Ciudad de México además con una carga de melancolía y soledad que me deprimía sin saber por qué, y en un esfuerzo de tres o cuatro meses por interpretarla y comprenderla me cayó el veinte de que era el rastro de tristeza que deja en cualquier human@ sensible -y algunos seres irracionales, como las madres mamíferas cuando las separan de sus crías- la ruptura o distancia sin ruptura con algo que se quiere, se ama, se entraña, se lleva en el alma... a pesar del rechazo.

A la "sucesión de calamidades", que me hicieron sentir un apestado en Juchitán, siguió una serie de afectuosas expresiones de mujeres que levantaron mi autoestima. No es gratuita ni fortuita la coincidencia de que las agresiones cotidianas fueran todas masculinas y las demostraciones de afecto sean femeninas; su causalidad se explica por sí sola. Todavía en Juchitán ocurrieron varios hechos simbólicos, de los cuales destaco aquí dos, por significativamente representativos.

Una vez llamó a Ra Bacheeza mi mamá, preguntando por mí -¿por quién más?-, pero yo no estaba allí; le contestó la esposa del jefe Deyo y le dijo que yo era muy querido en Juchitán, sobre todo por su familia y sus empleadas, y me daban el mejor trato posible para que me quedara a vivir allí; tuve conocimiento de esa declaración telefónica hasta que hablé con mi mamá en corto. A la esposa en turno del jefe Deyo no he podido llamarla por su nombre, no por falta de respeto, sino porque simplemente no lo recuerdo. Al escribir esta serie y advertir otras lagunas en la memoria, también advierto que mi amnesia tiene algo de misógina, y especialmente con ella nunca sentí que hubiera un lazo afectivo, así fuera inasible o imperceptible, en primer lugar -que también es el último, como causa y efecto de un ciclo- porque ella siempre me llamó "joven Iván" (lo más próximo a decirme "señor", "don Iván" o "licenciado"... esto último sería el colmo) y me habló de usted, antes de que yo entendiera que ese trato en general y el ustedeo en particular sirve para guardar distancia; en segundo lugar, me disgustaban sus ínfulas de gran señora, patrona prepotente y mandona, más altanera que altiva, y tampoco toleraba su intolerancia inconsecuente al alcoholismo del marido. ¿Por qué vive con él, entonces? -me preguntaba yo, y otro yo me contestaba que, a los 27 años de edad, le daba su juventud a Deyo (que tenía 53 años, o sea, casi el doble), a cambio de compartir la solvencia material avariciosamente acumulada por él hasta entonces. Cuando la COCEI hizo una farsa llamada "congreso estatal del PRD" en Oaxaca, Deyo me ofreció su casa en la capital del estado, pero ella se opuso y la disculpé; lo que no disculpé fue su propósito de humillar del ante mío a la pequeña hija que tenía en común con Deyo, porque logró ese propósito con creces, tanto que la niña se deprimió sin llanto, al menos visible; quizá lloró por dentro, como hacemos los de naturaleza rencorosa. Por lo demás, aunque también tuvo gestos chidos, como borrar la cuenta de mi consumo en Ra Bacheeza durante mayo (evidentemente, era menos agarrada que su marido), creo que nunca hubo razón alguna para sentir afecto recíproco.

En cambio, una mañana que desperté enlodado en la carcacha prestada, no sé de dónde me nació visitar a Héctor Sánchez y su esposa Lilia, mis primeros anfitriones en Juchitán, quienes me dieron alojamiento en su casa dos veces consecutivas que sumaron casi un mes; quizás estaba cerca de allí esa mañana... Me recibió Lilia, notoriamente sorprendida por mi visita, y al salir Héctor al comedor, ella murmuró a su oído: "Está Iván en la sala". Él también reaccionó con sorpresa, más por mi aspecto de náufrago que por la visita; le dije que había estado en una vela con Saúl Vicente, que llovió y atravesé charcos y pantanos de lodo, camino al carro; no le dije que si él hubiera sido buen presidente municipal yo no estaría enlodado. Con actitud de hombre-que-sale-de-casa-rumbo-al-trabajo, típico político, no perdió tiempo conmigo y me dejó una ligera sensación de que no le había gustado mi visita, que más bien le disgustó, a pesar de que tampoco era muy juchiteco ponerse quisquilloso por algo de lodo en la ropa. "No parece que vinieras de una fiesta, sino de la guerra", dijo. Quizá Lilia también tenía trabajo, pero me despidió así: "Ven cuando quieras a platicar y tomar café, a comer con nosotros, a bañarte, aunque no esté Héctor, y llama por teléfono si necesitas algo; si quieres hablar con él, llama antes". Paradójicamente, nunca volví, aunque me llevé esas palabras en la memoria como un regalo.

En octubre de 1994, al pasar por Juchitán con la caravana de la CND, confirmé que, lejos de ser un apestado, yo gozaba de confianza, cariño y respeto en ese lugar que, valga la cursilería, late dentro de mi pecho y permanece en mi corazón como el eco del mar en un caracol; principalmente, Nuria Fernández atestiguaba entre asombrada y sorprendida el trato que me daban. Estuvimos allí unas horas, en las que me sentí más cerca de Lilia que nunca antes, inclusive que en la época de mis primeras visitas, cuando fui su huésped. "¿Cómo estás?" -me saludó alguien, a quien respondí: "Estoy asquerosamente sobrio". Entonces Lilia, con su característica franqueza, comentó: "Es que Iván, siempre que viene a Juchitán, se mantiene permanentemente borracho".

Óscar Cruz y Feliciano se apersonaron en la recepción a la caravana frente al palacio municipal, y los ignoré olímpicamente, hasta que Óscar forzó un saludo que Feliciano secundó, preguntándome si llegaría yo hasta la selva. "Luego me platicas cómo te fue", dijo, y no supe si eso era hipocresía o demencia, una vez trastornado por un poco de poder que se le subió a la cabeza y lo desbordó; a pesar de mi incredulidad, resultó que su actitud no era hipocresía ni demencia, sino por el contrario, que Feliciano había vuelto a ser el de antes (con menos cabello, como yo, y peinado hacia atrás con gomina, como capo de mafia siciliana), que había recuperado la salud mental y la sensibilidad artística y bohemia, pero yo tardaría tres años más en aceptar semejante milagro.

Regresé a Juchitán en septiembre de 1997 con la primera caravana zapatista, rumbo al Distrito Federal, o sea, en sentido opuesto a la anterior y, mientras hacía fila para estacionarse, bajé desesperadamente del camión a que circulara la sangre por mi cuerpo; caminé hasta el frente a la entrada de Juchitán, donde me encontré con Feliciano (ahora era él quien parecía estar en todas partes, como si tuviera el don de la ubicuidad); antes había coincidido un plantón de la COCEI frente al palacio de gobierno en la capital del estado con los días que trabajé para la oficina de gestoría de Héctor Sánchez como senador por Oaxaca y, a pesar de las evidencias, seguí resistiéndome a creer en el retorno de Feliciano a la normalidad, pero cuando llegué a Juchitán con los zapatistas, no tuve más opción que rendirme ante los hechos.

-¿Todavía trabajas en Oaxaca? -me preguntó y le contesté que no, que había vuelto al periodismo y trabajaba en Chiapas.

-¿Ya comiste? -preguntó de nuevo y contesté que no, de nuevo.

-Adentro hay comida que prepararon las compañeras para la ocasión -me dijo-. Si tienes hambre, pasa a que te den de comer.

-Gracias -respondí-, pero esa comida es para los delegados del EZLN, supongo.

-Sí, es para ellos y para ti... las compañeras ya te conocen, pero si quieres te acompaño.

-Gracias en serio, pero mejor no...

Preferí no atribuirme ese privilegio y, cuando la caravana terminó de estacionarse, once horas después de nuestro arribo, fui a cenar con mi compañera de viaje, una chicana cuarentona, budista y vegetariana, que hablaba un castellano insuficiente y con acento gringo. Ra Bacheeza ya no existía, así que fui con ella al Rincón Brujo, en donde volví a encontrarme con Feliciano y ahora también con Saúl Vicente, quien recordó el trío que habíamos formado ocho años antes como si hubiera ocurrido hacía una semana: "Ya estamos otra vez los tres para hacerla de nuevo", dijo. Aquella había sido una velada bohemia que, además de inolvidable, quedó grabada en un casete; era la última noche de mi segunda estancia en Juchitán y yo regresaría después de un año, con el pretexto del primer informe de gobierno municipal, lo cual ameritaba cantar y beber hasta que amaneciera o nos echaran de Ra Bacheeza, lo que ocurriera primero.

En otra mesa del Rincón Brujo, la esposa de Julio Bustillos -a quien debería recordar por su nombre y no por ser la esposa de Julio Bustillos, ¡qué vergüenza!- departía con Ofelia Medina y compañía. Bustillos era dueño de ese bar y fundador del Foro Ecológico, pero no estaba presente aquella noche, para fortuna mía, pues nunca me cayó bien y, unos años después, vencido por el alcoholismo que no podía controlar y abandonado por su mujer, se suicidó... Feliciano se acercó a nuestra mesa y murmuró en tono de íntima complicidad: "Iván, no te vayas, voy por la guitarra". Al regresar, tomó asiento con nosotros y Saúl, pero la esposa de Bustillos nos invitó de inmediato a su gran mesa, que triplicaba la nuestra; más que anfitriona, ella era la diva de la noche, pues su codiciada belleza crecía cuando cantaba, y yo, ocho años después de iniciado mi romance con Juchitán, no conocía esa magia que dejó literalmente boquiabierto al séquito lésbico de Ofelia Medina. Supongo que, si la escuchara, sin verla de cerca, su canto no tendría el mismo efecto de seducción subliminal; lo seguro es que era la diva de la noche, pues además había un mural en el patio del bar, con ella en primer plano, imagen que la hacía parecer mulata y significaba otra novedad, al manos para mí. En esa atmósfera intimista de cálida bohemia, Ofelia Medina observaba, cada vez más intrigada, la familiaridad con que nos tratábamos, hasta que hice un comentario -uno más, entre muchos otros- sobre la canción que había interpretado Feliciano en español y diidxazá ("Regresa, paisano, al pueblo / vuelve a la tierra que ayer dejaste"), y no pudo ya resistir la tentación de preguntar: "¿Qué tú eres de aquí?" Antes de que yo respondiera con un simple no, la diva de la noche -para no seguir llamándola esposa de Julio Bustillos, ¡qué vergüenza!- dijo: "No es de aquí, pero como si lo fuera, porque lo adoptamos y lo queremos como uno de los nuestros, no uno más, sino de los mejores, además". Ofelia Medina quedó nuevamente de a cuatro, y yo también, pues no sabía que esa mujer tuviera semejante concepto de mí, ni lo imaginaba siquiera; lamento no haber grabado la velada, como hacía en mis primeras visitas, y tampoco saber si lo soñé o realmente agregó que no me había quedado a vivir con ellos, pero seguirían intentándolo hasta lograrlo. Ofelia Medina, en cambio, creyó durante años que yo era "oreja de Gobernación" o algo así; es tan inteligente la pobre que probablemente lo sigue creyendo. A diferencia de Natalia Toledo, por ejemplo, que resulta francamente insoportable cuando bebe, Ofelia Medina se relaja, sonríe y ríe, bromea y canta, cuando se echa sus tragos, y entonces no solo es más tolerable, sino inclusive agradable, o sea, su propia antítesis.

Con la segunda caravana zapatista, Chente y yo nos reencontramos en San Lázaro siete años después de la ocasión anterior en el Centro Histórico, y volvimos a ser amigos, entre muchas razones, porque lo sentí avergonzado por la censura en Tobi ne Tobi, y distante al triunvirato reformado (que incluyó a Archila y lo excluyó a él); porque, además de rencor, yo guardaba y guardo agradecimiento por el alojamiento que me brindó en su casa una vez, que su esposa Lilia me regaló una camisa, por cierto, y también porque ella asumía la amistosa tarea de que nunca me faltaran invitaciones a las velas mientras estuviera en Juchitán; Chente y yo volvimos a ser amigos porque, a más de una década tuerca y terca de habernos conocido, podíamos emborracharnos por primera vez y me pareció que atravesaba por una crisis de soledad, quizás inconciente (la monogamia no es precisamente saludable cuando el trabajo separa en espacio y tiempo a una pareja); volvimos a ser amigos porque, así como yo reconocía sus méritos intelectuales y profesionales, él parecía reconocer los míos; de hecho, debo reconocer también verdaderas cátedras acerca de la naturaleza o vocación comunitaria de la cultura zapoteca y su aspecto lingüístico (pasión y especialidad, respectivamente), por ejemplo, sobre el origen y el significado del nombre de Juchitán; ilustrativas pláticas acerca de las velas, el matrimonio, el matriarcado (más bien el mito, porque de matriarcado pura madre o ni madres), la muerte... Algunos de esos temas los he tratado en algunas revistas y especialmente una monografía sobre Juchitán hizo que mi principal referencia profesional fuera la revista Estrategia, para la que solo escribí dos veces, pero vendí una diez suscripciones en Juchitán, entre otros, a Feliciano y Chente. Además de lo aprendido, es personalmente agradecible que alguien comparta su conocimiento sin ínfulas de sabio ni de ninguna especie y, por el contrario, lo distinga tanto la sapiencia como la sencillez provinciana, la accesibilidad amena y alivianada... Quizá no volvimos a ser amigos, pues nunca dejamos de serlo.

Finalmente, aunque Chente y yo reconocimos también nuestras diferencias, después de vernos dos veces más, ahora en Coyoacán, hablar por teléfono y escribirnos, me convenció de volver a Juchitán con el primigenio fin de escribir sobre las velas y sobre las costumbres y tradiciones, los ritos y rituales, en torno a la muerte, el concepto de ésta en la cultura del pueblo zapoteca o su visión cosmogónica, temas a los que agregué, como objeto de exploración antropológica, el de las taberneras, un fenómeno social aún inexplorado, y dos investigaciones periodísticas apenas iniciadas en la época de Tob ne Tobi: el tráfico ilegal de inmigrantes y la Rata Picuda. "Te hospedas en mi casa", agregó Chente al acuerdo y, una vez asumido, llamó por teléfono celular a Juchitán y me comunicó (en la Cineteca Nacional, por cierto) con Lilia; entonces escuché una voz de mujer que me decía cálidamente al oído: "Aquí te recordamos con mucho cariño, Iván, y tienes las puertas abiertas para cuando quieras regresar".

No lo hice, por problemas de salud en los que sigo atrapado; tuve que dejar de beber y ya cumplí dos años desde la última recaída. ¿Cómo podría volver a vivir la experiencia dionisíaca de las velas, con toda su fuerza telúrica, tan liberadora que aterra, sin beber? Quizá con alguien más, que beba por los dos, aunque no creo que sea bien vista esa evasión; parecería una burla. ¿Cómo podría explorar el mundo también espirituoso y nocturno de las taberneras, en el universo llamado Juchitán, sin beber? Quizá la única opción sería más bien la última: regresar para encontrarme, ahora sí, cara a cara y de una vez, con la muerte.

[] Iván Rincón 2:07 PM

Enero 17 de 2010

Juchitán y el agente interno

(Novena parte)

Aunque un trato no es lo mismo que un contrato, pues el primero es verbal y el segundo es escrito, Deyo decía que me había contratado; yo cumplí mi parte y él no cumplió la suya; lo primero que desconoció del acuerdo fue mi sueldo, aunque era ínfimo, raquítico, ridículo... "No hay dinero -decía- porque el periódico no se vende y los anunciantes no pagan", como si tuviera que atenerme a las finanzas de Tobi ne Tobi. "Eso me vale madres", le contestaba, y le recordaba una y otra vez el compromiso, hasta que aflojó, después de mucha insistencia mía, desproporcionada para algo tan pequeño en términos materiales, demasiada para mi salud y la de nuestra relación. Cuando le propuse tiempos entre actividades para su enseñara y mi aprendizaje de la llamada lengua nube, me contestó: "En vez de clases, te voy a dar un consejo: consíguete una mujer, porque el zapoteco no se aprende, se mama". Y en este caso, no insistí (Chente había tenido mayor disposición al mismo fin, sin salir con esas mamadas y con la diferencia de que ahora es una de las máximas autoridades en la materia). El alojamiento en casa de las tías tampoco respondía a lo acordado, porque solo podía dormir allí de noche si llegaba antes de las nueve, cuando ellas atrancaban la puerta por dentro y se echaban a los brazos de Morfeo, Morbonito o Morbo con sueño. Además, como esas tías eran unas ancianas decimonónicas, no concebían que un hombre y una mujer durmieran en el mismo cuarto si no estaban casados y, aunque el cuarto era enorme (del tamaño de un departamento), aprovechaban que yo pasaba la noche en Ra Bacheeza para negarme alojamiento cuando había presencia femenina. Deyo fingía vergüenza por esta situación, pero nunca hizo nada para evitarla. Nomás la comida en Ra Bacheeza cumplió con lo acordado, aunque las meseras y cocineras daban atención preferente a la clientela (en un razonamiento invertido, pero igualmente válido, yo también era cliente, pues pagaba mi comida con trabajo) y, un día que invité a comer a Mavis, con el entendido obvio de que invitarla era pagar su consumo, las empleadas nos dieron un tratamiento de segunda y ella salió de allí ofendida.

El acuerdo era dedicar dos meses a Tibi ne Tobi para publicar cuatro números y así fue, eso hice, pero contando mayo, el mes de las velas, y descontando una escala defeña de seis días, tenía tres meses en Juchitán; durante el primero, aunque fue vacacional, hice una colaboración con el periódico, por cierto. Una vez ocurrida la censura y cumplida mi parte (inclusive de más, pues mi asesoría y colaboración mínima con el programa de radio no era obligatoria), ya no tenía nada qué hacer en Juchitán, además de esperar a que Deyo terminara de pagarme, y se lo dije, pero volvió a resistirse, como cuando llegué, pues ese aspecto de su personalidad tiene como principal valor el dinero, por encima de la incipiente amistad y el compromiso profesional. Cuando le cobraba, de nuevo con una insistencia desgastante, Deyo respondía que no me preocupara, que podía seguir alojado en casa de sus tías (como si no supiera que allí se alojaban mis cosas y yo iba nomás a dormir un rato y bañarme) y seguir comiendo en Ra Bacheeza.

Obligado por las circunstancias, sin prever que Deyo nunca me pagaría la última quincena, permanecí una semana más, que no me sirvió para descansar y reponerme de la chinga de tres meses, pues fue pura tensión, una tensión nueva y personal, muy distinta a la que vivió Juchitán durante el último regreso de Víctor Moro, en los días inmediatamente anteriores y posteriores a su muerte. Mi última semana en Juchitán, que pasé la mayor parte del tiempo en Ra Bacheeza, fue de agresiones gratuitas y cotidianas a mi persona; sin excepción, diario llegaba alguien a buscar pleito conmigo y nunca llegó nadie solo; llegaban por lo menos de dos en dos y, aunque sus provocaciones y bravuconadas no pasaban a mayores, es decir, a los golpes, no obstante que tampoco me amedrentaban, yo paliaba esa tensión, emborrachándome todos los días y sus respectivas noches, así que el desgaste fue triple: la ebriedad sin tregua, las sucesivas desveladas y las reminiscencias de la tensión, dieron continuidad a una temporada intensa por las velas de mayo, por "descansar" del trabajo -de por sí agotador- unas horas en el suelo y otras en hamaca, y porque, antes de la crisis llamada Víctor Moro, los dos meses que dediqué a Tobi ne Tobi coincidieron con una crisis de otra índole: tres semanas de lluvia continua que desbordó el Río de los Perros, causó inundaciones catastróficas y escenas tan surrealistas como las atarrayas de los pescadores a orillas de la carretera, en donde atrapaban a los peses; las casas más cercanas al río quedaron cubiertas de lodo, que sepultó a personas, animales y árboles; a otros seres vivos se los llevó la corriente de agua que, además de la destrucción, dejó a su paso una pestilencia enfermante, sobre todo para niños y ancianos.

Por lo visto y vivido en carne propia, si algo hace de Juchitán un lugar intenso es su abundancia: la de consumo etílico, más que ninguna otra, sobre todo cervecero; la de sus mujeres, que abundan en tamaño y carácter, más que por la presencia mayoritaria que aparentan; la comida en grandes cantidades y de calidad no podría quedarse atrás, ni la distintiva y tradicional disposición a compartirla, por la cultura comunitaria de la región y su generosa hospitalidad; abundan las fiestas, cada una con su propia plétora multitudinaria de excesos dionisíacos; la suciedad es lógica y consecuente, pero secundaria, no un factor cultural de indolencia como legado ancestral, y la violencia también se produce a granel, aunque no es lo principal ni exclusiva de Juchitán. Regido a veces por la tiranía del caos o algún dios igual de sádico y demencial, algún Tláloc desquiciado por tanta borrachera en la que no es convidado, el Istmo oaxaqueño soportó aquel diluvio como un caso trágico de abundancia, un desastre no menos cuantioso. Cuando visité Xadani para conocer de cerca los estragos de la lluvia sustantiva en una zona marginal, descubrí que, para colmo de abundancias, los pechos de sus mujeres son inmensos, como en ningún otro lugar del mundo, hasta donde he visto en libros y revistas, documentales y cine de ficción; son tan exuberantes esos pechos que ninguna mujer usa sostén porque obviamente no existe de su talla; con las blusas empapadas, con los huipiles en aguas, los frondosos torsos femeninos de Xadani estaban próximos a la desnudez que, durante alguna época lejana, escandalizó a las pudibundas conciencias españolas, como es mundialmente sabido.

Las tres semanas de lluvia ininterrumpida fueron especialmente agotadoras para mí porque, además de visitar Xadani y el ejido Emiliano Zapata, a donde llegué caminando con el agua hasta el ombligo, cuando el camión que me llevó junto con un equipo de rescate y ayuda humanitaria urgente quedó varado en la entrada, recorrí los albergues de Juchitán y me invadió de pronto una gran vergüenza por quitarle tiempo a la gente que los atendía; entonces decidí atender también la exigencia de un regidor que nunca había tenido la confianza de hablarme y, mucho menos, en tono imperativo: "¡Súmate a las labores de auxilio y deja tu periodismo un rato!"

Archila, quien me recibió con el simbólico gesto de preguntarme si quería una cuba y mandó a su chalán a comprarla cuando le dije que sí, creyendo que tenía un pomo por ahí, expresó una íntima frustración que evadía la derrota moral ante la obligada inmovilidad de su cuerpo mutilado en una situación que lo requería completo. Deyo, por su parte, aprovechó la ocasión para enfermarse y cayó en cama; a los 53 años de edad, creo que era el más viejo del ayuntamiento, pero nadie lo disculpaba, así reportara su indisposición.

Por un momento creí que yo también quedaría fuera de combate, cuando bajé del camión al regreso del ejido Emiliano Zapata y sentí que las reumas no me permitirían caminar del palacio municipal a Ra Bacheeza, que estaba a unos pasos, pero fue necesario un esfuerzo ingente para darlos; llegar a casa de las tías y bañarme habría sido menos difícil y más recomendable para mi salud física, aunque no para mi conciencia y mi vocación de sacrificio, por no decir martirologio; en Ra Bacheeza me quité los zapatos y bebí mezcal descalzo (reposado) hasta entrar en calor, mientras el inmaculado Víctor de la Cruz se preguntaba qué hacía alguien como Archila en la Regiduría de Cultura; "no está allí por méritos propios, sino por ser gente de Héctor Sánchez, que sigue ordenando en el ayuntamiento quiénes deben estar y en qué puestos", decía De la Cruz con fingida indignación, sin considerar ni remotamente la posibilidad de ayudar en algo, además de grillar en estado inconveniente, o sea, excepcionalmente sobrio. Quizá, por el contrario, cuando me quité los zapatos, dejé escapar un tufo embriagador, un hedor embriagante, y de ahí que don laureado escritor, hijo pródigo de Juchitán, desinhibiera sus personalísimas y habituales especulaciones ebrias de una política existente solo en su imaginación intoxicada con más envidia que la de Archila; entre las amarguras de aquellos días de lluvia, prefiero la melancólica frustración de Archila y su intimista sinceridad a la ponzoña grillesca de Víctor de la Cruz, pretendido intelectual en su torre de marfil que más bien parecía un francotirador en su atalaya.

Chente, su esposa Lilia y Mavis, en cambio, llevaron a cabo la titánica tarea de acondicionar la Casa de la Cultura como albergue provisional; cuando fui a mitad de la noche, ellas dormían sobre un escritorio cada una, y él me platicó en voz baja la jornada; Lilia estremeció de frío, dormida, y Chente la abrigó amorosamente; Mavis imitó dormida la queja de Lilia y, al ver que él no tenía la misma atención con ella, la tuve yo, afectuosa y cariñosamente, a falta de su marido; él guardó entonces un cauteloso y prudente silencio. Chente es el único hombre monógamo que he conocido, y yo tengo de monógamo lo que Archila tenía de periodista. Supongo que Chente no percibe todavía sus propias diferencias con Víctor de la Cruz, a quien admira y tiene como paradigma o ejemplo a seguir, aunque el alumno superó en todo al maestro desde hace mucho... quizá desde que nació.

Esa noche de símbolos, decía, hice a un lado el periodismo y me dediqué a llevar café de Ra Bacheeza al palacio municipal, una y otra vez, hasta el amanecer; la empleada más longeva lo hacía en grandes cantidades, mientras yo lo llevaba caminando y regresaba corriendo por más; no faltó quien reconociera la energía y la vitalidad juveniles de las cuales gozaba y daba muestras a la edad de 28 años, más por determinación y coraje que por una extraordinaria condición física, y las cuales ahora son gloria pretérita, como diría Monsiváis, si le quedara un ápice del ingenio que ahora es gloria pretérita.

El temporal que asoló al Istmo oaxaqueño, tanto como a la costa, y terminó de joder a los jodidos, como suele ocurrir (ahora en Haití), habría causado un desastre bíblico de no ser por la movilización solidaria de la gente, inclusive más allá de sus límites, como sucede también en tiempos de guerra y tuve la desgracia de comprobar unos meses después en Chiapas. Un colega me felicitó por el reportaje que publicó Motivos a propósito de aquel diluvio y le contesté que ese reportaje era la síntesis de una serie publicada en Tobi ne Tobi, así que me pidió los números correspondientes del periódico y, después de leerlos, espetó: "¡Qué pendejo eres! Cualquiera en tu lugar hubiera buscado un premio de periodismo por tu cobertura de las lluvias y seguro lo habría conseguido". Efectivamente, yo era un pendejo y sigo siéndolo por subvaluar mi trabajo y creer que en Juchitán lo sobrevaluaban. Otro colega, en este caso de La Jornada, fue testigo de mi desgaste por la mezquindad inconcebible de Voz Pública durante la ofensiva militar del gobierno federal en Chiapas y me dijo: "Te peleas por un estanquillo cuando deberías ser dueño de todo el mercado".

Como personaje de cualquier bodrio dirigido por Arturo Ripstein, yo solo esperaba que Deyo me pagara la bicoca de 500 pesos por la cuarta quincena de trabajo para largarme de Juchitán y, mientras tanto, resistía estoicamente las agresiones y provocaciones diarias, cotidianas, sin atribuirlas en general a nadie ni a nada en particular, sino más bien a la casualidad, sin considerar probable ninguna posible causalidad: la policía municipal, Óscar Cruz y Feliciano, la Rata Picuda, el periódico Enlace, algún marido celoso... preferí creer en una coincidencia fortuita de enemistades intrascendentes y gratuitas, una "sucesión de calamidades" (Anne Rice dixit), eso que los supersticiosos llaman suerte; hasta que uno de los agresores resultó que no actuaba por cuenta propia, sino empujado por el grupúsculo mafioso del INEA, cuyo "jefe de comunicación social", un yuppie muy joven, alto, flaco y blanco, asumía como principal misión en la vida corromper a cuantos periodistas se dejaran, y yo lo había invitado a que mejor nos rompiéramos la madre, pero su patrón asumió una intermediación conciliadora; ese grupúsculo se apersonó por enésima vez consecutiva en Ra Bacheeza y tomó posesión de la palapa; yo platicaba en otra área con un fulano enorme que tenía fama de invencible en Juchitán, cuando el empleaducho pasó junto a nuestra mesa y me dijo: "Ven a saludar para que te rompamos la madre". En una ida al baño, fui a saludar para que vieran cuánto miedo les tenía, y el cobarde intentó echarme, como perros o gallos de pelea, a dos juchitecos tranquilos que bebían en la palapa, tolerando al grupúsculo, y le dieron a entender que no tenían nada contra mí y, si él insistía, le romperían la madre.

-¿Por qué no te armas de huevos y te avientas el tiro tú? -le pregunté.

Unos tragos más tarde, se acercó a nuestra mesa con la finta de un saludo el patrón del grupúsculo, que era un chaparro y estaba evidentemente borracho; cuando me levanté, un bravucón moreno y corpulento dijo, señalando mi cara con su dedo: "¡Si vuelves a pegarle a un jefe de departamento, te rompo la madre!" Y, antes de que yo pudiera preguntarle departamento de qué edificio, lanzó un puñetazo que apenas me tocó el mentón, pues el alcohol no había mermado mis reflejos, y luego una patada a los bajos, que tampoco logró su objetivo, pues la detuve con la mano. Mi compañero de juerga esa noche se levantó con tal rapidez que impresionó a más de uno; por allí andaba también Nacho, que había llegado temprano y no tardó en hacer su propia intervención; el resto del grupúsculo se arremolinó en defensa de su patrón, y el agresor quedó atrás de todos, haciendo un berrinche, pues el cobarde "jefe de comunicación social" le había lavado el cerebro con alcohol; el conato de pleito no pasó a mayores, se quedó en ciernes, gracias al papel conciliador del patrón, a quien acusé de farsante y, sin temor a exagerar, me pareció que estaba a punto de llorar.

Al día siguiente, el grupúsculo no regresó a Ra Bacheeza y comenté el incidente con Deyo, que ya estaba ebrio; en su lugar, yo le habría negado el servicio a esa banda mafiosa en adelante, pero la naturaleza del jefe Deyo era otra y esa tarde volvió a enseñar el cobre: "Es que, cuando chupas, te sientes muy chingón", dijo. "Siempre me siento muy chingón", le contesté, "no solo cuando chupo". Él justificaba a quienes me agredían porque, a diferencia mía, dejaban dinero en su negocio. "Sí -agregó- haz de ser muy chingón, pero los paisanos sienten que te crees superior a ellos y un día de estos te van a matar cuando salgas de aquí". Perfecto, pensé; recurro a él en busca de solidaridad, casi angustiado por mi desgaste físico y emocional, y recibo a cambio una amenaza de muerte. ¡A toda madre! Esa contestación tenía el precedente inmediato de una fiesta que terminó en monólogo de un pariente suyo, hablándome con demasiado respeto para el humor del jefe. "¿Por qué le hablas así? -preguntó Deyo- ¡Ni siquiera lo conoces! No sabemos quién es, ni de dónde viene". ¡Perfecto! Nomás eso me faltaba, que después de sus algarábicos elogios, próximos al homenaje, el rácano beodo me desconociera, ¿por amnesia alcohólica, senilidad prematura o cicatero fin de que siguieran en su bolsillo mis 500 pesos? Al día siguiente de su amenaza (imperdonable por tener también el precedente de que no pudo o quizá ni siquiera hizo el intento de solidarizarse con nosotros cuando unos bándalos irrumpieron en Ra Bacheeza y estuvieron a un pelo de golpear a su esposa embarazada, y tuve que dar la cara por ella), me largué de Juchitán; dejé las cosas que no eran mías dentro de un baúl para no perder más tiempo y pedirle después a Deyo, cuando lo llamara por teléfono, si acaso lograba comunicación con él en algún milagroso momento de sobriedad, que me hiciera el favor de entregarlas a sus respectivos dueños, además de pagarme; a estas alturas de la vida, entre las cosas que dejé, solo recuerdo un radio que me prestó Archila para que escuchara los noticieros locales; él quizá creyó que me quedé con su radio, pues Deyo probablemente no entregó nada; lo llamé a diario, cada vez más encabronado, porque se resistió a pagarme hasta el último instante, increíble, pero verídico: había trasladado al segundo de sus negocios, que era una cementera, el teléfono de su casa, cuando me contestó un día la secretaria y le pregunté por Deyo; luego de comentar que el último número de Tobi ne Tobi estaba tan atrasado que ya ni caso tenía sacarlo, ella me pidió esperar; en la espera, escuché que entraban dos asaltantes armados con una pistola y sometían a todos allí; supongo que solo robaron dinero, pues no sé qué otra cosa de valor material haya en una cementera; consumado el atraco, antes de irse, uno le ordenó al de la pistola que asesinara a Deyo, y el de la pistola se negó. "Dale por lo menos un balazo en el hombro", ordenó de nuevo el primero, pero el de la pistola volvió a negarse; entonces empezaron a pelear entre ellos hasta que terminaron yéndose; la esposa en turno tomó el teléfono y preguntó: "¿Joven Iván? ¿Sigue usted allí?" Contesté que sí, y ella exclamó: "¡Nos asaltaron! ¡Acaban de asaltarnos!" Me narró a grandes rasgos lo que yo mismo había escuchado y, sabiendo para qué servía recurrir a la policía municipal en esos casos, le dije que llamaría después, cuando el jefe Deyo se hubiera repuesto del susto. Seguramente, le robaron mucho más de lo que me debía y, obviamente, no me dio gusto; me habría gustado, en cambio, que el grupúsculo del INEA jamás regresara a Ra Bacheeza y que para eso le sirviera a Deyo estar de su lado; nunca supe si así fue; lo cierto es que, después de la insólita coincidencia entre mi llamada y el atraco, nunca jamás volví a tener ánimo para llamar y seguir cobrando. Que le aprovechen -pensé- los 500 pesos que me quedó a deber, por no decir que me robó...

Cuando la Caravana de la Convención Nacional Democrática «Entre el EZLN y el Ejército Federal ¡estamos nosotros!» pasó por Juchitán en octubre de 1994, fui a Ra Bacheeza con el pretexto de que Nuria Fernández quería bañarse y encontré cerrado, a pesar del día y la hora, momento por el cual resulta inevitable sospechar que Deyo se escondió. Cualquiera pensará que el cicatero soy yo por dedicar un extenso choro al pago de 500 pesos que se quedó en el aire, pero el hecho de que Deyo se escondiera por esa cantidad está para Ripley y el Record Guiness de tacañería y mezquindad, y tiene el vergonzante precedente de un despido injustificado que equipara a Deyo con Norma Reyes Terán, agente externa que trabajó para José Murat infiltrada en la oficina de gestoría del entonces senador por Oaxaca, Héctor Sánchez, y después en el gobierno priista del sátrapa, cuya policía integrada por sicarios y narcotraficantes intentó asesinar a Héctor Sánchez y Óscar Cruz... Deyo corrió a uno de sus empleados porque tuvo la osadía de soñar con la esposa en turno y además decírselo; ese fue el pretexto para no pagarle. ¿Qué habría sucedido si Deyo hubiera sabido que su esposa de 27 años tuvo la osadía de soñar conmigo y además decírmelo? ¿A quién de los dos hubiera corrido? Norma Reyes hizo conmigo lo mismo que Deyo con su empleado, un muchacho muy noble y honesto, que además era mi amigo; Norma Reyes y su marido Rufino Perdomo traicionaron el proyecto de cambiar al PRI por el PRD en el gobierno del estado, y el PRD premió su traición con una diputación federal en paquete: Norma como titular y Rufino como suplente o "compañero de fórmula"; es imposible no preguntarse: ¿tan desprestigiado estaba ya Héctor Sánchez que el llamado "PRD nacional" prefirió a Murat y sus matones, con gente infiltrada en el PRD local y la mencionada oficina de gestoría, cuya área de comunicación social estuvo a mi cargo unos días, antes de que el dúo dinámico Perdomo / Reyes Terán se librara de mí por consigna del gobierno y el PRI locales (sin pagarme la segunda quincena, por cierto). Próximamente daré a conocer aquí ese capítulo nefasto de ignominia y traición, que también padecí.

Años después de mi última visita a Ra Bacheeza, leí en La Jornada que Deyo dirigía la Casa de la Cultura de Juchitán, con Jorge Magariño como segundo al mando y Natalia Toledo en la presidencia del patronato de la institución fundada por su papá. En mi reencuentro defeño con Chente, cuando los zapatistas estuvieron en San Lázaro, él comentó que Deyo estaba demasiado viejo para ese cargo y el director en los hechos sería Magariño, según sus cálculos; hasta que se le hizo, pensé, y no volví a saber de ellos. Supongo que Deyo dejó de beber, en primer lugar, porque si esa fue una condición de Francisco Toledo para que Chente dirigiera la Casa de la Cultura, con más razón para Deyo, que además es diabético. No lo sé, lo supongo y, ultimadamente, me importa un carajo.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 1:02 AM

Enero 14 de 2010

Juchitán y el agente interno

(Octava parte)

Así como le debo principalmente al fotógrafo Jorge Claro estar libre de prejuicios con respecto al mundo entre clandestino y subterráneo, en donde la minoría homosexual es mayoritaria y el ambiente, que he conocido con morbosidad y curiosidad antropológica, tiene de fascinante lo que mismo de oculto, sórdido y violento, le debo a Archila por lo menos empezar a quitarme de encima prejuicios igual de grandes y estúpidos con respecto a las brujas y los brujos. "¡Es antropología pura!" -me contestaba cuando le decía que esas eran mamadas y pendejadas. Años después, en San Cristóbal de Las Casas, tuve un amigo que había sido viajero y, en consecuencia, su visión del mundo era incomparablemente más amplia que la mía, y me habló también de brujas y brujos, así como del influjo de la luna en los asesinos, y terminé abriéndome a un tema no menos fascinante, del que yo sabía un carajo y lo despreciaba por ignorancia (al carajo), desprecio que es más bien estupidez y soberbia, y abunda entre los Rincón, por cierto. De Archila recuerdo además una breve disertación sobre los ciclos migratorios de los zanates y una explicación de por qué la cerveza es embazada unas veces en botella oscura o marrón, otras en botella transparente y otras más en botella verde, y por qué la de botella verde es de tan baja calidad...

"Hay que discutir ese asunto con unas chelas de por medio", decía yo al llegar a la Regiduría de Cultura en vez de saludar, y Archila sonreía, como diciendo: "pinche sonsacador", y discutíamos el asunto al calor de unas chelas en la cantina de "la chaparrita", donde había mejor botana que en Ra Bacheeza y la cerveza era más barata y "la chaparrita" más tentadora y apetecible que las meseras de Ra Bacheeza, gordas como la fregada, salvo una que "reventaba de buena", según las palabras del intelectual Carlos Manzo.

Mis discusiones cheleras con Archila se vieron trucadas por el rumor de que yo lo desplazaría primero en la dirección del periódico, después en la producción del programa radiofónico y, por último, en la coordinación de la regiduría; él enfermó de paranoia y, cuando yo lo comentaba, la gente padecía de un ataque de risa, pues no estaba familiarizada con la palabra paranoia, ni yo con la palabra prepotencia, tan corriente en Juchitán por razones obvias, ni con la dispersión, algo muy característico de los dipsómanos y que yo calificaba de "desorganización mental". Archila era considerado en general como un amargado sin "oficio periodístico" y la mayoría de sus conocidos prefería tratar conmigo por esas dos consideraciones. Entre quienes hicieron correr aquel rumor identifico a muchos, pero destaco solo a dos por estar en los extremos del abanico popular que lo creyó y no tuvo un ápice de tacto ni discreción: uno era nuestro mecánico de cabecera (digo nuestro porque yo me transportaba en una carcacha del jefe Deyo, más bien de su esposa, que no sabía manejar... la esposa); otro era Daniel López Nelio, uno de los tres principales caciques de la COCEI, quien llegó a ser senador y, autodestruido por su alcoholismo vitalicio, murió en el cargo, que ocupó entonces el suplente, un tal Óscar Cruz, al parecer encumbrado por el destino o la fatalidad.

"Traes un ímpetu de trabajo cabrón, qué gusto, pero vas a tener que adaptarte a nuestro ritmo antes de que nosotros podamos adaptarnos al tuyo", me dijo Archila cuando llegué. Con ínfulas de sabio, me dijo después: "A un juchiteco puedes quitarle su mujer, si ella quiere, pero nunca intentes quitarle su poder, porque puede costarte la vida el intento". Luego entendí eso como una amenaza, aunque él no es de Juchitán, sino avecindado. Si Óscar Cruz parecía fingir que hablaba por teléfono para que yo tomara nota, Archila hablaba del ante mío con alguien de su confianza en alusión a cierto personaje que había llegado a Juchitán para quitarles a otros sus puestos de trabajo y acostarse con sus esposas; nomás le faltaba decir que el aludido se comería vivos a los hijos y se llamaba Iván Rincón (esto último era lo peor).

Un día que Deyo le echó en cara su falta de cuidado y dedicación, su desatención al periódico y al programa de radio, y Archila parecía contener las ganas de llorar en mi presencia, trabajé como siempre hasta muy tarde frente a la única computadora de que disponíamos, escuchando a mi vecino de oficina teclear sin descanso la máquina de escribir; hacía el guión del programa de radio para la emisión de la mañana siguiente; dedicó toda la noche a lo que ningún programa en vivo tiene previamente por escrito y me cae que no es necesario estudiar comunicación para saberlo. Como única excepción en la vida, salí del anexo antes que él, sin decir ahí nos vemos, hasta mañana, buenas noches o que te sea leve, y me senté a la tenue luz de los faroles y la menguada luna, filtrada por los árboles, sobre una banca del parque, a fumar un cigarro en el silencio cagado por los zanates, escuchando el ruido de la máquina de escribir, como eco de la mente obsesiva de Archila, maquinando lo que al rato diría cada uno de los participantes en el programa de radio; lo observé desde la soledad en penumbra del exterior hasta la soledad interna del anexo en la única oficina iluminada y con la ventana abierta; acabé con el cigarro y me fui, no sin antes atrapar un pensamiento que dejó escapar: "Este cabrón no me va a quitar de aquí; no importa cuántas horas extras tenga qué trabajar, no voy a permitírselo, no voy a darle ese gusto".

Además del jalón de orejas que Deyo le había dado en presencia mía, Archila supo que Mavis, secretaria de la Casa de la Cultura y conductora del programa, había recurrido a mí para salvar la tribuna radiofónica del descuido por parte de los jefes. "Archila está tan paranoico -le dije a Mavis- que, por salud mental, hay que evitar mi presencia en cabina y cualquier cosa que pueda interpretar como intromisión o invasión de su territorio". Y toda mi asesoría y colaboración mínima con el programa la hice discretamente a través de Mavis; pero cuando cometí la osadía de escribir un texto a petición del jefe Deyo para la radio y Deyo lo leyó al aire, Archila dijo que eso no lo había escrito yo, que él lo había leído en El Universal; se lo dijo al chalán para que se lo dijera a Deyo, aunque Deyo me lo dijera, y yo le contestara: "¡Pinche par de argüenderos y mitoteros! Que te enseñe el texto publicado en El Universal o se aguante las ganas de decir pendejadas, así como se aguanta las ganas de llorar; que no se aproveche de su condición, pues un día de estos se me olvida que no tiene piernas y le rompo la cara".

Archila se quedó también las noches siguientes hasta muy tarde, trabajando en la regiduría, pero siempre se iba antes que yo y, una de esas noches, escuché un grito y un ruido, y salí corriendo a ver qué pasaba: seguramente por cansancio y quizá con unos tragos de más, Archila bajó las escaleras rodando y, cuando me asomé, había llegado a la planta baja; auxiliado por un gendarme y su chalán, se levantó como si nada. "Este cabrón nunca me escuchará quejar", parecía decir.

Yo trabajaba lo más tarde posible para unificar mi descanso, intento que a la postre resultaría inútil y, en consecuencia, más agotador, pues muchas cosas había que hacerlas de día, pero el hecho de que solo tuviéramos una computadora me obligaba también a trabajar de noche, pues demasiada gente ocupaba esa máquina durante el día y, cuando era Deyo, su exasperante dispersión tenía prácticamente un efecto de autosabotaje, al dejar la computadora prendida con su texto a medias para atender otros asuntos; yo dedicaba entonces demasiada energía y demasiado tiempo a buscarlo y presionarlo para que terminara con lo que escribía y permitiera que otros usaran la computadora; esfuerzo desproporcionado y estresante que reducía mi labor a la de simple acicate por trabajar en condiciones de tercer mundo. Por eso procuraba trabajar lo más tarde posible, pero la oficina de Tobi ne Tobi era también la del CIDB y el triunvirato, que llegaba de noche cada vez con mayor frecuencia, cuando no hubiera nadie más que yo y uno que otro gendarme, cerraba la puerta y saturaba el aire con humo de marihuana; luego Chente llevó la computadora que tenía en su casa y mis noches de pretendido aislamiento y marginación voluntaria se poblaron de actividad académica / enervante; mi trabajo noctámbulo se vio de pronto contaminado por ese trío de intelectuales narcotizados que invadieron mi soledad abstemia de alcohol y cafeína, aunque todavía tenía yo el estúpido vicio de fumar a todas horas y en todas partes, un vicio más absurdo que ningún otro por inútil y contaminante.

Alguien dejó abierta la puerta de la oficina y prendida la computadora de Tobi ne Tobi una noche que Archila estaba en la Casa de la Cultura, a donde fui para enterarlo del abandono que hallé, y resultó que había sido él, pues no sabía prender ni usar ni apagar una computadora y trataba de ahogar su frustración en cerveza y mezcal con otros borrachos; luego de mi reclamo, desinhibió toda la envidia y el rencor acumulado en la paranoia, que veía una conspiración entre Deyo y yo contra él, y me confundía con el fantasma de una gran amenaza que nomás existía dentro su mente intoxicada de amargura y alcohol en exceso; esa noche despotricó hasta que se le acabó la saliva y se fue tambaleando sobre las dos prótesis y un bastón igual de endeble; uno de los muñones sangraba y la sangre enrojecía el pantalón de mezclilla, pero el odio y el miedo eran más grandes que el dolor físico anestesiado por la ebriedad. Al ver que nadie más advertía su estado lastimoso y lamentable (para el arrastre), me dieron ganas de apoyarlo, inclusive cargarlo si era necesario, hasta donde pudiera tomar un taxi, pero eso era lo último que don resentido permitiría; un intento mío en ese sentido habría ofendido gravemente su dignidad. Entre otras estupideces, aquella noche dijo: "Conozco a alguien que sabe más que tú de computación", a lo cual respondí: "Cualquiera sabe más que yo de computación; cualquiera, menos tú".

Después del consejo de guerra, convocó a una reunión amplia de Tobi ne Tobi, ahora sí amplia, en la oficina grande y, una vez reunidos todos, hasta los colaboradores en ciernes, renunció a la dirección. "Ya estoy cansado -confesó- y seguramente habrá alguien entre nosotros que ocupe mi lugar y haga las cosas mejor que yo, alguien con más oficio y experiencia, inclusive con más fuerza. Yo estoy hasta la madre y uno debe aceptar sus limitaciones". Para su terapéutica sorpresa, tomé la palabra en seguida y les propuse a todos que no aceptáramos su renuncia. "El periódico está en crisis de nuevo -dije- y no se vale renunciar cuesta arriba, cuando las cosas se ponen difíciles". Supongo que no lo dije, pero yo había cumplido mi trato con Deyo y, después de la censura, no tenía nada más qué hacer en Juchitán, así que me largaría en las próximas horas. En ese momento, Archila se curó de la paranoia, la envidia y demás veneno acumulado en su mente, que seguramente había producido piedras estomacales. Antes de irme, volvimos a chelear, esta vez en una vela, pero como pueden ver l@s lector@s de esta interminable serie, el que no ha curado su rencor soy yo.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 3:44 AM

Enero 10 de 2010

Juchitán y el agente interno

(Séptima parte)

Aquella noche subí a la oficina del CIDB, que también era la de Tobi ne Tobi, a una hora en que solía no quedar nadie por allí, salvo acaso algún gendarme, pero en la Regiduría de Cultura permanecían Archila, su chalán y la secretaria (una mujer muy guapa, que modeló para la empresa Corona en esa época); los tres estaban tensos porque un hombre de sombrero se había plantado frente al anexo desde hacía horas, ostentando una gran pistola en el cinturón, y de ahí que no se iban; el chalán llamó por teléfono a Feliciano Marín, creyendo que éste movilizaría a la policía municipal o alguna instancia competente, pero Feliciano se burló de él, sugiriéndole que bajara y le preguntara al hombre armado quién era, por qué estaba armado y qué hacía plantado allí. Quizás habían llamado antes a la policía municipal, y el subcomandante Mao les contestó que no tenía "tiempo para tonterías". ¿Por qué hacía esa llamada el chalán y no Archila? Sepa Dios o la chingada. Para mí resultaba más inentendible una índole de contestaciones -que no respuestas- como las de Feliciano y Mao, pues a veces tardo años en entender algo así de simple: la mutación personal de esos dos y otros, pero sobre todo la de Feliciano, era especialmente representativa de lo que hace el poder con la gente cuando es superior a ella, o sea, cuando la gente es inferior al poder que tiene. Al proverbio "el poder desgasta", un intelectual italiano agregó: "al que no lo tiene", y yo vuelvo a la frase original: "el poder desgasta al que lo tiene", como dice al oído de su próxima víctima uno de los sicarios del padrino encarnado por Al Pacino (esa víctima representaba al poder eclesiástico, tan desgastante que hacía necesario recurrir al asesinato... un recurso del poder, principalmente).

La muerte de Víctor Moro, ocurrida el 7 de agosto, causaba singular tensión en Juchitán; el 11 del mismo mes, la Procuraduría del estado solicitó "el ejercicio de la acción penal" en contra del comandante, un subcomandante y ocho efectivos rasos de la policía municipal, considerados "prófugos de la justicia" por no presentarse a declarar; Ricardo Dorantes, el presidente del PRI local y los padres de Víctor Moro formaron un "Comité Político de Lucha", junto con los cuatro regidores priistas, quienes anunciaron su posible separación del ayuntamiento en señal de protesta, mientras más militantes del mismo partido se organizaban para defenderse de "las agresiones de la policía municipal"; el día 13, ocho camionetas de la policía preventiva del estado con alrededor de diez uniformados cada una, que portaban armas de alto poder, cascos y chalecos antibalas, comenzaron a patrullar las calles de Juchitán, luego de que unos cien municipales fueran acuartelados en el palacio de gobierno y el anexo; al pasar los nueve días de la muerte, no había ocurrido ningún incidente relevante al respecto, pero se esperaba que, una vez cumplido el tradicional plazo, la tensa calma que vivía Juchitán fuera rota con un acto de provocación armada o una vendetta; eso nunca ocurrió, pero Teodoro "El Rojo" Altamirano, entonces coordinador del PARM estatal (dato curioso, pues este personaje era uno de los peores enemigos de la COCEI y representaba las posiciones más recalcitrantes de los halcones priistas locales), Ricardo Dorantes y el padre de Víctor Moro, exigieron la desaparición de poderes en Juchitán, exigencia difundida con altisonante y contaminante insistencia, en un histérico abuso de la libertad de expresión, por el carro que pasaba más de una vez a diario con un megáfono frente al palacio municipal.

La COCEI, mientras tanto, se replegaba con la decisión de no realizar movilizaciones públicas por el momento para evitar provocaciones y la politización del caso, que debía manejar como si fuera estrictamente policiaco y para lo cual se presentarían a declarar tres de los implicados, que permanecerían alrededor de un año en prisión, según el despacho jurídico del ayuntamiento. Aunque Mao era el principal acusado, luego de que algunos testigos lo señalaran como perpetrador de tres disparos a la cabeza de Víctor Moro con una pistola calibre 33 a menos de un metro, el ayuntamiento sostenía que este subcomandante no estaba de servicio aquel día (lo cual tampoco era ninguna prueba de su inocencia), y entregó al Ministerio Público los nombres de quienes participaron en los hechos del 7 de agosto sin darlos a conocer públicamente.

En ese contexto y ese clima, ocurría frente al anexo en donde trabajábamos la oscura y amenazante presencia de un hombre armado, al que observé desde la ventana / balcón y tiendo a recordar con lentes oscuros y un cigarro en la boca, o sea, estereotipado, como los pistoleros que inspiran -o se inspiran en- las películas de los hermanos Almada. "Si tuviera planeado usar su arma, no la ostentaría", les dije a los tres empleados de la regiduría, que no se atrevían a salir. "Ese tipo ha de querer más bien infundir miedo y ya lo consiguió".

Quizá por «instinto de conservación» tengo un pequeño lago en la memoria -que yo mismo considero extraordinaria, pero no infalible- y no recuerdo quién me contestó y tampoco si fue durante el consejo de guerra o después, cuando sugerí que, así como habían tenido los huevos para matar a Víctor Moro, había que tenerlos ahora para denunciar públicamente la alianza entre las mafias locales y el "gobierno" a nivel federal y del estado, representado en este caso por el poder judicial, contra el ayuntamiento de Juchitán y la COCEI en el Istmo oaxaqueño; yo proponía que, en vez de asumir una actitud autodefensiva y encubridora, pusiéramos al descubierto cuanto había detrás de las protestas por la muerte del chacal, a saber: la colusión del poder formal con el poder fáctico del crimen organizado, cuyos intereses encarnaban el presidente y el asesor jurídico del PRI local, los padres de Víctor Moro, El Rojo y sus respectivas bandas pistoleriles. "Para ti es muy fácil salir con eso porque, si las cosas se ponen cabronas aquí, nomás te vas y ya; tú puedes irte en cualquier momento porque no tienes familia aquí, pero nosotros sí y tenemos que quedarnos, pase lo que pase; tú no viviste los peores tiempos de Juchitán; no sabes lo que es salir a la calle con miedo a los francotiradores en las azoteas". Creo que fue Archila quien me lo dijo, o coincidió, refiriéndose a "la época de los francotiradores". Mi rencor por la censura en Tobi ne Tobi era tanto que, fuera quien fuera, quien haya sido, le respondí: "¡Cobardes! ¡No son más que unos cobardes y paranoicos todos ustedes! ¡Eso en mis tiempos se llamaba cobardía! ¿Dónde quedó la bravura mundialmente famosa de los juchitecos? ¿Era otro pinche mito, como el matriarcado?" En vez de gente valiente y "bragada", eran simples gritones los que me encaraban; más que gente brava, eran puros bravucones...

-Ya no hables con ellos -me aconsejó Deyo, pensando en voz alta-. ¿Por qué no hablas con Héctor? Hazle el mismo planteamiento, a ver qué dice; él no es ningún cobarde, y tú eres un analista político; eso es algo que no tiene la COCEI y buena falta le hace; por eso te contraté, porque yo tardaría un mes en escribir lo que tú escribes en una sentada.

¡Gracias, gracias, jefe! Y por eso yo también soy un mito en Juchitán, porque sobrevaluaron profesionalmente una imagen, además de inventarla por completo en el plano personal (hasta un hijo me endilgaron por ahí, carajo). Deyo reconocía y enaltecía mi papel con alharacas elogiosas y efusivas loas, cuyo eco igualaba el efecto expansivo de los rumores, y me presentaba en sociedad como su más cara adquisición (que no su máscara, por suerte), pero en el trato directo, en corto y hasta en secreto, se resistió a pagarme cual vil rácano, cual avaro Paco Huerta, quien me anunciaba públicamente como la octava maravilla del "periodismo civil", pero en privado me daba un trato denigrante y degradante, lo más que fuera posible, para que mi trabajo le costara lo menos posible, para abaratarlo y abaratarme, según el cálculo cicatero de su negrera mentalidad.

Yo no tenía nada qué hablar con Héctor Sánchez ni hubiera necesitado que Deyo concertara la plática, ofrecimiento hecho pensando también en voz alta. Unos años antes, me recomendó hablar con Víctor de la Cruz porque, según él, representaba la posición más crítica hacia la COCEI desde la propia COCEI [1], pero el mismo De la Cruz me dijo en una borrachera que solamente borracho hablaba de política (eso explica el resultado); en estado sobrio, como yo quería, nomás hablaba de cultura, y cuando conocí, años después, sus elucubraciones grillescas, dizque políticas, pretendidamente críticas, resultaron más bien grotescas fantasías pobladas de fantasmas, delirios etílicos, especulaciones ebrias, no como las de Bukowski (brincos diera), tan sorprendentemente atinadas que hicieron temblar al aparato de seguridad nacional de su país, el más poderoso del orbe, sino como definía Marx a la metafísica para diferenciarla del materialismo, que es una interpretación sobria de la realidad; Víctor de la Cruz, en cambio, tiene vocación de irrealidad, como un briago cualquiera, pero con libros publicados, premios y demás adornos y envoltorios para una caja vacía o llena, en todo caso, de más basura; este ilustre personaje, por cierto, es también el paradigma de Vicente Marcial, curiosamente, y yo no tengo más vocación que el desencanto, por lo visto.

Deyo es a su vez el alcohólico por antonomasia: disperso, amnésico, informal... Su esposa en turno me confió que, para la pequeña y encantadora hija que tienen en común, Deyo era una figura monumental, un monstruo de fuerza física y mental demoledora, omniabarcante, que se derrumbaba ante sus ojos (los de la niña) cuando se emborrachaba (su padre), o sea, diario. Esa imagen me impactó sicológica y moralmente, laceró alguna fibra del alma profundamente sensible, acaso como espejo de mi propia infancia, y una vez que Deyo se dejó caer en la hamaca del patio interior de Ra Bacheeza, que tenía precisamente para dormir allí la borrachera, entré a decirle que estábamos afuera, por si necesitaba algo, y lo encontré con los ojos abiertos, pero sin luz, viendo al oscuro vacío de su interior, con la boca también abierta y babeante, la pálida barriga inflada y al aire, brazos y piernas tendidos, como espectro de una muerte más efímera que la vida, en una especie de coma temporal, y verlo así me causó un segundo impacto sicológico y moral, que sumé al primero, sin la más mínima dificultad para reproducir esa imagen en la mente de la niña (inteligentísima, simpatiquísima, bella y vital), sino con la máxima dificultad para nunca jamás imaginarla o reproducirla; solo faltaba un gusano, saliendo lentamente de su boca. Parecerá exageración literaria, pero ese momento diminuto, ese minuto gigante, para el yo infantil del que no estoy plenamente conciente, fue traumático.

Antes o después de aquel trauma, en su resistencia tacaña y deshonesta a pagarme, Deyo encontró un pretexto de reclamo, y discutimos en la penumbra nocturna de la palapa; sacar un par de cervezas de Ra Bacheeza para que Saúl Vicente y yo las bebiéramos a mitad de la noche sentados en la banqueta, era el pecado por el que Deyo me reprochaba en vez de pagarme; además implicaba, sin darse cuenta, supongo, que sus amigos y enemigos debían ser los mismos que los míos, y Saúl no estaba entre sus amigos, así que tampoco podía ser amigo mío; esa discusión ebria me dejó un pésimo sabor de boca y cometí el error de acostarme a dormir en la hamaca del patio interior. La suma de cansancio y alcohol arrojó un número negativo: mi pérdida momentánea de la conciencia, recuperada en la medida que aumentaba un malestar confundido al principio con el estado de ánimo; al fin despierto, me sentí empapado por la lluvia y quise regresar al restaurante por la cocina, pero estaba encerrado en ese pinche patio que, además de apestar a humedad y suciedad, invadido por grandes ratas que liberaban su energía de noche, era tan angosto que daba claustrofobia; tuve qué golpear y patear la puerta durante mucho tiempo bajo la lluvia para que Nacho, el velador, despertara también y me abriera; él nunca dormía en Ra Bacheeza, pero esa vez hizo una excepción y yo no podía evitar la sensación de que la hostilidad de las circunstancias, más que una coincidencia muy desafortunada, pero fortuita o casual, era producto de una conspiración fríamente calculada para transmitirme repudio y restar mi autoestima, como a las ratas que viven escondidas por saberse detestadas, aborrecidas; me acosté mojado a dormir en el suelo y, cuando amaneció, noté que la lluvia había escurrido por las paredes de la galería y había arruinado un cuadro, hecho que Deyo también me reprochó: "¿Qué te costaba quitarlo?"

-Más de lo que te ha costado mi trabajo.

En todo caso, pensé, que le reclame a Nacho y me pague sin que le cobre o me pague también por el desgaste de insistir en que me pague, de andar siempre sin dinero y pedir prestado...

Mientras estuve allí, Nacho hizo dos excepciones de quedarse dormido, que no informé a Deyo, pues lo tenía sentenciado con correrlo a la primera; la segunda vez (que podría ser más bien anterior y de ahí que cerrara el patio por la cocina), estuve golpeando las puertas en la calle, aventando piedras y gritando, hasta que me aburrí, escalé una pared de ladrillos, entré por el triste patio interior, atravesé la oscuridad y la cocina, en donde podía recibirme un machetazo, y desperté a Nacho, que dormía sobre una mesa y no reaccionó con actitud de alerta, sino de vergüenza; le había demostrado que Ra Bacheeza no era impenetrable ni estaba asegurada por dentro contra robos, a pesar de su consejo de que nunca intentara entrar con las puertas cerradas, pues me daría de balazos sin preguntar quién vive, antes de que lograra pasar. Nacho era un tipo rudo en todos los aspectos, desde su apariencia hasta su historial de matón, y andaba armado, como ya dije, con una pistolita casi de juguete que le había dado el jefe Deyo para que la usara de ser necesario si alguien entraba a robar; en ocasiones, platicábamos hasta el amanecer, cuando terminaba su turno y yo podía entrar a casa de las tías y dormir por fin en hamaca; era una manera de evadir la dureza del suelo y conocer la vida real de un personaje duro, rústico y pintoresco, en busca de autor literario, y grabar chistes en diidxazá, traducidos inmediatamente al español.

Por mi parte, yo también haría dos excepciones; cometería dos veces el mismo error: dormir en ese patio con una vibra tan mala como si Deyo dejara rastros de sus pesadillas etílicas, y la falta de ventilación propiciara una permanencia acumulada; igual que el caso de Nacho, la otra ocasión fue quizás anterior; vencido por el cansancio, busqué refugio allí, pues aún había servicio en Ra Bacheeza y no podía tirarme en el suelo del restaurante sobre la colchoneta ni caminar unos cuantos pasos a casa de las tías; aprovechando que Deyo no la ocupaba ese día, la hamaca era un recurso inmediato y yo estaba en el límite, así que dormí abstraído por el momento de la nociva atmósfera, hasta que me despertó de peor humor un estrépito de carcajadas y gritos desde la palapa; había anochecido y, terminado el turno de las meseras, comenzaba el de Nacho, quien me narró lo siguiente: un grupo del ayuntamiento parecía creer que, cerradas las puertas de Ra Bacheeza, no había testigos de su destrampe (el velador, para ellos, no era nadie); ebrio de alcohol y poder, Óscar Cruz hacía bromas hirientes sobre Archila y lo abrazaba para golpearlo con la mano abierta en la frente; al salir por la cocina camino al baño con una "jetota", me detuve a ver quiénes eran, y todos reaccionaron como si hubieran visto al diablo. ¡Ah, chingá! ¿De dónde salió ese? "Iván está en todas partes", había dicho El Chango cuatro años antes; al verme, dejó de chingar a Archila y los demás cambiaron de actitud; para empezar, dejaron de gritar y empezaron a fingir un ambiente de amistad, incluyendo a Archila; yo me enjuagaba la cara cuando escuché: "¡Iván! ¡Ven a sentarte con nosotros!" Salí del baño y regresé al patio interior por algo que había dejado, cuando escuché de nuevo: "¡Iván! ¡Aquí te espera un pomo, no te hagas pendejo!" Nacho quedó asombrado por el repentino cambio de comportamiento, principalmente de Óscar Cruz. "Si no te apareces -me dijo- y espantas a todos con tu jetota, yo saco a madrazos al chango, que ya me tenía hasta la madre, aprovechándose de Archila, que no tiene piernas, está incompleto". En cuanto llegué, uno de los regidores me recriminó: "Te sientes tan importante que puedes darte el lujo de despreciar a la autoridad municipal, ¿verdad? Tan chingón te sientes que hasta nos haces el feo. ¡A poco no! ¡Confiésalo!". Ese regidor y quizá también los demás esperaban que yo contestara: "No. ¿Cómo crees? Para mí es un honor estar entre ustedes", o algo así, pero mi respuesta fue otra: "De acuerdo, lo confieso; ¡pinches briagos!" Conste que no dije: ¡pinche bola de ineptos, corruptos, prepotentes...! Y tampoco he dicho (todavía) que nomás lo pensé. Al fin se fueron, sin dejar de fingir que eran buenos muchachos, y me quedé platicando con Archila y Nacho. Archila no solo había perdido ambas piernas en un accidente, sino que había quedado amargado para siempre, y esa noche sentí que se hundía en un profundo abismo de soledad; hasta entonces, me había dicho que Óscar Cruz y él eran amigos, pero jamás volvió a decírmelo, ni me confió cómo lo habían agarrado todos allí de su juguete, su monigote o su pendejo. Nacho me narró los detalles.

(Continuará...)

1. La posición / oposición más crítica de la COCEI a la COCEI surgió de la Casa de Estudiantes juchitecos en el Distrito Federal; algunos de sus habitantes acusaron en una asamblea de comités de base a Héctor Sánchez y compañía de "enriquecimiento inexplicable" antes de que su ayuntamiento cumpliera un año; el principal acusador era novio de Azteca de Gyves, que no vivía en esa casa, pero tampoco toleraba la mutación de sus paisanos en el poder por el poder. La mamá de cierto líder histórico de la COCEI contestó a las críticas y acusaciones de los estudiantes: "El PRI ya robó durante mucho tiempo; ahora nos toca a nosotros". El novio -cuyo nombre no menciono porque le haría un inmerecido favor- me contó, poco después, algunas historias sobre la "vida secreta" de Héctor Sánchez que no hablan de Héctor Sánchez, sino de la mitomanía delirante propia de Juchitán y el alarmante nivel de enloquecimiento o deterioro mental que había sufrido el pretendido informante; esa mitomanía oriunda no puede ser ajena al cotidiano consumo de alcohol en abundancia.

Un dirigente medio de la COCEI, representativo del sector magisterial que se aglutinaba en ella cuando era una organización popular, es decir, antes de reducirse a membrete de una elite, es implacablemente crítico, más bien autocrítico, lo que resulta un regocijo, pero en la farsa de congreso estatal del PRD, que fue más bien una reunión turística de la COCEI en la capital del estado (episodio del cual fui testigo, pues ocurrió en la época de Tobi ne Tobi), el autocrítico implacable rubricó cientos de firmas apócrifas, junto con otros conocidos míos, para legitimar ese "congreso" y "elegir" a Héctor Sánchez como presidente del PRD en el estado de Oaxaca, lo cual no trascendió, más allá de la comidilla que hicieron algunos medios locales de comunicación, pues el Congreso Nacional del PRD simplemente desconoció aquella farsa. "Ahora cedemos posiciones políticas a cambio de obras públicas; por eso legitimamos la usurpación de Salinas al recibirlo en Juchitán", me dijo el autocrítico implacable, multiplicador de firmas apócrifas; eso en mis tiempos -ahora lo recuerdo- se llamaba cinismo.

[] Iván Rincón 10:14 AM

Enero 4 de 2010

Juchitán y el agente interno

(Sexta parte)

La Regiduría de Cultura estaba en la planta alta del edificio anexo al palacio municipal. Yo trabajaba en una oficina contigua, mucho más grande, que Tobi ne Tobi compartía con el Centro de Investigación y Desarrollo Binnizá (CIDB). Chente Marcial formaba un triunvirato con Carlos Manzo y Manuel Ballesteros, quienes colaboraban con él en el CIDB y con Archila en Tobi ne Tobi; a mí nunca me sirvieron para nada. Manzo aparecía en el directorio como "jefe de redacción" y Marcial como responsable de la sección de cultura, mientras que Ballesteros escribía una columna de temas "regionales".

En la planta baja del llamado anexo (que en rigor arquitectónico es más bien otro edificio) había un despacho de abogados que daba "asesoría jurídica" al ayuntamiento y, desde la muerte de Víctor Moro, asumía por default la defensa legal de la policía municipal y quien resultara responsable, muletilla del argot jurídico que, en este caso, era de singular trascendencia, pues la autoría intelectual del presunto asesinato, si la policía resultaba autora material, era atribuible a sus jefes, o sea, al alcalde Óscar Cruz y de allí hacia abajo (alguien podría acusar inclusive a Héctor Sánchez y Polín por estar detrás y ser jefes a su vez de Óscar Cruz, idea que seguramente pasaba por la mente aviesa de Ricardo Dorantes, entonces asesor jurídico del PRI local y defensor "legal" de narcotraficantes y asesinos).

Una noche coincidimos Carlos Manzo y yo a las afueras del anexo en la mesa de garnachas con Gerardo Ángeles, el jefe de aquel despacho, y sus asistentes. Yo conocía desde hacía años al abogado, pero esa noche lo observé con discreción y detenimiento; él daba señales de un gran cansancio y trataba tanto a la garnachera como a sus asistentes con prepotencia despótica y autoritaria. Después comenté con Manzo que me parecía un gángster. "Es un abogángster", dijo Manzo, pues su papel era darle un cariz "legal" al trabajo sucio del ayuntamiento. Ahora me parece la antítesis de Carlos Sánchez, quien dirigía por su parte el despacho jurídico de la COCEI con un estilo de trabajo y una personalidad evidentemente diametrales, sobre todo por su honestidad fuera de serie... al menos entre coceístas. Carlos Sánchez estaba al servicio del pueblo y en especial de los sectores más vulnerables, igual que Israel Ochoa en Oaxaca de Juárez (no los llamo "defensores del pueblo" porque así, con ese concepto prostituido, se autodenominan los ombudsman, desde la más repugnante demagogia), mientras que Gerardo Ángeles representaba legalmente al poder local.

En las horas siguientes a la muerte de Víctor Moro, bajé al despacho de Gerardo Ángeles, puse mi grabadora reportera sobre su escritorio, abrí mi libreta y empuñé un bolígrafo, todo para que no perdiera de vista que yo era periodista y cuanto me dijera sería publicado. Aun así, ocupó el lugar del agente interno y habló de más, como Deyo al principio; quizá por mi cercanía con la COCEI o por su tontería con los demás, la información que me dio era confidencial: la táctica del ayuntamiento sería sacrificar a tres policías rasos que pasarían alrededor de un año en la cárcel mientras el juez de la causa no dictara su fallo definitivo. Le pregunté si esos policías ya estaban enterados y me contestó que nadie sabía aún quiénes serían, pues primero iban a hablar con todos por separado para sondear su disposición y que fueran voluntarios. Me pareció inconcebible que alguien estuviera dispuesto a semejante sacrificio y lo dije. "¡Se les va a pagar! -contestó- Además, estamos negociando", pero no pude preguntarle qué negociaban ni con quién. "Precisamente ahora tengo cita con el juez", dijo, viendo el reloj; "¿quieres venir?" Acompañarlo me sirvió para ver el volumen del expediente del caso, que era monstruoso. Con razón terminan tan cansados en la noche, pensé, pero lo que está de Ripley es pagarle a alguien por un año en la cárcel (hace poco -16 años después- vi una película en la que ocurre eso). Más inconcebible aún era que Tobi ne Tobi lo publicara...

Durante una inspección de campo en el lugar de la muerte y donde, según la versión oficial, Víctor Moro atacó a la policía municipal y comenzó una persecución que terminó en enfrentamiento, advertí que los vecinos se escondían para no hablar conmigo, pero hallé un casquillo de ametralladora R15 o "cuerno de chivo" y conté ocho impactos de balas en las casas; entonces creí tener información suficiente para empezar a escribir, no sin antes leer toda la basura sobre el tema en los medios locales impresos, que era un ataque unánime, al parecer orquestado, contra el ayuntamiento, cuyos boletines al respecto había leído ya y también eran basura.

Al pasar por la Regiduría de Cultura, Archila me contó que Gerardo Ángeles había subido a pedirle que no publicáramos lo que me dijo; bajé a su despacho para hablar con él de nuevo, pero no lo encontré; su principal asistente comentó que este caso no era solo jurídico (¡ah!), pues tenía un aspecto político (¡oh!) y era muy delicado (¿te cae?), por lo que me propuso tratarlo en ese momento con unas chelas en Ra Bacheeza. "No mames", le contesté. "Dile a tu jefe que vine y regreso después para que hablemos".

Con cálculos de posibles desmentidos y reacciones, consideraciones éticas y un conflicto moral, harto de la manipulación y el ocultamiento por un lado y la estridencia mediática por el otro, escribí un primer borrador que pretendía equilibrar lo más creíble de la versión oficial con lo más irrefutable de las otras versiones. Lo puse a consideración de Archila, mientras yo escribía una entrada introductoria y una salida en forma de colofón. Entre el texto del reportaje y algunas fotos, dedicaríamos dos planas enteras al tema, además del editorial; pero Archila se abstuvo de externar su opinión antes de que el texto estuviera completo; debí advertir desde ese momento que no quería asumir ninguna responsabilidad en este caso, que le faltaban huevos, para decirlo en buen mexicano, pero preferí atribuir esa reticencia a profesionalismo y seriedad. ¡Sí, cómo no! Cuando el texto estaba completo ya, tardó un día en darme su opinión con varias objeciones a los pasajes más descriptivos. Luego de una discusión que no pasó a mayores, acepté reescribir casi todo y entregué la siguiente versión sospechosamente rápido para su paranoia, además de presionarlo, pues teníamos el tiempo encima para cerrar edición. Eso fue lo primero que me propuse al asumir el cargo: imponer plazos para la entrega del material, el cierre de edición y la salida a tiempo. Archila hizo nuevas objeciones que no eran congruentes con las anteriores; le contesté que yo había cedido ya demasiado y no estaba dispuesto a cambiar ni una palabra más, por lo que él propuso que hiciéramos una reunión general para pedir la opinión de los demás, y yo acepté a condición de que fuera ese mismo día, para no retrasar el cierre de edición.

Lo que sigue ya tiene antecedentes en este blog: aquella reunión fue un consejo de guerra; Archila había convocado al triunvirato nada más (quizá también estuvo presente su chalán, pero Deyo no) y la discusión empezó tan acalorada que, si ocurriera hoy, yo los invitaría a que mejor dirimiéramos nuestras diferencias a madrazos, pero a esas alturas de mi desgaste físico, ya estaba en los huesos, de mi cuerpo no quedaba más que el esqueleto y parecía que hasta los huesos me habían enflacado; la reunión tuvo lugar en el diminuto cubículo de la Regiduría de Cultura; si hubiera ocurrido en el cubículo aledaño (factor psico-físico-lógico), el ambiente habría sido menos sofocante.

Ni entre los cuatro lograron articular un solo argumento. Su actitud parecía la de quienes creen que, si son mayoría, tienen la razón y no hace falta demostrarlo o, peor aún, que si son mayoría no es necesaria la razón. En resumidas cuentas y dándole una forma inteligible a su caudal de sandeces amorfas, era inconcebible que un personaje tan violento y criminal como Víctor Moro tuviera un instante de vulnerabilidad; debía estar todo el tiempo a la ofensiva, y la policía todo el tiempo a la defensiva (como si escribiéramos el guión de una película). En consecuencia, debíamos omitir que el asesino terminó con diez balas de distintos calibres en el torso y tres balazos a menos de un metro en la cabeza y que también su carro acabó agujerado; que la policía no sufrió bajas y ni siquiera heridas; salió ilesa. No bastaba con eludir las palabras cacería y emboscada, así como a los testigos de ambos hechos. Cualquier detalle, por mínimo que fuera y cuanto más mínimo fuera, era incriminatorio de la policía municipal, y si Víctor Moro era malo, ella era buena y debíamos defenderla. ¡Puta madre! La suma neuronal de esos cuatro imbéciles y cobardes confundía una investigación periodística tendenciosa y parcial a petición del acusado con su defensa legal y, cuando cometí el error de explicar la diferencia entre un periodista y un abogado, resultó que ellos conocían mejor que yo los principios y los fines del periodismo; ese fue uno de los momentos más imperdonables de la discusión.

Archila no dirigía la reunión ni ejercía autoridad alguna porque no le quedaba ni un ápice de eso; esperaba a que Chente señalara mis pecados con su dedo flamígero para secundarlo entre dientes, como palero. "Quita esta parte", ordenaba Chente, "y esta otra". Una vez más, contesté que yo había cedido ya demasiado y no cambiaría ni una palabra. "Se publica tal como está o no se publica", dije. "¡Entonces no se publica!" -gritó Chente por lo menos tres veces. "¿Y desde cuándo eres tú quien decide lo que se publica o no se publica? -le pregunté- ¿Desde cuándo eres jefe?"

-¡Desde este momento! -respondió con exaltación grotesca.

-No mames. Cálmate. Bájale de huevos.

Por supuesto, yo podía mandarlo a la chingada olímpicamente, pero él no representaba su propia posición, sino la de Archila, que era el director y había hecho un consenso previo para echarme luego montón sin asumir nada, ni responsabilidad ni liderazgo ni autoridad ni iniciativa... y Chente gritaba porque, a falta de argumentos, su único recurso era aprovechar que su voz es más fuerte que la mía, pero ese repentino autoritarismo resultó caricaturesco y decepcionante en la medida que, antes de hacer el ridículo, parecía una persona brillante y culta, quizá más que nadie de la COCEI. Tuve que cerrar la puerta y las ventanas del cubículo (puertas del minúsculo balcón) para evitar que todo el pueblo nos oyera; yo había escuchado gritar a Héctor Sánchez en la oficina de la presidencia municipal desde el quiosco y lo que discutíamos esa noche era más delicado y trascendente que los gritos de Héctor Sánchez. Entonces Chente dejó de gritar, pero con insistente ánimo de linchamiento, Archila me reprochó por el relato que yo había escrito en primera persona para denunciar la negligencia de la policía municipal. "Esa es pecata minuta en comparación con este asunto", dijo Carlos Manzo, quien me pedió transigencia; le contesté que si yo cedía todavía más, ellos nunca dejarían de exigirme cambios, y exigir cambios sustanciales a un texto equivalía a despojarlo de su razón de ser. "Mejor propongan de una vez que, en vez de encarar la muerte de Víctor Moro, hablemos a favor de la Guelaguetza o el Certamen Señorita Juchitán". Algo por el estilo tendrían qué hacer para llenar las dos planas que yo dejaría vacías al desautorizar la publicación de mi reportaje. "No faltará algo mejor con qué llenar esas dos planas", dijo Archila. "No faltará un medio mejor en dónde publicar mi reportaje", repliqué.

Al escribir y describir este episodio, recuerdo la película Buenas noches, buena suerte, de George Clooney, que es un alegato ético en contra del macartismo desde una perspectiva periodística, al cual me remito, y propongo de paso la categoría o el concepto de cine ético... Ellos ganaron la pelea por ser mayoría, porque podían vencer en vez de convencer, pero atribuyeron su mayoriteo impositivo, su imposición autoritaria, sin argumentos ni razones, a mi intransigencia, y yo atribuyo la censura y el autosabotaje de Tobi ne Tobi a su imbecilidad, su cobardía y su deshonestidad; se los dije entonces en corto y se los digo ahora en público.

Al despedirnos en el pasillo, Carlos Manzo me dio la mano y preguntó: "¿Amigos, como siempre?" Los demás soltaron una carcajada unánime. "¿Sin rencores?" -secundó alguien, supongo que Chente. Y se fueron, riéndose con singular alegría por su triunfo, mientras yo acababa de entender por qué a Carlos Manzo le dicen Carlos Menso en Juchitán.

Al día siguiente del consejo de guerra y su golpe de estado, el triunvirato se aplicó al trabajo de redacción por primera vez en respuesta a mi reclamo de que ahora dictaba la línea editorial sin haber movido antes ni un dedo en la talacha. El último número de Tobi ne Tobi, que salió a tiempo gracias a ese "cambio de actitud", como lo llamó Ballesteros, y al sacrificio de sueño que hice por última vez, no dijo ni una sola palabra sobre Víctor Moro, el tema principalísimo en los demás medios locales, impresos y audiovisuales, y el más candente aún, por lo que era de interés también para medios nacionales y hasta internacionales; para Tobi ne Tobi, en cambio, ese tema ni siquiera existía, pero su directorio, para mi sorpresa, daba a conocer un flamante "Consejo de Redacción" integrado por Archila, el triunvirato y yo; además de excluir mi nombre, debía llamarse consejo de censura estalinista, pues eso era en los hechos, y más nos valía vender el último número por kilo, como decía Óscar Cruz...

Más de una vez al día, pasaba frente al palacio municipal un carro con altavoz que disfrazaba de valiente denuncia pública su amarillismo, sensacionalismo y estridente histeria, y pedía la cabeza del alcalde, entre otros, como Feliciano Marín, quien caminaba delante del carro, chupando una paleta de agua, con una indiferencia que solo era posible desde la muerte de la sensibilidad, pensaba yo. La COCEI y su ayuntamiento habían perdido para siempre la única tribuna que podía responder a ese ruido.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 4:59 PM

Enero 1 de 2010

Juchitán y el agente interno

(Quinta parte)

Víctor Jiménez López, alias Víctor Moro, es la bestia más peligrosa, destructiva y demencial que ha padecido Juchitán. En la época del Ayuntamiento Popular, la policía municipal frustró su intento de asesinar al alcalde Leopoldo de Gyves (Polín) y al comandante de la misma policía; junto con un soldado en activo que lo acompañaba, quedó libre a los dos días por disposición del Ministerio Público. Al ser hallado el cadáver de un regidor suplente con señales de tortura en el camino que conduce a la base aérea militar, la COCEI culpó del crimen a Víctor Moro, quien además ametralló el palacio municipal desde un vehículo en movimiento de madrugada con dos cómplices y mataron a una de las garnacheras que acostumbran dormir a la intemperie para atender a sus clientes, día y noche; en esa ocasión, uno de los cómplices era Ricardo Dorantes. La campaña de terror desatada contra el Ayuntamiento Popular sumó incontables acciones por el estilo, que generalmente dejaban la huella descarada y cínica de Víctor Moro y Dorantes, entre otros de calaña semejante, como Teodoro "El Rojo" Altamirano, así llamado, no porque fuera de izquierda, sino por sanguinario. Con el paso del tiempo, en la medida que el país cambiaba de piel, esa desquiciada hostilidad parecía quedar atrás, pero Víctor Moro no dejaba de acumular un expediente de criminalidad y locura sin límites, ni cronológicos ni geográficos ni de ninguna índole, sobre todo en la memoria colectiva que sufría una epidemia de sicosis al recordar su nombre; su acumulación de agravios, invariablemente impunes, lo hizo una pesadilla intermitente para Juchitán, que vivía días y noches de medio y tensión a su regreso.

En la época de Tobi ne Tobi, a una década exacta de la desaparición de poderes en Juchitán, que había sido la culminación del terrorismo priista, el chacal regresó más rabioso que nunca; era de esperar que sus excesos acabaran irremediablemente pronto con los últimos restos de raciocinio que tuviera en mente, si acaso hubo algo de eso en algún momento. Ahora, todos los días, a todas horas y en todas partes, la gente hablaba de sus rondas y balaceras arbitrarias, casi siempre solitarias, aunque a veces lo acompañaba uno que otro loco o un par. Por lo visto, las minorías de Juchitán, cuyos intereses creía defender Víctor Moro, sabían que su violencia podía provocar más violencia, que podría tener un final violento, necesariamente más violento; quizá no lo razonaban, pues tampoco eran muy racionales; acaso lo intuían y, en los hechos, nadie secundaba ya al terrorífico animal; parecía estar solo, pero las policías federal y del estado, judicial y preventiva, tampoco hacían nada al respecto (el ejército federal, menos); con maquinación bélica y maquiavélica, esa negligente complicidad propiciaba que la situación tenida, no detenida ni contenida, siguiera fuera de control.

"El valiente vive hasta que el cobarde quiere", dijo una cocinera de Ra Bacheeza; otra mujer repitió la frase en el mercado y, al escucharla, pensé primero que Víctor Moro no era valiente, sino bestial; después recordé cuán cobarde era la policía municipal y sentí entonces algo definible como gusto amargo...

Una noche de abstinencia alcohólica, Deyo y yo nos apersonamos en la presidencia municipal; entramos a la oficina central, que tenía una puerta de cada lado y su propio baño con acabados de lujo, en privilegiado contraste con la austeridad ordinaria del recinto en general; esa oficina era también la única alfombrada y con sillones. Óscar Cruz llamaba por teléfono sucesivamente a tantas instancias de "gobierno" como para no recordar ninguna en particular y respondía preguntas de algunos medios de comunicación; a menos que estuviera haciendo una farsa y en realidad no hablara con nadie (posibilidad que no descarto, aunque es bastante improbable), egocentrismo aparte, parecía que el principal destinatario de todo cuanto decía era yo, para que tomara nota de información concreta (el número de averiguaciones previas contra Ricardo Dorantes en ese momento, que eran nueve, si no mal recuerdo; el recuento de los daños causados por Víctor Moro en las horas recientes) y la falta de voluntad o disposición en los otros dos niveles de "gobierno" a mover ni siquiera un dedo por este asunto. Entre la gente allí presente, que no era mucha, Guadalupe Ríos celebraba a carcajadas las bromas de su marido ante la crisis, y el rostro de Óscar Cruz, muy moreno de por sí, parecía oscurecer aún más o ensombrecerse, como diciendo en silencio: "Estoy rodeado de imbéciles". Supongo que Héctor Sánchez no habría permitido la presencia de personas extrañas al ayuntamiento en su oficina, al menos en ese momento, sobre todo en ese momento. "¿Cómo ves, jefe?" -le preguntó Óscar a Deyo. "De la chingada", contestó el jefe Deyo.

No es necesario especular demasiado para imaginar el cálculo del poder supremo en México y Oaxaca: había decidido sacrificar a Víctor Moro porque era ingobernable y su muerte en manos de la policía municipal -¿qué otra?- multiplicaría esa ingobernabilidad y, con suerte o un ligero empujoncito, haría caer al ayuntamiento de Óscar Cruz, que se caracterizaba por su debilidad, más que por ninguna otra cosa.

La COCEI, por su parte, asumió la misma lógica del poder, pero a nivel local y en defensa propia: ¿Vamos a permitir que un solo individuo cause pánico en todo el pueblo? ¿Vamos a esperar a que mate a alguien o, de plano, perpetre una masacre? ¿Tan débiles somos que, en vez de evitar la tragedia, esperaremos a que ocurra para ver si el gobierno federal o del estado siente la obligación de hacer algo? Ese algo podía ser de nuevo la desaparición de poderes en Juchitán, el retroceso de una década. Si la COCEI no hacía nada con respecto a Víctor Moro, evidenciaría una debilidad tan grande que sus enemigos la aprovecharían prácticamente como una invitación a descarrilar el gobierno municipal con el regreso al ataque físico y el sabotaje a todo proyecto de obra pública. Por experiencia, la COCEI sabía que detener a Víctor Moro y entregarlo a la "autoridad" correspondiente / competente era inútil; él quedaba en libertad al poco tiempo y seguía haciendo de las suyas, después de una tregua, en el menos malo de los casos (obviamente, Dorantes era su abogado).

Horas antes o después de que la COCEI deliberara, hubo una reunión de altos mandos (entre ellos, Óscar Cruz y el agente interno) a bordo de una camioneta en movimiento; esa noche, Héctor Sánchez sentenció con grave autoridad: "La única solución al problema que representa ese cabrón es matarlo; aquí no hay de otra". Más que una orden, era un consenso y, al día siguiente, una consigna. La policía municipal se dividió en dos grupos que patrullaron Juchitán hasta que unos vecinos reportaron por teléfono la ubicación de Víctor Moro, quien disparaba desde su carro al aire; la comandancia informó por radio a los dos grupos, que fueron al encuentro con el chacal y lo mataron. ¿Fin de la historia? Para nada; es apenas el principio.

"Muerto el perro, se acabó la rabia", festejó Deyo con muy corta visión política, entre la miopía y la ceguera total; por ser el regidor de cultura y tío de Polín, así como por su antigua militancia en la COCEI y el magisterio local, por haber sido candidato varias veces a distintos puestos de elección popular, algunos de los cuales llegó a desempeñar, todo el ayuntamiento, desde la presidencia hasta la policía municipal, enteró a Deyo de lo que había sido literalmente una cacería, y Deyo ocupó en ese momento el lugar del agente interno: fuente confiable de información confidencial con lujo de detalles. "Tengo el 50 por ciento del material para tu reportaje", me dijo con singular entusiasmo y alegría desbordante, y tomé nota... Después, sus confidentes advirtieron que era mi principal informante y que todo cuanto le dijeran sería publicado en Tobi ne Tobi (casi nadie sabía que yo era corresponsal de Motivos en la región, aunque tampoco era un secreto); entonces cambiaron su versión original por la que difundía el ayuntamiento; con sorprendente ingenuidad, Deyo se dejó usar como correa de transmisión y, cada que nos encontrábamos (más de una vez al día, digamos, cuatro o cinco en promedio), me decía: "Ya tengo el 65 por ciento de tu reportaje". Al rato: "Ya tengo el 80 por ciento". Finalmente, cuando decía tener el 99.9 por ciento, era la versión oficial, en la que un 33.3 por ciento era verdad, otro 33.3 por ciento era omisión y el 33.3 por ciento restante era mentira.

En resumidas cuentas, la versión oficial presentaba la cacería como un "enfrentamiento" entre Víctor Moro y la policía municipal, que repelió su ataque sorpresivo y alevoso, artero y gratuito, actuando "en legítima defensa y en cumplimiento de su deber", una versión insostenible, pues había testigos de que el presunto agresor agonizaba (con diez balas en el torso, según la autopsia) cuando uno de los policías le disparó tres veces a menos de un metro de distancia y por lo menos uno de esos tres disparos fue hecho a la cabeza; un peritaje balístico habría de confirmar esta otra versión.

Algún/a lector/a demasiado inteligente ha de pensar que el ingenuo soy yo y que Deyo daba un viraje conciente a su primera versión, según el "manejo político" (eufemismo de manipulación informativa) del tema por el ayuntamiento para evitar que los "asesinos" de Víctor Moro fueran considerados como tales y terminaran en la cárcel. Ese "manejo político" tenía como paradójico fin evitar también la politización del caso por la oposición en general y el PRI en particular, que había desatado a su más rabiosa jauría (encabezada por Dorantes, obviamente). La rabia del perro estaba inoculada en la jauría desde el momento que el poder supremo dejó a Víctor Moro en libertad de hacer y deshacer a su antojo hasta que no hubiera otra salida que matarlo... Desde un punto de vista legal (controvertible en la medida que es inevitablemente parcial), la muerte del chacal puede ser considerada como un asesinato. Desde un punto de vista político, su principal asesino es el poder que lo engendró y después no pudo ni quiso controlarlo y prefirió sacrificarlo. En el momento de su muerte a los 37 años de edad era agente en funciones de la Secretaría de Gobernación y portaba una credencial que lo identificaba como "ayudante" del senador priista Óscar Ramírez Mijares.

Deyo, cuya inteligencia mermada por el alcoholismo era la de un físico y matemático (ha escrito uno o más libros de física y matemáticas para niños en zapoteco) y cuya agilidad mental era muy útil en sus negocios al momento de hacer cuentas, carecía del instinto y la malicia de un político. Al informarme cuanto sabía o creía saber sobre el caso Víctor Moro, su única intención era aportar elementos a una investigación periodística, finalmente publicada por Motivos, una vez censurada en Tobi ne Tobi; Deyo pasó entonces del renovado entusiasmo y la alegría infantil con que me transmitía la información / desinformación a la frustración y el enojo por la censura en su propio periódico, y enseñaba el reportaje publicado a sus conocidos en Ra Bacheeza. "Ese trabajo estaría en el último número de Tobi ne Tobi si no fuera por sus cuatro saboteadores", comentaba. Obviamente, se refería al número más reciente, pero quizá una parte de él, su yo inconciente, había decidido que, en efecto, fuera el último.

(Continuará...)

[] Iván Rincón 11:45 PM